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¿Para qué sirvió la Comisión de la Verdad en Sudáfrica?

Para el momento que vive Colombia frente al proceso de paz, el bailarín y coreógrafo colombiano Álvaro Restrepo se dio a la tarea de traducir y presentar un fragmento del libro “Country of My Skull” (“País de mi calavera”) de la poeta sudafricana Antjie Krog.

Álvaro Restrepo, especial para El Espectador
12 de octubre de 2015 - 02:00 a. m.
 Los estudiantes negros protestan por tener que usar el lenguaje afrikaans en la escuela (Soweto, agosto de 1976).
Los estudiantes negros protestan por tener que usar el lenguaje afrikaans en la escuela (Soweto, agosto de 1976).

La primera vez que oí hablar de Antjie Krog fue gracias a la finada revista Número. Su artículo “El perdón africano: demasiado sofisticado para Occidente” (Número 43) me impresionó hondamente. A partir de su lectura me dediqué a buscar otros libros y textos de esta extraordinaria poeta y ensayista sudafricana (afrikáner) y me sumergí en tres de sus libros más apasionantes: el primero, Begging to be Black (Implorando ser negro), una meditación sobre las dificultades y dilemas morales de ser blanco en una sociedad mayoritariamente negra y oprimida por un régimen de oprobio. Luego, A Change of Tongue (Un cambio de lengua), sobre la transición entre este régimen —que convirtió a Sudáfrica en un país paria— y la anhelada pero imperfecta democracia de hoy... Y por último, Country of My Skull (País de mi calavera), su reflexión sobre los logros, aciertos y fracasos de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación en su país. Country of My Skull ha sido descrito como “una amalgama de periodismo, prosa, narrativa personal y poesía —lo que le ha válido a Antjie Krog reconocimiento mundial— con el acierto de haber logrado capturar la enorme complejidad moral, emocional e histórica del proceso de reconciliación en Sudáfrica”.

He tenido la fortuna de visitar Sudáfrica en dos ocasiones con la Compañía Cuerpo de Indias, núcleo profesional de El Colegio del Cuerpo. La primera vez en 2011. Fuimos invitados por la Embajada de Colombia en Pretoria y tuvimos la oportunidad de actuar también en Johannesburgo. En esa ocasión viajamos con nuestra obra Inxilio: El sendero de lágrimas (versión de cámara), nuestro homenaje a las víctimas del conflicto armado colombiano. La segunda visita fue en 2013. En esta ocasión fuimos invitados por el Ballet de Johannesburgo para montar una obra de nuestro repertorio, A Dios el mar (Réquiem secreto), para un elenco mixto de bailarines sudafricanos (de todos los colores) y colombianos (de todos los colores). Tuvimos el privilegio de presentarla en el Nelson Mandela Stage de Johannesburgo y en la bellísima Ciudad del Cabo...

Para los colombianos, y especialmente para quienes vivimos en la muy afromestiza (y muy racista) ciudad de Cartagena de Indias, el contacto con la nueva Sudáfrica fue más que conmovedor: a pesar de los pesares, de las imperfecciones —errores y horrores— de la transición hacia una sociedad democrática, libre y pluriétnica, lo que se logró en Sudáfrica (y que pudimos constatar de primera mano) con el desmonte del apartheid —vergüenza cósmica de la humanidad— es impresionante. La importancia del legado de Nelson Mandela es, por tanto, también cósmica y equiparable con el de otros grandes: Cristo, Ghandi, Luther King...

Sin embargo, hoy la gente en Sudáfrica protesta por la corrupción y por el hecho de que muchas cosas no han cambiado para los más pobres. En Cape Town nos sucedió algo que quizás ilustre lo que está ocurriendo en la Sudáfrica de hoy: quisimos comprar billetes de tren para viajar desde un suburbio hasta el centro de la ciudad. El taquillero nos preguntó: “¿Billetes de primera o de tercera clase?”. Nos miramos unos a otros sorprendidos y le dijimos: “¿Qué tal de segunda clase...?”. Y nos respondió: “No existen... ¡sólo se venden de primera o de tercera!”. Optamos finalmente por comprar los de primera, pues nos habían advertido que no era recomendable viajar en tercera clase. La verdad es que en el vagón de primera íbamos rodeados por varios mendigos y personajes siniestros... En muchos semáforos de Johannesburgo y de Pretoria vimos muchachos —negros— con una bolsa de plástico —negra— ¡atada al cuello!, mendigando ¡basura! a los conductores.

Sí, la sociedad sudafricana aún es una sociedad de primera y de tercera clase... Algunos negros —sobre todo los que están vinculados al Gobierno y al poder económico— han entrado a la primera clase. Pero aún hay una enorme “negrería” descastada y desclasada que no ha tenido acceso a los beneficios de la nueva sociedad. Es cierto, hay avances: por lo menos hoy hay libertad de movimiento, los guetos son sólo económicos y no se necesita un salvoconducto para ir de un barrio o de una ciudad a otra.

