En el corregimiento Bahía Honda, el sector lo conocen como Los Cocos, en La Guajira, familias de las comunidades Wayuu, Kayuswaaralu y Naleep, con sus trajes tradicionales se reunieron para recibir 30 nuevas casas, que fueron diseñadas en diálogo con las comunidades y adaptadas a las condiciones climáticas del territorio, para beneficiar a más de 270 personas.
Lea: Apagón en Barranquilla habría sido por daño en equipo que no sería de Air-e
“En La Guajira y en toda Colombia me conocen como Conchita Iguarán, soy autoridad tradicional de mi comunidad, mi territorio ancestral está ubicado en el corregimiento de Bahía Honda. Me hacen feliz las casas del proyecto Miiroku, son 30 viviendas que benefician a muchas personas de la Alta Guajira”.
“Tu alatakat maulu suluu toumain shunainje tu pichikaluirrua, m^us sain lapu apunuin shiki apushii kepianjanakat suma nachouni Tapuin analu>ut namuin napushua na ejetkana sunain t>u ayatawakat” le dice a El Espectador Conchita.
Sonríe y traduce. “Para mí esto es algo que no había imaginado. Estas viviendas están en el territorio donde yo nací, donde tuve mi infancia y vienen a darle la solución a 30 familias. Esto para mí es grande y créanme que no tengo cómo agradecerles a todos los cooperantes para la realización de este proyecto”.
La Fundación Grupo Argos, con el programa social Casa para Mí; la Fundación Santo Domingo; el Grupo AVAL, a través de la Fundación Corficolombiana, y el Ministerio de Vivienda, hicieron la entrega bajo un modelo innovador de cooperación intersectorial que pone en diálogo y escucha activa con las comunidades.
Le puede interesar: Suspendieron temporalmente el cobro de la tasa de seguridad en Santander
Para la viceministra de Vivienda, Aydeé Marsiglia Bello, Miiroku es la expresión concreta de una nueva manera de hacer hábitat desde lo público. Sostiene que es una forma de relacionarse con los territorios, y de buscar soluciones con las mismas comunidades. “Este proyecto representa el tipo de política que impulsa el Ministerio: una que entiende la vivienda no como un producto, sino como un medio para fortalecer el tejido social, cuidar el entorno y construir paz desde lo cotidiano.”
El proyecto costó $4.065 millones. El Ministerio de Vivienda, Ciudad y Territorio, a través del Fondo Nacional de Vivienda – Fonvivienda, aportó $2.845 millones, mientras que los privados aportaron $1.219 millones. “Los recursos de la Nación corresponden al presupuesto del Subsidio Familiar de Vivienda Rural Nueva, por un valor equivalente a 70 Salarios Mínimos Mensuales Legales Vigentes (SMMLV) por concepto de obra, más 20 SMMLV por el transporte de materiales a zonas apartadas”, indicó el Ministerio en comunicado.
Para el presidente de Cementos Argos, Juan Esteban Calle, este es un proyecto de orgullo. “Es una prueba tangible de que, sumando esfuerzos, es posible desarrollar viviendas sostenibles, aportar a los sueños de un futuro mejor para nuestros territorios”.
Las nuevas casas en el desierto
Durante décadas, en esta parte del país, las viviendas han sido construcciones de bareque sobre pisos de tierra, techos de yotohoro, una fibra extraída del cactus que es resistente, accesible y apta para climas adversos, pero, tras el paso del huracán Julia, en 2022, quedó en descubierto la vulnerabilidad de estas estructuras.
Ante este escenario, surgió Miiroku, con el que llevaron las soluciones de viviendas, creadas junto a las comunidades, con sus saberes, su lengua y su manera de ver y habitar el mundo.
José Francisco Aguirre, director ejecutivo de la Fundación Santo Domingo, explicó que “Miiroku es un ejemplo claro de lo que significa generar transformaciones sociales con impacto: llevar soluciones sostenibles a donde más se necesitan, a través de alianzas que suman capacidades y hacen posible lo que parecía inalcanzable”.
Enfatizó que esta entrega de viviendas es más que una obra de infraestructura, por lo que la define como una apuesta por el bienestar y la calidad de vida de las familias. “Reafirma nuestro compromiso con cerrar brechas y construir un país más equitativo y sostenible.”
Las viviendas cuentan con certificación LEED (Leadership in Energy and Environmental Design), un sistema de evaluación y certificación internacional para edificios sustentables. Allí se integran principios de eficiencia energética, ventilación natural, recolección de agua lluvia y materiales amigables con el entorno. “Un proceso que llevó más de un año de talleres participativos y coconstrucción comunitaria”, afirma Juan Diego Céspedes, director de Hábitat y Desarrollo Urbano en la Fundación Santo Domingo.
Agrega que en el proceso se identificaron particularidades como ejemplo que los baños debían estar en el exterior de las viviendas. “Emergieron cosas importantes que contrastan con la tradicional construcción en Colombia y es que en esta zona del país no se usan muebles, que toda la vivienda gira en torno a colgar las cosas, se duerme en chinchorros que se cuelgan, entonces todo el diseño de la vivienda se hizo pensando en las distancias necesarias”.
Para María Camila Villegas, directora ejecutiva de la Fundación Grupo Argos, la entrega oficial de estas viviendas marca un hito en su apuesta por transformar vidas. “Este proyecto es un ejemplo de cómo promovemos iniciativas que fortalecen el desarrollo sostenible, articulando esfuerzos con aliados públicos y privados para generar transformaciones positivas en nuestro país”.
Durante el recorrido por las viviendas, se destacaron los sistemas de ventilación natural, recolección de agua lluvia y materiales ecoeficientes. “Seguimos trabajando de la mano con las comunidades de La Guajira para impulsar transformaciones sostenibles que mejoren su calidad de vida a largo plazo”, concluyó María Lorena Gutiérrez, presidente Grupo Aval, que camino junto con los demás directivos las casas entregadas.
Por su parte, Conchita Iguarán ve pasar el día, lentamente recorre las nuevas viviendas, mientras recuerda las situaciones difíciles que han vivido en la comunidad por el invierno. “Se nos metió el invierno, estamos en un territorio en donde solo hay un ingreso por tierra y no es una vía de acceso que esté eh transitable, hay que pasar huecos, subir cerros, piedras, arroyos y nos quedamos aislados con más de 30 personas en un campamento, en donde había que proporcionarle la alimentación, el agua, los mismos materiales para poder construir las viviendas y nosotros como familia, como parte de este territorio teníamos que buscarle una solución a esto y las encontramos”
Añade que cree que hay una felicidad mayor después de los problemas. “Le cuento que estas viviendas son agradables, son frescas y lo más importante es que permite la recolección de agua”.
Sonríe. “Warraitushu taya naakapuna suchikije wane Juya s>upla terrajuin t>u nepiapakat. Shiasa nanuiki tamuin “talatushi waya suka es wuin wuleshu wamaana”.
Sostiene una pausa y me traduce. “El primer día, después de un buen aguacero, salí a hacer el recorrido a ver cómo le había ido a las casas y créame que la felicidad más grande para estas familias fue la recolección de agua lluvia. Me decían: ‘Conchita, nosotros estamos felices porque por fin tenemos agua limpia’”.