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“No hay nada más real que el mundo virtual”

Guillermo Franco, director de Pulzo.com, uno de los medios virtuales más serios del mercado colombiano, explica cómo funciona el mundo digital en el que circulan millones de contenidos sin control, a propósito de tres hechos: un video en el que un hombre amenaza de muerte al presidente Santos, la captura de los integrantes de una red internacional de pedofilia infantil que operaba por Whatsapp y la discusión masiva por un trino de una columnista contra los homenajes al fallecido vallenato Martín Elías.

El Espectador

22 de abril de 2017 - 09:00 p. m.
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Usted maneja uno de los medios digitales más visitados y siempre ha desarrollado contenidos serios, pero en la web circula toda clase de datos inexactos o falsos. ¿Cómo diferencian, los usuarios, unos de los otros?

Primero, depende de dónde esté el usuario. En Facebook o en Google, por ejemplo, es probable que estas plataformas identifiquen las noticias falsas, como ya lo anunciaron, o que hayan privilegiado las informaciones de fuentes creíbles. En general, el control siempre va atrás del rumor y la falsedad, y mientras el control social se manifiesta mediante la denuncia de los usuarios, el contenido falso ya habrá hecho daño. Pero los rumores o falsedades no sólo vienen en formato de noticia. También se propagan en mensajes, comentarios, videos. ¿Qué hacer, por ejemplo, con las cadenas de Whatsapp? Allí, tal control proactivo de la red social no existe. En segundo lugar está la actitud del usuario frente a lo que recibe, que normalmente no es crítica: el usuario le da credibilidad o no de acuerdo con lo que diga su círculo, con el que comparte el contenido.

¿Quiere decir que no se puede hacer casi nada contra los contenidos explícitamente falsos que se difunden para hacer daño, discriminar o confundir el voto, por ejemplo?

Parece que, por naturaleza, los humanos se dejan permear por los mensajes y contenidos que refuerzan sus puntos de vista, pero son impermeables a aquellos que los cuestionan.

La respuesta es, entonces, que cada quien cree lo que quiere creer. ¿Ese puede ser el éxito de los contenidos difamatorios en las campañas electorales?

Sí, creo que esa es la respuesta. Recuerde las campañas del No, del Brexit y de Trump…

Esta semana, los periodistas tradicionales llamamos la atención sobre un hombre que grabó un video con amenazas de muerte al presidente y a políticos que apoyan el proceso de paz: “salgamos de caza” y “pongamos francotiradores”, dice. ¿Hay forma de —al menos— controlar la difusión de estos mensajes de odio y venganza en las redes?

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Como dije, casi todas las fórmulas para combatir el discurso tóxico o de odio tienen limitaciones. A veces la sanción social y la crítica son efectivas, pero en otras, al autor de tales discursos no le importan porque lo que busca es atención. ¡Recuerde a María Fernanda Cabal! En el mundo real, el discurso tóxico o de odio genera una reacción igual pero en sentido contrario, bajo la forma de matoneo. También se puede bloquear. Pero en ambos casos podría permitir a los autores presentarse como víctimas. No más vea el caso de la columnista de ElTiempo.com que atacó al fallecido cantante Martín Elías: terminó victimizándose por cuenta de los ataques falsos contra su padre. El maestro colombiano de periodismo digital, Mauricio Jaramillo Marín, sugiere la forma tal vez más efectiva: ignorarlos.

Tal vez no sea suficiente porque los discursos de odio pueden tener desarrollos fatales: ataques, asesinatos, distorsión de un resultado electoral. ¡No me diga que no hay forma eficiente de eliminarlos!

Sí hay consecuencias en la vida real, aunque sean más lentas. Por ejemplo, hoy se investiga la influencia —en redes y de otras maneras— de los rusos en la campaña electoral de Estados Unidos. Otro ejemplo: el gerente de la campaña del No, Juan Carlos Vélez, quien confesó que su estrategia y la de sus partidarios en las redes consistió en lograr que “la gente saliera a votar berraca”. Ahora la Fiscalía tiene abiertas dos investigaciones en su contra. Si las conductas digitales están tipificadas en las leyes, terminan sancionándose. No hay nada más real que el mundo virtual: lo que pasa en éste tiene consecuencias en aquél.

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También esta semana se supo de la existencia de una red, entre Europa y Latinoamérica, de pornografía infantil que se conectaba por Whatsapp. ¿La denominada generación de los “millennials” (que creció en la era digital) sí cuenta con la formación suficiente para escapar de estas trampas?

A juzgar por la proliferación de casos, la respuesta corta es no. Aquí hay una responsabilidad compartida, especialmente, del Estado y los medios. El Ministerio de las TIC hace una campaña para advertir sobre los riesgos del mundo digital descritos, por su denominación en inglés, como grooming (depredadores sexuales en redes que se hacen pasar por niños), sexting (venganza difundiendo intimidades sexuales de la expareja), bullying (matoneo virtual para afectar la dignidad de alguien en ciertas comunidades: colegios, universidades, pueblos). Pero tengo la impresión de que fueron más efectivos los programas sobre pedófilos que actuaban en redes sociales realizados por el programa Séptimo Día.

