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“No los dejen pasar la frontera”

Un policía enfermero que participó en la acción militar contra el jefe guerrillero cuenta las tensiones que vivió.

El Espectador

27 de diciembre de 2008 - 05:00 p. m.
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Hacia las cinco de la mañana, con el morral a cuestas y una buena dotación de gasas, vendas, suero antiofídico, analgésicos, antibióticos y equipo de primeros auxilios, descendí del helicóptero en el destruido campamento del jefe guerrillero Raúl Reyes. Llegaba con una misión precisa: atender a los heridos del ataque militar realizado tres horas antes por un grupo de compañeros de las Fuerzas Armadas, el cual escuché desde mi posición a dos kilómetros del lugar de los hechos.

Llegué con 31 integrantes del Comando Jungla de la Policía a relevar a los 60 uniformados que habían participado en la operación. Mientras los compañeros aseguraban el área, emprendí mis labores de enfermero. Lo primero fue constatar que un soldado estaba muerto. Creo que se desnucó en la caída de un árbol. Luego atendí a un subteniente de la Policía con la cadera fracturada. De inmediato fue evacuado de la zona.

Después encontré a una presunta guerrillera en mal estado. Tenía esquirlas en el abdomen y en los brazos, un agujero en una de sus nalgas y heridas en uno de sus talones. Como lo enseña la experiencia, empecé a hablarle. Me dijo que había llegado la noche anterior, que tenía 25 años, no conocía a Raúl Reyes y vivía en Ecuador. Le puse suero, le vendé la pierna, le cambié la ropa y quedó estable. Nunca tuvo claro que estaba casi encima de dos cadáveres.

El tiempo iba pasando y el mayor que estaba a cargo del operativo recibía instrucciones de que todo iba bien y que no había problemas con las autoridades ecuatorianas. Entonces atendí a otra mujer que estaba en peores condiciones y amarrada a un árbol. Tenía quemaduras de segundo y tercer grado e incrustaciones de astillas de madera que le atravesaban un brazo. También quedó estabilizada. Seguimos buscando sobrevivientes, pero de repente la situación se complicó.

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La primera orden que recibió el mayor fue que entregáramos las armas al ejército ecuatoriano, que iba a llegar a la zona. La súbita decisión nos sorprendió a todos, pero antes de que alguien reaccionara, llegó la orden perentoria: “Salgan como puedan”. Sólo con nuestros morrales y dotaciones de agua, salimos de la zona. Todo quedó tirado. Las armas incautadas a la guerrilla, los cadáveres de los insurgentes. Hasta los heridos quedaron abandonados. “No me dejen aquí”, clamó una de las mujeres heridas. No había nada que hacer.

Los 32 hombres salimos literalmente huyendo. Lo único distinto que cargábamos era el computador personal de Raúl Reyes y unas cuantas USB. Nada más. El único objetivo era pasar la frontera y salvar nuestras vidas. El ejército ecuatoriano alcanzó a hostigarnos y nos atacaron con granadas de morteros. La verdad, nos salvó la noche. Ellos no tenían autonomía para volar en la penumbra y eso nos permitió avanzar entre los árboles, en estricta fila india y en absoluto silencio. “No los dejen pasar”, alcanzamos a escuchar a nuestros persecutores.

No había hambre ni sed, sólo la necesidad de no dejarse ver por la tropa ecuatoriana. Toda la noche caminamos. A las cinco y treinta de la mañana del domingo 2 de marzo, en una canoa facilitada por un campesino, sigilosamente pasamos el río y en la otra orilla nos recibió el ejército de Colombia, justo en el momento en que los militares ecuatorianos descendían por sogas rápidas desde sus helicópteros. Sólo en ese momento llegó el descanso. En helicóptero nos llevaron hasta Puerto Asís y de allí, en avión Hércules, hasta Bogotá, donde nos recibió el general Naranjo.

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Lo demás son recuerdos. La imagen del cadáver del guerrillero Reyes, gordo, chiquito y barbado, evacuado de la zona como una prueba mayor. Los gritos de una de las mujeres, que resultó ser mexicana, pidiendo que no la dejaran, pero después diciendo que había sido maltratada. El miedo en medio de la fuga oyendo las pisadas de quienes nos persiguieron por más de 12 horas. Y el comentario del general Naranjo cuando se percató de que no teníamos aliento para relatar nuestra peripecia: “Váyanse a descansar”. Mientras muchos colombianos cobraban victoria, la nuestra se pospuso hasta el tercer día.

Duro golpe a las Farc con la muerte de ‘Reyes’

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 En una operación militar sin precedentes fue abatido el jefe guerrillero de las Farc Luis Édgar Devia Silva, alias Raúl Reyes, el 1º de marzo de 2008. El subversivo cayó a menos de dos kilómetros de la frontera con Colombia, dentro de territorio ecuatoriano. Junto a Reyes perdieron la vida 23 integrantes más del grupo armado y otros tres resultaron heridos. Unidades de la Policía colombiana realizaron las labores de inteligencia para ubicar el campamento del jefe subversivo y fue el Ejército el encargado de llegar al lugar y efectuar el ataque. La acción militar desató una crisis diplomática que no se ha podido superar hasta el momento, pese a que ha habido acercamientos entre los dos gobiernos, incluso con la mediación de la OEA.

Por El Espectador

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