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Un poco antes de llegar a Codazzi, Cesar, desde Valledupar, aparecen grandes plantaciones de palma africana; un paisaje aburrido y monótono. Media hora larga de recorrido y hay una enorme fábrica de biocombustible y su batallón militar respectivo. El panorama no cambia hasta llegar a Becerril, donde de un lado comienzan los extensos bosques artificiales de teca, eucalipto y acacia mágnum, y de otro el carboncillo producido por la compañía Glencore, que explota las reservas carboníferas de la mina La Jagua con tres proyectos mineros: Carbones de La Jagua S. A., Consorcio Minero Unido S. A. (CMU) y Carbones El Tesoro S. A. (CET).
Más allá, hacia el río Magdalena, pastan miles de cabezas de ganado. En el piedemonte de la serranía del Perijá, al noreste de Becerril, está el corregimiento Estados Unidos, al que se llega por una trocha destapada —que en invierno se vuelve un barrizal— limitada por cercas, unas de alambre de púas y otras eléctricas. Ya no existen los gigantescos caracolíes, y los samanes son escasos. Un extraño silencio entra por las ventanas de la camioneta a medida que nos acercamos a un pueblo que fue y no ha vuelto a ser.
De entrada, la trocha se convierte en calle principal, a cuyos lados hay 33 casas abandonadas invadidas por bejucos y amenazadas de ser devoradas por el rastrojo, la primera avanzada de la selva para recuperar su poder. Mirando las ruinas, las casas vacías, las ventanas como cuencas sin ojos, las puertas destrozadas, no se puede dejar de pensar que hace 10 años había mujeres con niños, hombres trabajando, escuela, puesto de salud; que por los caminos de herradura bajaban mulas cargadas con café, con aguacate, con maíz, y que en la plaza principal se reunían, los días domingos de cosecha, más de 300 bestias.
Estados Unidos era entonces el centro de la economía campesina del sur de la serranía del Perijá. Becerril, un pueblo de carretera que tenía la virtud de haber conservado una iglesia colonial, pequeña, blanca y adornada con tres cúpulas, donde fue bautizado Rafael Orozco, la más pura voz del vallenato. El obispo mandó derribar la iglesita porque, según su leal saber y entender, era estrecha y oscura, y en su lugar —en el mismo sitio—, dándole frente a la plaza donde hay dos árboles de mango y un gran caucho, las compañías carboneras mandaron construir una catedral que parece una bodega. Rafaelito Orozco fue asesinado en Barranquilla en el mismo año en que se colocó la primera piedra de ese esperpento.
Becerril fue fundado por Bartolomé de Aníbal en 1594 y es, por tanto, uno de los pueblos más antiguos de la región Caribe. Era la época en que, en la zona del Cesar, los ganaderos se apropiaban de tierras a ojo, parados en los estribos de sus caballos, desde donde tiraban el lienzo —hilo de alambre— y ponían madrinas —de ganado—.
Los dueños de la tierra
La colonización del Perijá, como todas las colonizaciones en el país, comenzó por ser puntos de aserrío. Los aserradores entran buscando cortes de madera fina, abriendo trochas y sembrando pasto para las mulas que acarrean los bloques. Son la avanzada de los campesinos que entran una vez se acaba la madera fina. En el lugar donde se hizo el corte para pasto se construye un rancho de vara en tierra y en el abierto se siembra maíz, yuca, plátano y arroz.
Durante la violencia de los años 50 llegaron campesinos de los Santanderes y de Tolima a refugiarse en las selvas de la serranía. Se fundaron pueblos como San José de Oriente y Pailitas. Otros, ya fundados, como San Diego, Codazzi y Becerril, aparecieron en los mapas. En las zonas planas, más fértiles y cercanas a los pueblos, las haciendas ganaderas comenzaron a expandirse avanzando colonos. Los hacendados adelantaban remesa a los campesinos para que tumbaran monte, sembraran pasto y transfirieran el abierto a su propiedad. Así se hizo la hacienda Estados Unidos, propiedad de Rodolfo Danies, quien por su apellido de origen francés pudo ser amigo del general Lafaurie.
