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Dicen los lugareños que en Puerto Wilches, Santander, la última oleada invernal ha dejado tres muertos. Uno de ellos, John Fredy Villanueva, iba en una chalupa recorriendo el pueblo, inundado casi en su totalidad por el río Magdalena. Ni siquiera su compañero de viaje logró explicar cómo Villanueva, en un segundo, quedó atrapado en un cable de la luz. Murió electrocutado. Su cuerpo cayó al agua y allí, durante tres días con sus noches, sus vecinos y amigos lo estuvieron buscando. Apareció el 1° de diciembre. Las otras dos víctimas fatales parecen más un mito que ha corrido de boca en boca por todo el pueblo. Uno de ellos, dicen los habitantes, era un anciano, dueño de un almacén, quien murió de un paro cardíaco al ver su fortuna devastada por el agua. Del tercer muerto no hay pistas.
Esta es la tercera vez en este año que el Magdalena, inclemente, riega sus aguas en todo Puerto Wilches. La desgracia comenzó el 26 de noviembre, cuando empezó a correr la voz de que el río se había desbordado. Pasaron sólo tres horas para que las calles y las casas y las escuelas quedaran convertidas en una laguna. “Esta vez se inundó muy rápido, sólo nos dio tiempo de sacar las cosas más importantes. Antes, el río se demoraba unas cinco horas para cubrir el pueblo. Esta vez bastaron tres horas para que el agua llegara hasta los techos de las casas”.
El que habla es Álvaro Caicedo, dueño del negocio Alta Peluquería Unisex. Este hombre corpulento, de piel quemada por el sol, es de los pocos que se rehúsa a dejar su casa, que ya estaba vestida de Navidad el día en que llegó la creciente, el pasado 26 de noviembre. Cuando el río comenzó a inundar la casa don Álvaro amarró el árbol de Navidad de una cuerda y lo encaramó en el techo. Lo mismo hizo con las sillas de la peluquería. El televisor lo montó en un tablón alto y las camas, en ladrillos. No hubo tiempo para pensar en los libros, ni en las ollas, ni en los juguetes de sus hijos.
Son pocas las personas que se atreven a desafiar el Magdalena y adentrase en sus aguas repletas de epidemias y animales. Sólo los niños nadan con total tranquilidad por todo el pueblo. Hacen de la tragedia un juego. Las consecuencias se han visto con los días. Diarreas, vómitos y enfermedades en la piel, que el hospital del pueblo no está en capacidad de atender. Hacen falta medicinas y personal. Así lo asegura la misma secretaria de Salud, Alexis Peña Briseño: “El hospital no tiene los instrumentos para hacerse cargo de la emergencia epidemiológica que se viene”. El desbordamiento del Magdalena dejó al pueblo dividido en dos, y en el medio un enorme torrente que parece no disminuir con los días. A un lado están la plaza de toros, el estadio municipal y los colegios. Al otro, la Alcaldía, los bancos, los supermercados y el puerto. El municipio sólo se puede atravesar en chalupa o en pequeñas lanchas que hacen el recorrido por $1.000, porque el agua supera los cinco metros de altura.
Las personas damnificadas, que son más de 25 mil según la Dirección de Prevención y Atención de Desastres, están viviendo en albergues improvisados con palos y bolsas negras. Con los días, escasean los alimentos y las medicinas. Las culebras que arrastró el río se han convertido en una amenaza, ya han mordido a cinco personas y muchos más se quejan de que se están apoderando de las pocas zonas secas. El señor Álvaro Caicedo calcula que en un mes ya habrá bajado la creciente. Mientras tanto los habitantes añoran ese día en que Puerto Wilches vuelva a la normalidad.