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Los padres orgullosos que suben fotos de sus bebés o de sus niños de tres, cinco o siete años a las redes, ¿pueden temer que algunas de esas imágenes inocentes terminen en manos de los pornógrafos infantiles o sus procedimientos no son aleatorios?

Nadie está inmune, y claro que la foto de un bebé desnudo puede parar en manos de delincuentes y ser distribuida en todas partes. Pero la foto de los niños de tres, cinco o siete años es el contenido más “inocente” o básico, y las víctimas sí pueden ser descritas como aleatorias. Menores de edad en actos sexuales explícitos en video sí requieren una estructura delincuencial más sofisticada para su producción y distribución.

¿No terminaremos retrocediendo ante el miedo y dejando de usar las redes por temor a revelar datos de la vida privada que nos puedan poner en la mira de los delincuentes?

La práctica parece demostrar que no: la gente sigue publicando contenido. Obviamente, el tema de la privacidad es amplio, pero creo que ya no es posible aislarse de las redes sociales. Marginarse no es una opción, ni creo que nadie lo esté considerando.

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No será el delito más grave o ni siquiera será delito, pero uno de los aspectos más negativos que las redes han traído consigo —aparte de los grandes beneficios— es el del matoneo que victimiza al blanco porque se difunden intimidades de alguien en su comunidad. Pulzo trató un caso dramático de una estudiante de colegio de élite. ¿El matoneo llegó para quedarse?

El término matoneo es muy amplio. Usted menciona el caso de una niña de un colegio de élite que inocente o estúpidamente publicó en su blog un diario sobre su vida sexual que se “viralizó” hasta por Whatsapp. Ese caso es muy diferente al de un niño que es matoneado por su aspecto físico o personalidad. O el de un adulto (como la periodista de ElTiempo.com que atacó al cantante Martín Elías) que comete un error y no lo reconoce. El último caso, en contraste con los otros, es relativamente manejable: el mejor blindaje es comportarse adecuadamente en redes sociales. Eso significa no hacer lo que uno no quiere que le hagan.

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En los casos de niños matoneados por la publicación de fotos íntimas (u otro tipo de contenido sexual, como el diario de la estudiante), no hay mucho que hacer mientras el fenómeno no cumpla su ciclo. A pesar de que las autoridades intervengan para encontrar responsables, el daño está hecho. Aquí creo que una condena, si se logra identificar a los responsables, podría tener un gran efecto disuasivo, como ha ocurrido en Estados Unidos cuando ha habido casos de suicidio.

Como director de un medio digital, usted ha tenido experiencia cercana en casos de matoneo que ha cubierto. ¿Cómo deben actuar los padres o adultos responsables de niños o adolescentes cuando estos llegan hasta a pensar en el suicidio a causa del “bullying” que padecen?

Los casos de suicidio por bullying en redes sociales, lamentablemente, no son excepcionales. Por eso es claro que hay que buscar ayuda profesional para lidiar con el efecto psicológico provocado. Una medida complementaria es marginar al menor de las redes sociales, como en algún momento se hizo con la niña del colegio de élite que usted menciona.

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Se ha referido, repetidamente, a la periodista que atacó al cantante Martín Elías, de quien dijo que era “el hijo de un asesino” (Diomedes Díaz), y claramente lo diferencia como otro tipo de matoneo. Siendo cierta la afirmación de que Díaz fue un homicida, la columnista fue criticada en las mismas redes por la falta de oportunidad de su trino. ¿Qué piensa usted de este caso?

El argumento de lo inoportuno de su trino sobre Martín Elías fue de ella misma durante su entrevista con la W, una manera absurda de persistir en el error. Algo así como: sigo pensando igual, pero no debí decirlo. Su error no fue, simplemente, de oportunidad, sino de concepto: “un hijo (Martín Elías) es responsable de los crímenes de su padre”. Y eso fue lo que se le criticó. Pero como ella tenía un historial de matoneo, discurso de intolerancia y odio, se convirtió en víctima de su propio invento. No lo justifico, sólo lo explico.

Precisamente, a ella le criticaron los términos que usó en otros trinos sobre sus desacuerdos políticos. ¿Por qué?

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Su discurso de odio e intolerancia entraba en el terreno de la injuria y la calumnia, como fueron los trinos sobre Álvaro Uribe, que dijo no recordar. Como decía un título del periódico The New York Times (en donde ella persistió en su error de atar la muerte del cantante con los feminicidios): “trinar es humano, borrar es divino”, queriendo significar que es casi imposible eliminar lo que está en el contenido digital.

¿Los periodistas bajo su dirección tienen la libertad de opinar en redes pese a que parezcan sesgar su trabajo de información?

Sé que entre los colegas es impopular lo que voy a decir: yo sí creo que deberían existir normas que regularan el uso de redes sociales por parte de los periodistas vinculados a medios, porque su credibilidad puede ser seriamente afectada. Su trabajo puede ser visto como sesgado. Esto es especialmente dramático entre aquellos que pontifican de todo. Eso no quiere decir que no puedan ser utilizadas como apoyo o extensión de su trabajo periodístico.