El señor Danies tenía un hijo estudiando en EE.UU. y como homenaje al imperio le puso ese nombre a su gran hacienda, que comenzaba en el río Tucuy y terminaba en la serranía del Perijá, seguramente en el quiebre de aguas, límite con Venezuela. Para los colonos, el nombre evocaba una tierra lejana y ajena. A la región llegaron por aquellas fechas Mari Hidalgo, Rogelio Bohórquez y Hernán Ceballos a montar un aserrío y a cultivar maíz. Las cosechas fueron tan abundantes, que la región hizo nombre y atrajo a numerosos campesinos.
El litigio de tierras entre Danies y los colonos quedó planteado. Del maíz se pasó al café. El origen andino de los colonos, el clima favorable y el precio estable del grano favorecieron la siembra de pequeñas plantaciones de arábica, una variedad tradicional que requiere sombrío, para lo que los colonos usan los árboles de guamo. La agricultura implica trochas, puentes y tiendas. Un pequeño caserío se formó alrededor de un punto de encuentro de caminos. La gente lo distinguía con el nombre de la vereda, que era el mismo de la hacienda de Danies.
A finales de los años 50 se terminó de construir la carretera entre Aguachica y Valledupar, y una cadena de pueblos ignorados como Becerril, Codazzi y San Diego se volvieron centros de mercado y puertas de colonización hacia la serranía del Perijá, estimulada por el buen precio del café y la fertilidad de la tierra. En la zona plana el algodón compitió con la ganadería hasta desplazarla hacia el suroccidente. Fue la época del Oro Blanco.
El precio del suelo se disparó, Codazzi se volvió sinónimo de bonanza y los campesinos fueron expulsados de las parcelas que habían logrado salvar de la expansión ganadera. En el Perijá se comenzó a hablar de otra bonanza, la marimbera, originada en la Sierra Nevada de Santa Marta; los Cuerpos de Paz de la Alianza para el Progreso la habían vuelto famosa en EE.UU. y los poderosos contrabandistas de La Guajira la vincularon a sus negocios. Estas dos bonanzas coincidieron con el fracaso de la reforma agraria y la firma del Pacto de Chicoral en 1974. Tres procesos que empujaron un conflicto armado no resuelto que se venía gestando desde mediados de los años 40.
La revolución
El contingente de estudiantes que recibió instrucción militar en Cuba a comienzos de los 60 creó un foco revolucionario, siguiendo las tesis del Che Guevara, en San Vicente de Chucurí, la misma zona donde el general Uribe Uribe licenció sus tropas después de la derrota de Palonegro, en 1899, y la misma zona donde Rafael Rangel organizó un grupo liberal guerrillero que se levantó contra el gobierno de Ospina, en 1948. Uno de los fundadores del Eln fue Víctor Medina Morón, natural de La Paz, Cesar, un pueblo cercano, en la base del Perijá.
Medina fue fusilado en 1968, lo que dio lugar a divisiones internas y a un debilitamiento progresivo que fue sellado por la gran derrota que sufrieron los insurgentes, en 1973, en Anorí. Una de las consecuencias del demoledor golpe fue el desplazamiento de un grupo del Eln al Perijá, justamente a una zona cercana a San Diego, el pueblo donde había nacido Medina Morón. A San Diego habían llegado un tiempo antes los supérstites de otro grupo guerrillero fundado también en Cuba por Tulio Báyer, comandante de un frustrado levantamiento en el Vichada en 1962, encabezados por Pedro Baigorri, un vasco que había sido amigo y cocinero del Che y de Fidel en La Habana.
Baigorri abrió la zona y murió hacia el 70 en un enfrentamiento con el Ejército Nacional en la vereda Media Luna, donde el Eln echó raíces. Durante los años 70 el Eln creció silenciosamente hacia el sur del Perijá. Uno de sus comandantes, Carlos Bustamante, creó una zona de apoyo entre Becerril y Pailitas, y un campamento permanente en las cercanías de la vereda Estados Unidos.