Lecciones y lesiones

He querido compartir con los lectores de El Espectador mi traducción de un fragmento del epílogo de Country of My Skull, pues considero que puede tener un gran interés, sobre todo en la actual coyuntura de nuestro país, en la que nos aprestamos para constituir nuestra propia “comisión de la verdad y la reconciliación”.

Con frecuencia les digo a mis muchachos en El Colegio del Cuerpo: “Atención: las lesiones son lecciones”. Que las lesiones y las lecciones del proceso sudafricano de reconciliación nos inspiren a los colombianos y nos ayuden a conducir nuestro propio proceso hacia una sociedad —ojalá un día sin estratos y sin clases— más humana, pacífica, equitativa y plural.

* Director de El Colegio del Cuerpo.

Quiero agradecer al Festival de Poesía de Medellín, que facilitó mi contacto directo con Antjie Krog, y a ella, por haber autorizado la publicación de este fragmento.

Apartes del epílogo del libro "Country of my skull"

(“País de mi cráneo”), de la poeta sudafricana Antjie Krog

¿Qué tan exitosa fue la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR) en Sudáfrica?, es la pregunta que con más frecuencia se escucha.

La respuesta es, a la vez, simple y compleja.

Es simple porque es imposible pensar en Sudáfrica sin la CVR. Además de la liberación de Nelson Mandela y su inquebrantable lucha por la reconciliación y por la realización de las primeras elecciones democráticas de Sudáfrica, la CVR se convirtió en otro sello distintivo de la capacidad de nuestro país para encontrar respuestas nuevas a viejos interrogantes.

Pero se torna compleja cuando se trata de construir una vara de medición. ¿Exitosa en qué términos? ¿Nuremberg? ¿Chile? ¿África del Sur? ¿En términos de las expectativas sudafricanas? ¿Expectativas internacionales? ¿Justicia? ¿Verdad? ¿Reconciliación?

El hecho de que antiguos gobernantes —políticos y militares— de Zimbabue, Namibia, Mozambique, Chile y otros países sudamericanos recibieran una amnistía general, y que en Sudáfrica no, parece importar muy poco. Muchos sudafricanos se sintieron irritados al comprobar que la CVR no trajo consigo el cambio, la justicia, la reparación. Pero pronto la irritación dio paso a la indignación hacia el nuevo gobierno por negarse a proveer fondos para la reparación de las víctimas. El fracaso del gobierno, al no entender los orígenes de la CVR, su legislación y hallazgos, se manifestó en niveles muy profundos de desconfianza hacia ella. De otra parte, el fracaso de la CVR para corregir esto fue indicativo de la completa ruptura en la comunicación entre personas que en un momento fueron camaradas de lucha, pero que hoy son políticos y líderes cívicos/sociales.

El primer punto importante de señalar acerca del trabajo de la CVR es que cualquier país que desee embarcarse en un proceso similar necesita tener muy claro qué espera de esta comisión. ¿Se trata acaso del deseo de establecer una “moralidad de responsabilidades”? ¿O de deshacerse de incómodos asuntos —judiciales o políticos— heredados del pasado? ¿Está buscando maneras reales para satisfacer las necesidades de las víctimas o es simplemente un vehículo para otorgar amnistías a los victimarios? ¿Está buscando establecer los hechos y/o reescribir la historia? ¿Es su propósito evadir el castigo o pavonearse? ¿Está buscando establecer y propagar una cultura de derechos humanos? ¿O es su fin primero prevenir potenciales batallas disruptivas entre viejos enemigos, mientras el nuevo orden y gobierno se establecen?

Ninguna comisión puede alcanzar todos estos fines sin perder el foco. Cuando la CVR de Sudáfrica inició su trabajo a fines de 1995, tenía un nombre y una legislación sólida, aunque compleja, sobre la cual podía trabajar, pero, a la vez, cargaba el fardo de una amplia variedad de profundas y conflictivas expectativas ciudadanas.

Es importante evaluar el éxito o el fracaso de la CVR en contra de la legislación que la gobernaba. Los componentes claves de la legislación tenían que ver con: i) crear un foro para las víctimas, ii) establecer la verdad, iii) reparaciones, iv) amnistías y v) reconciliación.

En sus esfuerzos por crear un foro para las víctimas, la CVR obtuvo un éxito significativo. Las experiencias narradas por las víctimas se han convertido de manera auténtica en parte de la psyche nacional y están ya enraizadas, por primera vez, en la historia —reconocida y admitida— de este país. El legado de estas voces auténticas reclamó la historia de nuestro oprobioso pasado y este legado está asegurado para el beneficio y salvaguardia de su futuro.

