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En mayo de 1986, Virgilio Barco fue elegido presidente de Colombia, y don Guillermo Cano Isaza me delegó su representación y la de El Espectador al acto de homenaje que las fuerzas cívicas de San Andrés islas, en particular las del Partido Liberal, le ofrecerían al candidato.
Emilio Zogby Amar me recibió en el Aeropuerto de San Andrés, me alojó en su casa, donde Toña, su esposa, y Diana y Larry, sus hijos, me brindaron una particular y cariñosa atención.
Emilio, corresponsal de El Espectador y, hasta hacía unos meses, gerente de la entonces Inravisión, me acompañó al evento político. Sabía que además de la representación del diario debería preguntarle al secretario del Partido Liberal, Ernesto Samper Pizano, quien a su vez representaba a Barco, si era cierto que él se había entrevistado con Jaime Michelsen Uribe —entonces imputado por estafar a pequeños accionistas— en un lujoso restaurante de Panamá. El dirigente, con cierta dureza en la respuesta, lo negó. Ya en casa, comentamos el suceso recordando el proceso del Grupo Grancolombiano y su desenlace judicial.
Al día siguiente lo visitamos para ver su otro oficio: ser gerente-presidente del gran Super Market Mini Rey, con importaciones, productos nacionales y un provocativo surtido de embutidos, “semillas” comestibles de origen árabe, frutas secas, aceites de oliva extra, aceitunas..., adonde acudía la colonia sirio-libanesa y personajes muy queridos de la isla capital, de Providencia y Santa Catalina, del continente, del mundo.
El almuerzo fueron unas deliciosas lentejas con costilla y dumplings (una masa a base de harina). Durante 30 años, de los 38 que llevo visitando las islas, nunca dejé de saborear ese plato entre árabe y colombo-isleño, y que él también disfrutaba, aunque en los últimos años se lo hubieran restringido.
La noche fue de más tertulia y recogimiento con sus otras compañías: Tábata y Siripo no le quitaban los ojos.
Emilio escribió sobre un holandés que se apropió de un islote, del litigio con Nicaragua, de los abusos con las tarifas de energía, de las posiciones —algunas justas, otras radicales— de los raizales, de la falta de alcantarillado, de la pérdida de los cocotales por plagas invasoras y de la tarjeta de turismo, que era y es foco de corrupción.
También dirigió un escuchado programa radial, Opiniones, que paralelamente, años después, lo hizo impreso, en una acción quijotesca de la cual no se arrepintió. Como corresponsal de Opiniones, fui testigo de como cubrió la tragedia del avión de West Caribbean donde perdieron la vida diez provincianos y turistas. Caracol nacional fue el primer medio en divulgar tan luctuoso evento. Ya tenía en sus archivos el accidente del hidroavión Gaviota y de fatales naufragios de motonaves.
Con Luz Marina Livignston, recién fallecida en Providencia, fue vital el intercambio de información sobre la actualidad en Providencia y Santa Catalina. La salud y la educación eran temas que no faltaban, así como el acontecer político, las decepciones que daban quienes eran elegidos y la falta de liderazgo para alcanzar metas importantes.
Su visión de comerciante lo hizo líder en San Andrés. Solía lamentarse de las alzas del dólar y no se alegraba de su baja.
Le encantaba jugar con sus amigos de la Cámara de Comercio o la competencia en chicos de billar, pool o a carambolas. Jugaba con Édgar Santos y Juan Guillermo Ángel cuando coincidían en Providencia o Bogotá.
En cercanías de mi casa en Providencia, que bautizó Latifundio, porque decía que mil novecientos y pico de metros cuadrados era mucha tierra en una isla, se jugaban partidas de dominó por parejas: Jaime Taylor, Manolo y Estela, su esposa, y Juan Guillermo Cano y don Emilio. Todos sabían contar las fichas, menos el continental, el Paña.
Su afición por el beisbol lo llevó a tener su propia antena parabólica. No se perdía un partido de la gran carpa, en especial de los Yankees de NY, de fútbol americano, de baloncesto. Los viajes a Europa lo enamoraron de ciertas regiones de España y llegó con espíritu de chef, preparando paellas, arroces con tinta de calamar, que le fascinaban, o tortillas de patatas.
Su don de gentes, su amistad con los que conocía, su amabilidad con quienes le eran presentados... Lector de novelas y ensayos de actualidad, lo formaron en su especial humanidad. Saludo, Emilio.
* Pasado codirector de El Espectador.