Publicidad

'Que responsables de Miss Tanguita reciban condenas me parece exagerado e hipócrita'

Así lo asegura el escritor y académico Gregory J Lobo, quien analiza desde la mirada sociocultural el certamen de belleza infantil y señala que más allá de criminalizar el evento, Colombia debe cambiar su cultura.

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Gregory J Lobo* - Especial para El Espectador
15 de enero de 2015 - 01:10 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

 La celebración del concurso ‘Miss Tanguita’ en Barbosa (Santander) el fin de semana pasado ha causado un escándalo. ¿Por qué? El concurso estaba en la programación de Festi-Río 2015, disponible en el portal viajaporcolombia.com, y nadie alzó la voz llamando la atención sobre el evento.

Entre desfiles de carros deportivos y el desfile de ‘Miss Tanga’ (para mayores de edad, se supone), ‘Miss Tanguita’ quedó programado para el sábado a las 4 de la tarde y su coronación el día siguiente a las 3. Ahora, después de hecho y habiendo visto imágenes del evento (que yo desconozco; tampoco las quiero ver), salieron las objeciones. La más conocida es la de la directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, quien habla de un “concurso aberrante”, del “maltrato infantil” y la “irresponsabilidad de los padres” involucrados, y busca denunciar los responsables ante las autoridades.

Pero otra actitud manifiesta el Congreso de la República, el cual, ante una iniciativa en 2014 que habría prohibido los concursos de belleza infantil, permitió que “la iniciativa sucumbiera en el trámite de aprobación”. Parece que el Congreso representa más fielmente los sentimientos de los colombianos ante tales eventos, como también los parecería representar la alcaldesa de Barbosa, quien promovió el evento y sigue defendiéndolo.

A lo que voy es que en Colombia, como en muchos otros lugares del mundo, para la mayoría – incluidas las mismas mujeres – la mujer sigue siendo valiosa principalmente por su cuerpo. La única heroína popularmente conocida de la independencia colombiana, Policarpa Salavarrieta, La Pola, es heroína no tanto por sus hazañas en la vida sino por la de su sacrificio: entregó su cuerpo a la causa. La traigo a colación porque creo que sigue siendo, lastimosamente, el deber de la mujer entregar su cuerpo al colectivo. Es parte de los procesos culturales dentro de los cuales somos todos socializados o integrados a la vida compartida en Colombia (pero no solo aquí). Hablamos de la autonomía personal, decimos que cada uno es soberano de su propio cuerpo, pero la ecuanimidad con la que reflexionamos sobre los concursos de belleza, especialmente los concursos infantiles de belleza, delata otra realidad.

Desde que nace, en Colombia el cuerpo femenino y por ende el ser femenino debe someterse a las exigencias del grupo. Apenas nacida, se le perforan sus orejas, marcándola, de modo inconfundible, como la niña/mujer que tiene que ser. Ojo, no como la niña/mujer que es, sino la que tiene que ser. Es niña, pero no lo es suficientemente. Hay que suplementar su condición biológica con adornos – signos, realmente – culturales. Aretes y ropa del color apropiado. Y más que pronto aprende que lo mejor que puede ser es ser bonita, y lo mejor que puede hacer es hacerse preciosa, deseable.

El escándalo, quiero decir, no es obviamente un concurso de belleza que se ha reiterado varias veces desde 2008 y que tiene sus versiones locales por doquier. Estos eventos no son más que la consecuencia lógica y esperada de nuestros procesos culturales, procesos que alimentamos nosotros desde el parto en adelante, que consisten en un enfoque casi exclusivo en las apariencias femeninas, en el encanto físico de la niña y la mujer. Es esto el escándalo.

El escándalo no es que estos eventos “ponen en peligro la integridad” de las concursantes, como afirma la directora del ICBF; el escándalo es que estos eventos son parte de la formación integral de las niñas y mujeres de hoy día, sean participantes activas o no. Los concursos de belleza constituyen un punto non plus ultra en la objetivación de la niña y la mujer, y son un fenómeno de aceptación general. Mientras los concursos de belleza masculina (de los fisioculturalistas) son un fenómeno sub cultural, los concursos femeninos son parte importantísima de la cultura dominante. Las reinas reciben de la cultura dominante respeto y honor. Los públicos de los distintos escenarios reciben los cuerpos ofrecidos como instancias o ejemplos o, como se dice, modelos de lo que es o por lo menos de lo que debe ser, una mujer.

Que los responsables del evento en Barbosa reciban alguna condena me parece exagerado e hipócrita – a menos, por supuesto, que hubiera realmente actos criminales practicados contra las concursantes. Sería una manera de liberarnos de nuestra culpabilidad a través de un chivo expiatorio. Sí, nuestra culpabilidad, porque la objetivación del cuerpo femenino es parte integral de nuestra cultura. Entonces dejemos de plantear objeciones; cambiémosla ya.


*Gregory J Lobo: Doctor en literatura de la Universidad de California, autor del capítulo “Rearticulaciones colombianas: raza, belleza y hegemonía” del libro Pasarela Paralela: Escenarios de la Estética y el poder en los reinados de belleza y profesor del departamento de Lenguajes y Estudios Socioculturales de la Universidad de Los Andes.

Por Gregory J Lobo* - Especial para El Espectador

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.