Sólo este logro justifica la existencia de la CVR y nadie podrá jamás borrar o deshacer esto. Lo que ha sido menos reconocido en todas las evaluaciones, sin embargo, es la contribución extraordinaria de la CVR en tratar a todas las víctimas por igual. No hubo víctimas de primera y segunda clase. La madre cuyo hijo murió oponiéndose al apartheid dio su testimonio al lado de la madre cuyo hijo murió defendiéndolo. Blancos y negros, personas “de color”, hindúes, analfabetas y letrados, rurales y urbanos —el testimonio de todos y cada uno fue respetado de la misma manera—. La CVR le enseñó al país que la tristeza, la soledad, el estupor y el dolor no conocen color o credo, que la cortada de la herida es la misma para todos. Esta es una ruptura mayor con la concepción internacional sobre la condición de víctima y sigue siendo el logro menos reconocido de la CVR de Sudáfrica.

La CVR fue razonablemente exitosa en establecer la “verdad factual”, la verdad de los hechos... En determinar “qué ocurrió”. Muchos nombres de perpetradores de grandes violaciones de derechos humanos salieron a la luz pública gracias a sus solicitudes de amnistía. Fue menos exitosa la CVR en convencer a los sudafricanos sobre la “verdad moral”... sobre “quién fue responsable”.

La reparación del trauma de las víctimas es el fracaso más grande —además de admitido— de la CVR. Luego de casi siete años del primer testimonio, las víctimas no han recibido nada. En cambio, la amnistía otorgada o denegada tiene efecto inmediato. El gobierno ha dicho de muchas maneras que toda la población negra sufrió bajo el apartheid y que pagar una reparación a unas cuantas víctimas (17.000) sería injusto. También se ha dicho que nadie se opuso al apartheid con la idea de recibir una recompensa económica; aún peor, un ministro del gabinete insinuó que hubo muchos “actores” infiltrados ente las víctimas que testificaron ante la comisión.

El comisionado Yasmin Sooka reaccionó airado a estas afirmaciones. “Cuando nuestro país aceptó que debía emprender la ruta de la CVR, aceptamos también que adoptaríamos un modelo de justicia restaurativa más que uno de justicia retributiva... Esta noción de justicia restaurativa está en peligro. Está amenazada por nuestro fracaso para lograr los cambios en las condiciones materiales de aquellos que se atrevieron a contar sus historias. Me temo que si no lidiamos con esta visión y estas promesas que le hicimos a nuestra gente, podemos caer en lo que está viviendo hoy Zimbabue. En los 20 años que han pasado, ese gobierno no ha hecho ningún esfuerzo por abordar el tema de los veteranos de guerra y este asunto inconcluso puede destruir el presente”.

Sooka también señaló que la Corte Constitucional estableció que las amnistías sólo eran viables en la medida en que nos comprometiéramos con las reparaciones de las víctimas. Ellas tienen hoy el derecho de acudir a las cortes para detener el otorgamiento de amnistías.

“Sería una tragedia que esta frágil paz que hemos conseguido se pusiera en peligro al derrumbarse el puente hacia la reconciliación que pretendía ser la ley de amnistías… Informes de prensa han afirmado que no hay recursos para las reparaciones… Sin embargo, sí los hay para la compra de armas. ¿Cuáles son entonces las prioridades de esta nueva democracia?

Otro estribillo popular afirma que la gente no hizo todo esto por dinero. Esto es cierto. Nadie lo hizo por dinero. Sin embargo, aquellos que participaron en la lucha recibieron una pensión especial, muchos tienen empleos bien remunerados y no he escuchado de ninguno que se haya rehusado a recibir un salario. Aquellos perpetradores que recibieron amnistía sólo perdieron su imagen pública. Aún tienen sus pensiones, su tierra, sus carros, sus familias. En cambio, aquellos a quienes despojaron no tienen nada”.

De las 7.115 solicitudes de amnistía con las que tuvo que ver la CVR, 1.146 (más del 16%) fueron otorgadas y 5.504 (77,3%) fueron denegadas. Esto crea más problemas que los que resuelve, ya que no sólo deja al país con un gran número de victimarios confesos que deben ser judicializados, sino un número aún mayor de personas que soportaron presiones de la CVR para que solicitaran amnistías. No obstante el llamado del presidente Mbeki, al inicio del proceso, para no dejar una gran cantidad “de asuntos inconclusos”, el Comité de Amnistías ha hecho exactamente eso… ¿Quién debería ser enjuiciado ahora? ¿Los prominentes generales blancos del ejército y los señores de la guerra que denigraron y se mofaron de todo? ¿O los victimarios comunes que asistieron durante semanas a las audiencias públicas y recibieron negativas a sus solicitudes de amnistía?