Mientras tanto, las Farc, que ya eran fuertes en el Catatumbo y Arauca, llegaron a la Sierra Nevada de Santa Marta y al Perijá en momentos en que la bonanza marimbera se debilitaba y los combos se dividían. Las guerrillas se apoderaron con facilidad del armamento de los combos y se fortalecieron como poder regional. Hicieron acuerdos territoriales con el Eln, uno de los cuales les permitió concentrarse en Becerril y organizar un comando fijo en un pequeño caserío llamado Santafé, en la vereda La Victoria de San Isidro, que se conoció con el nombre de La Fiscalía por el poder que tenía; era una especie de embajada del frente XLVII en la región.
El algodón no había entrado en crisis, la ganadería era próspera y el comercio muy activo. Total, el dinero corría a chorros y la financiación de la guerra mediante el secuestro y la extorsión se les facilitó a las guerrillas. La Fiscalía se transformó en el lugar donde se negociaban los secuestros y, de hecho, se gobernaba la zona.
El factor ‘Trinidad’
Uno de los más influyentes comandantes del frente se llamaba Ricardo Palmera, cuyo nombre de guerra se hizo célebre como Simón Trinidad, dos de los nombres del Libertador Bolívar. Hijo de una familia aristocrática de Valledupar; su padre, don Ovidio, fue un jurista destacado por su honestidad —reconocido como “La conciencia moral del Cesar”—, senador de la República y, como muchos profesionales vallenatos, tenía una hacienda ganadera.
Se recuerda el escrupuloso tratamiento laboral que daba a sus trabajadores, al pagarles todas sus prestaciones antes de que fueran obligatorias por ley. Ricardo estudió en el colegio Helvetia de Bogotá y por eso hablaba francés. Estudió economía en la Universidad Jorge Tadeo Lozano y luego en la Universidad de Harvard, por lo tanto, también hablaba inglés. Fue gerente del Banco del Comercio en Valledupar y miembro de la recién creada en la época Unión Patriótica, que llegó a tener en el país cinco senadores, 15 representantes a la Cámara y 200 alcaldes; una amenaza para los políticos locales, que se vieron desplazados de la noche a la mañana por un movimiento que trataba de cambiar los fusiles por las papeletas electorales.
Ricardo fue amenazado de muerte. Se le consideraba un traidor a su clase y autor de los numerosos secuestros que tuvieron lugar en Cesar. Cuando comenzaron a ser asesinados los miembros de la UP, y antes de que las balas lo alcanzaran, optó por ingresar a la guerrilla. Hizo cursos en la escuela militar de las Farc, situada entre los ríos Duda y Sinaí, en la región del Sumapaz, y una vez preparado para la guerra fue nombrado en la dirección política del frente en la serranía del Perijá.
La historia de Becerril
Becerril de la Sierra, de fundación incierta y cercano a Madrid, fue en el siglo XIII un lugar de paso de los rebaños de ovejas de la Meseta que se movían hacia el norte de España en verano y hacia el sur en invierno. Con el descubrimiento del Nuevo Mundo y la derrota de los moros, muchos pastores se “enrolaron” en las expediciones que llegaron a nuestras costas. Becerril, Cesar, fue fundado por Bartolomé de Aníbal en 1594 y es uno de los pueblos más antiguos de la región Caribe. Abastecía de ganado a Mompox, ciudad a la que debía obediencia y lealtad. Fue parte del territorio de guerras entre los indígenas chimilas y los yukpas, situación que impedía el paso de los españoles por tierra hacia el sur. La navegación por el Magdalena mantuvo la región ignorada y baldía hasta el fin de la guerra de los Mil Días, cuando los ejércitos se dispersaron y los soldados se volvieron colonos. Entonces, un general conservador, Antonio Lafaurie, y un gran terrateniente, Lázaro Ovalle, organizaron un “ejército civil” para sacar a los yukpas de sus tierras y obligar a huir a los chimilas. En el Catatumbo, recién descubiertos los yacimientos de petróleo, la Texas organizó una fuerza similar, con idéntico objetivo, pero contra los indígenas bari.Lea mañana la segunda parte de “Sin derecho a ser civil”.