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Yo soy un caso raro y extremo: he restringido mi actividad en redes a lo que hago para Pulzo.

Ejercer control de los contenidos digitales por parte de las autoridades es casi imposible debido al carácter etéreo del mundo virtual. Este carácter y la facilidad de ocultar la verdadera identidad de los autores de los mensajes, ¿hace de las redes un campo fértil para delinquir?

Absolutamente. Son terreno fértil para delinquir. Asumir una identidad falsa para lograr que menores envíen desnudos y luego extorsionarlos es cosa de todos los días. El sexo venganza (publicar fotos o videos íntimos de exparejas) también lo es. Y se me pueden ocurrir más delitos, como pedir plata a nombre de causas benéficas falsas.

Contrariamente a lo que piensa la gente del común, y aunque no siempre es fácil, la tecnología digital permite ubicar a los responsables de delitos, incluso en la llamada web profunda. ¿O la gente cree que es ciencia ficción que se les puede espiar con los celulares, televisores inteligentes, webcams, como se denunció que hacía la CIA? Esta semana se reveló, por ejemplo, que la firma productora de los audífonos Bose podía espiar lo que escuchaban sus usuarios. Google sabe más de la gente que ella misma, por cuenta de sus búsquedas. Y Facebook también lo sabe.

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Aquí existen unas unidades incipientes de investigación para tratar delitos digitales. En Europa se conformó el Grupo de Acción contra el Cibercrimen, pero, por supuesto, la delantera —y mucha— la llevan quienes manejan la red profunda. ¿Colombia está en capacidad de enfrentar este reto?

Como en el resto de la justicia colombiana, el problema es de recursos y voluntad política. La Policía ha demostrado capacidad (la Unidad de Delitos Informáticos de la Dijín es líder en América Latina), pero podría estar desbordada por el volumen de casos, y existe la crítica de que actúa, preferencialmente, en asuntos de impacto mediático. Los jueces no entienden mucho. Además, vale la pena decir que la web profunda puede estar satanizada y mitificada. Satanizada porque no todo lo que ocurre ahí es malo: así como hay delito y terrorismo —Isis, por ejemplo—, es el terreno en el que se mueve la resistencia a regímenes opresivos, el de activistas de derechos humanos y el campo en que se hace mucha investigación. Mitificada porque, a pesar de que predomina el anonimato, no es cierto que quienes actúan allí no sean rastreables. El FBI, por ejemplo, desmanteló hace poco una organización conocida como Silkroad, de sicarios, pedofilia y droga.

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Periodistas profesionales, los “curadores” de contenidos

A propósito de Pulzo.com, usted y su equipo hacen un duro trabajo de verificación y precisión de información antes de publicarla. La competencia con los blogueros, los tuiteros, los youtubers que dicen cualquier irresponsabilidad, lo que se les viene a la cabeza, ¿es muy difícil de enfrentar respecto del número de lectores?

Si se ve en términos de confrontación, uno podría pensar que la pelea está perdida por el número de lectores, seguidores, tráfico o clics. Pero también puede verse en términos de oportunidad: el papel de los periodistas y los medios está evolucionando o migrando mucho hacia lo que se conoce como ‘curadores’ de contenido, como nosotros: aquellos que le dicen a la gente qué es relevante o importante dentro de ese mar de información que hay “allá afuera”, datos y ruido: blogueros, tuiteros, youtubers… y hasta medios tradicionales. Con todo lo malo que pueda existir, hay que aprender a valorar el aporte del contenido social y la posibilidad de que cualquiera pueda generar y publicar información. Hay que dejar la arrogancia de creer que si algo no pasa por las páginas de los medios tradicionales, va a permanecer inédito.

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“Las leyes digitales son muy serias para dejárselas a legisladores ignorantes”

En su opinión, los ciberdelitos ¿pueden castigarse con códigos tradicionales o requerirían leyes especializadas y ciberjueces que conozcan el mundo digital?

Casi todos los delitos están tipificados en los códigos penales tradicionales, tal vez exceptuando algunos informáticos muy específicos, como la intrusión ilegal en sistemas. Piense en la injuria, la calumnia, el matoneo, la pedofilia… casi todos están descritos en las normas existentes. Claro que es deseable que existan jueces, legisladores y funcionarios que entiendan del mundo digital ¿O por qué cree que todo el mundo está aterrado de que un juez ordene el bloqueo de Uber, acogiendo –según informaron medios- el argumento traído de los cabellos de que ese servicio hace uso ilegal del espectro electromagnético, como plantearon unos abogados contratados por el Ministerio del Transporte? Por esa vía, si bloquean a Uber, podrían bloquear decenas de aplicaciones. Y sobre las leyes: ¡Cuidado! Las normas sobre los temas digitales son muy serias como para dejarlas en manos de legisladores ignorantes que pueden terminar censurando, restringiendo, limitando ¿Recuerda la ley Lleras? ¿La reforma tributaria y los impuestos a los computadores e Internet?

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Por El Espectador

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