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Un dolor sin final ni consuelo

El abuelo del bebé secuestrado y asesinado en septiembre recuerda su suplicio.

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Juan José Lozano Reyes *
27 de diciembre de 2008 - 10:00 p. m.
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Leyendo esta composición del poeta Julio Flores, titulada ‘A un niño’, encontré un eco de tristeza y dolor que me llegó a lo profundo del alma, al recordar a mi nieto idolatrado, conocido por todos como el ‘Ángel de los ojos Azules’:

Dime niño adorado

De los labios de rosa,

De ojos grandes y verdes

Como el verde del mar:

De qué estrella caíste

Y en qué trágica fosa:

Tan bello eres que, al verte,

Dan ganas de llorar.

¿Quién fue Luis Santiago para el mundo en sus once meses de existencia? Fue un infante que nació el 24 de octubre de 2007, trayendo una alegría rebosante al corazón de su madre, la felicidad de sus abuelitos y el regocijo de sus tíos. Su llanto resonó por todos los rincones de la casa y su sonrisa irradió una luz fulgurante, como el brillo de las estrellas en una noche clara de verano.

Luis Santiago fue la Gotica, nombre que le dieron sus tíos. Ese niño enamoró el corazón de quienes lo conocieron, familiares, vecinos y amigos; veían en él un alma pura y cristalina como las aguas de un manantial. En sus labios se dibujaba una sonrisa juguetona, burlona y plena de inteligencia; su sonrisa fue la de todos los niños de su edad. Él fue la imagen de los niños maltratados de Colombia, que no son privilegiados por el amor de sus padres y mayores.

Para mí, Luis Santiago fue un muñeco consentido, mi juguete idolatrado con quien compartí momentos de felicidad; siempre vi en él la prolongación de la existencia de sus abuelitos. Ser abuelo es muy diferente a ser padre; ahora compruebo por qué los abuelos malcrían a los nietos. Recuerdo a mi padre cuando éramos pequeños: no nos tasaba la corrección y el castigo severo. Pero cuando llegaron nuestros hijos se enojaba porque los castigábamos; se convertía en cómplice de sus pilatunas. Es algo común en todos los abuelitos.

En las mañanas, cuando llegaba Luis Santiago (nuestra hija lo dejaba para que lo cuidáramos), pedía que lo acostaran junto a mí.


“Un muñeco duerme juicioso y no llora”, le decía yo con voz suave. Pasaba sus manitos por mi cara y, obediente, se recostaba contra mí, quedando sumido en un sueño profundo. Era un niño muy especial. A lo largo de mi existencia he conocido muchos niños, entre ellos nuestros hijos, pero Luis Santiago era un ser excepcional. Comprendo que siempre ha habido y hay muchos niños como él; lo que sucede es que somos ciegos, duros de corazón, materialistas, egoístas y, por ello, no valoramos cuán grande es el candor de un niño. La inocencia que irradia un bebé es como un sedante para los mayores. “La inocencia es el primer encanto de la belleza”: eso es el alma de un infante, bella porque es propia de los ángeles.

La noche de su secuestro fue el comienzo de una etapa dura para la familia; ahí terminaron once meses de felicidad. Los cinco días de búsqueda intensa fueron trágicos; guardamos hasta el último momento la esperanza de hallar a Luis Santiago con vida. La colaboración de las autoridades en general y el esfuerzo de los servicios secretos y la Policía fueron intensos; cada día, cada hora y minuto que transcurrían eran siglos. Personalmente, experimentaba momentos de optimismo, seguidos por instantes de pesimismo. No podía concebir que aquello hubiera ocurrido: era una pesadilla horrible. Sentía angustia al imaginar tantas cosas que le estuvieran sucediendo a nuestro nieto; si estaría bien tratado o si, por el contrario, lo harían sufrir.

Llegó el miércoles 24 de septiembre, día negro para la familia, para Chía y toda Colombia. Sentí el dolor como nunca en mi vida lo había experimentado. No lloré externamente, pero en el alma gemía a voz en cuello; el llanto del alma es más lastimero que el que sale de la garganta. Mi dolor lo he llevado internamente, y tal vez lo llevaré siempre por el Ángel de los ojos Azules, que estoy seguro ahora le canta a Dios Padre, contemplando su belleza suprema, junto con todas las potestades angelicales, en compañía de sus compañeritos que también fueron martirizados y sacrificados por un mundo indolente que los rechazó, sin comprender la desgracia que esto le representa con el correr de los días. Más duro todavía es ver cómo Luis Santiago fue víctima de su propio padre, quien no tuvo escrúpulo en volverse contra su propia sangre.

Finalmente, es mi deseo que al celebrar el Día de los Santos Inocentes nos olvidemos de tantas cosas inútiles y chanzas que no tienen sentido, y tomemos conciencia de lo que significan los niños para la sociedad. Que nos preocupemos por hacerlos felices. Que los padres y adultos en general no sean otros tantos Herodes que los maltratan, sordos a su llanto y ciegos ante su debilidad. Que las madres que los traen al mundo no los abandonen, tapándose los ojos de la conciencia ante su indefensión.

* Abuelo de Luis Santiago Lozano

Cronología de un crimen execrable

El 30 de septiembre, en la vereda de Tíquiza, en inmediaciones de Chía, fue encontrado el cuerpo sin vida de Luis Santiago Lozano, de 11 meses de edad, dentro de una bolsa de plástico. El bebé había sido secuestrado el 25 de septiembre por su propio padre, Orlando Pelayo, con la complicidad de Martha Lucía Garzón y Jorge Ovalle. El día del sepelio, 1° de octubre, el presidente Álvaro Uribe Vélez dijo que el hecho era “una afrenta al país  entero”. El pasado 18 de diciembre la juez Única Penal del Circuito de Zipaquirá, Teresa Barrera, condenó a Pelayo a cumplir 60 años de prisión y fijó en 280 millones de pesos la indemnización que le deberá pagar a la madre del menor, Ivonne Lozano. Sus cómplices fueron condenados  a 27 años de cárcel y a pagar 47 millones cada uno.

Por Juan José Lozano Reyes *

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