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Una década perdida para Bojayá

Las víctimas aseguran que no los han reparado y que los grupos armados siguen en su territorio.

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Sebastián Jiménez Herrera
28 de abril de 2012 - 09:00 p. m.
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Fredy Chaverra Córdoba nació y murió en la iglesia de Bojayá (Chocó) el 2 de mayo de 2002. Ese día, guerrilleros de los frentes 5, 34 y 57 de las Farc lanzaron una pipeta contra el templo católico de la población, buscando acabar con los hombres del bloque Élmer Cárdenas de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) con los que combatían. Sin embargo, lo que lograron fue acabar con la paz de un municipio que aún no se recupera de lo sucedido y donde las víctimas de la masacre siguen sin ser reparadas y, según ellas, a merced de los grupos armados ilegales que aún hacen presencia en la zona.

Sí, ese día fueron 79 los muertos. Pero después, siete de los sobrevivientes fallecieron de cáncer, según las víctimas, por culpa de las esquirlas que les quedaron en el cuerpo. Además, asegura el representante del Comité 2 de Mayo, Herlyn Perea Chalá, por culpa del miedo que se sintió en esa ocasión, se disparó el número de enfermos mentales, la mayoría de ellos sin posibilidad de acceder a una atención digna.

En palabras del representante de las comunidades indígenas de Bojayá, Jaime Martínez, el terror se le metió al alma a la gente y “por más que lo hemos intentado, por más cursos y actividades que hemos hecho, no hemos podido sacárselo, y eso que ellos dicen que quieren deshacerse de él. Quieren pero no pueden”. A la cifra de víctimas habría que agregarle los que se murieron de miedo.

Cuatro de los seis hermanos de Rosa del Carmen Chaverra, sobreviviente de la masacre, se fueron a Quibdó (Chocó) y uno de ellos prometió nunca volver a Bojayá. “Yo le decía no tema, eso es encomendarnos al Señor y tener fe, pero ella me lo repitió: nunca iba a volver”. Rosa no lo culpa, ella también siente miedo cuando a su casa llegan a contarle que los grupos armados ilegales andan por la región. Entonces se aferra a su esposo. “No lo dejo ni salir solo de la casa”, comenta, y agrega que ella no hace otra cosa que rezar para no caer presa del pavor.

La masacre le quitó sus dos padres, un hermano, una tía, una sobrina, una prima que estaba embarazada de gemelos y un sinnúmero de amigos, pero Rosa no sale de Bojayá. Comenta que a veces sueña con sus padres Emiliano y Ana Cecilia, que hoy tendrían 70 y 55 años, que no hay día que no los extrañe y que lamenta que nunca los pudo enterrar. Pide perdón cada que siente que va a llorar. “Es que usted no sabe lo que es hablar de esto”.

Domingo Mena Valencia, otro de los sobrevivientes, recuerda que de los padres de Rosa no quedaron ni los huesos, que cuando entró a la iglesia lo que había era cuerpos desparramados y que ser testigo de algo así lo motivó a escribir una canción. “Esto que sucedió no lo puede olvidar nadie”, pensó, y por ello compuso la melodía, un vallenato en el que rememoró la tragedia, señaló los que para él eran los culpables y lamentó el olvido que la sociedad le dio a Bojayá. Incluso, invitó al presidente de aquel entonces, Andrés Pastrana, a que visitara la región.

Herlyn Perea, al igual que Mena, es un prodigio para las artes, en este caso, para la danza. No obstante, la masacre le impuso su profesión de líder comunitario. Tenía 15 años cuando la guerrilla voló la iglesia del pueblo y truncó sus sueños de ser profesor de baile. Pero confiesa que la ilusión no se ha perdido y espera que algún día, cuando “ya no haya que rogarle al Estado para que nos ponga atención y deje de tratarnos como pobrecitos”, se dedicará a la pedagogía, porque “los profesores del Chocó, creo yo, son los mejores del país”.

Perea reconoce que la masacre cambió a Bojayá. “Antes eramos más solidarios, más activos”, dice aunque es muy claro al afirmar que el hecho no se llevó la alegría del pueblo. “Ella es nuestra forma de lucha”, asevera. Aunque es imposible no notar en él y en los demás sobrevivientes algo de tristeza tatuada al rostro.

Oriundo de Quibdó, el padre Luis Carlos Hinojosa conoce bien el drama de Bojayá y es por ello que se atreve a decir que en esa población no ha habido ni justicia, ni verdad, ni reparación. Incluso, advierte, los grupos armados están extorsionando a las víctimas y quitándoles hasta la mitad de lo poco que el Estado les ha reconocido.

“Han pasado 10 largos y difíciles años para los sobrevivientes de la masacre, durante los cuales no se ha sentado una política de reparación real a las víctimas. Por el contrario, las comunidades y los pobladores siguen siendo victimizados, confinados, con serios problemas alimentarios y riesgo de nuevos desplazamientos; sin empleo, sin acceso a educación con calidad ni vivienda digna”, concluye enfático.

Las víctimas se sienten olvidadas por el Estado. El pasado viernes se realizó en Bogotá una rememoración de lo sucedido hace 10 años. A ella, comentó un representante del Centro de Memoria Histórica, estaban invitados el presidente y todos sus ministros. Ninguno de ellos asistió. Sí lo hicieron funcionarios de la Unidad de Atención a Víctimas, que aseguraron una vez más que por fin llegará la reparación de la que en 10 años poco o nada se ha sabido.

Los condenados por la masacre de Bojayá

Cerca de 15 guerrilleros han sido condenados por la masacre de Bojayá (Chocó), ocurrida el 2 de mayo de 2002, entre ellos Oberto Peña , alias El Mambo; Manuel Aurelio Cuesta Mosquera, alias Chombo; Wenceslado Girón Córdoba, alias Mano de Oro; Wilmar Asprilla, alias Polocho, y José Antonio Rodríguez Torres, alias Pájaro, quienes fueron sentenciados a 36 años de prisión. Otro de los procesados por este caso es el venezolano Ultimio Ramón Perea Montoya, alias Barbacha, quien fue condenado a 18 años de cárcel después de acogerse al beneficio de sentencia anticipada. Además, sobre Jhover Man Sánchez Arroyave, alias El Manteco, pesa una orden de captura. A esto habría que agregarle que a mediados del año pasado la justicia condenó al Estado colombiano a pagar $1.552 millones a los familiares de dos de las víctimas de ese fatídico día. Un juez del Chocó lo encontró responsable del hecho debido a que no atendió a las alertas tempranas que le decían que la masacre se iba a producir.

 Pequeña hermana mía (Guillermo Latorre)
(Fragmento del poema dedicado a Bojayá, Chocó)

Pequeña hermana mía, mi negra amada silenciada y destruida.

Compañera del río y sus atardeceres, eterna enamorada de la selva.

Mi pequeña hermanita Bellavista, mi alma estremecida quedó contigo hecha pedazos.

¿Quién destruyó tu cuerpo y fragmentó tu ser, dejando tu existencia reventada, desecha, desvalida?

Huyendo de la guerra pusiste tu confianza en el Dios de la vida.

Por eso te refugiaste en su templo, creíste que tu fe era suficiente escudo contra las bombas y no contaste con la perversa astucia de quienes tomaron tu vida como escudo.

Por Sebastián Jiménez Herrera

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