El ministro Kader Asmal, del Consejo Nacional Africano, quien durante años fue profesor de derecho y decano de humanidades en Dublín, y estuvo muy involucrado en el establecimiento de la Comisión de la Verdad, advirtió acerca de la sobrejudicialización de los procesos de la CVR.

“Un motivo adicional de preocupación es la creciente judicialización de los procedimientos de la Comisión de la Verdad. De hecho, la CVR debe su existencia en parte al rechazo de la opción judicial para lidiar con el pasado… Aquellos que aseveran que un muro separa la ley de la política abogan para que en general los jueces deban ser olvidadizos en lo que respecta a las consecuencias sociales de sus decisiones. Esto debe ser rechazado. Un punto de partida preferible es que el propósito supremo de la ley deba ser el de servir a los fines de la sociedad (fines societales)”.

Lo que Asmal predijo se cumplió al pie de la letra: las audiencias para otorgar amnistías se convirtieron en cuasi-tribunales y procedimientos judiciales, con todos los costos y dilaciones que ellos arrastran. Esto, por supuesto, significó que los argumentos a favor de resultados judiciales, en contraposición a resultados morales o políticos, se vieron fortalecidos. Judicializar los procedimientos inevitablemente judicializó la substancia.

El carácter y la legislación del Comité de Amnistías hizo que esto fuera ineludible. Los tres altos magistrados del Comité de Amnistías no formaron parte de la CVR y no compartieron la vida y vicisitudes de la Comisión desde el inicio. No participaron en las semanas de retiro prescritas por el arzobispo Tutu, para concentrarse en los objetivos de la reconciliación y la sanación, todo el ethos para tratar de pasar de un espacio amoral a uno moral y humano. Al no hacer parte de las audiencias sobre derechos humanos, con frecuencia estuvieron aislados de las presiones políticas, morales, financieras y mediáticas.

Lenta, dolorosamente —muy respetuosas de los procedimientos legales—, estas mentes honorables, legales, decentes emprendieron su tarea. En el entretanto, el tictac del reloj continuaba inexorable: la CVR se cerró, las oficinas se clausuraron, el dinero se agotó, los sabuesos de las noticias continuaban al acecho, la política cambió y los victimarios se murieron de cáncer o de viejos. Sudáfrica arribó al nuevo milenio con el Comité de Amnistías operando a pleno vapor y el gobierno posponiendo cualquier decisión sobre las reparaciones “hasta la entrega del reporte final en octubre de 2001”.

Pocas personas creen que el proceso de la CVR haya logrado la reconciliación... Sin embargo, si pensamos que el cometido de la CVR no era el de lograr la reconciliación sino contribuir a ella, entonces el proceso obviamente jugó un papel muy valioso. La reconciliación es un ciclo cuyo paso inicial es redefinir el ser. Pues la primera víctima del conflicto es la identidad: la literatura sobre la reconciliación señala que alejar a los antiguos adversarios unos de otros es un punto crucial en la reconciliación —la identidad redefinida hace posible una nueva clase de relación—. ¿Soy yo, acaso, sólo un monstruo del apartheid? ¿Soy yo sólo un negro oprimido? Los negros se están redefiniendo actualmente en términos de Renacimiento Africano; los afrikáners en la Guerra de Sudáfrica. Estamos también redefiniendo cómo lo negro es negro y qué es ser blanco. Si esta redefinición fracasa, un grupo puede quedar congelado en una permanente búsqueda de identidad, que con frecuencia se expresa en formas rígidas y agresivas de etnicidad o nacionalismo.

La esencia de la reconciliación sudafricana, sin embargo, tiene mucho más que ver con comportamientos conciliadores y sobrevivencia instintiva a través de la negociación, que con procesos judeocristianos. A través de los tiempos nos hemos vuelto maestros de negociación con el pasado, con todo el amplio rango de estrategias de supervivencia —escogencia, vuelo, amnesia, rituales, clemencia, debate, negociación, riesgo (brinkmanship) y consenso nacional. El objetivo no es evitar el dolor o la realidad, sino lidiar con la búsqueda incesante de autodefinición y, a través de la negociación, transformar las diferencias en bienes (assets).
Al forzar a un país a que se redefina a sí mismo a través de los testimonios de sus víctimas y victimarios, la CVR ha hecho posible una nueva relación. Pero el ciclo deberá repetirse muchas veces para que esta nueva relación perdure. Esto también tendrá que venir acompañado por cambios cualitativos profundos en las condiciones de vida de los más pobres, para crear una sociedad más equitativa… De lo contrario, estas frágiles conquistas estallarán ante nuestros ojos.

* Traducción de Álvaro Restrepo.

 

Por Álvaro Restrepo, especial para El Espectador

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