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                                                                                                                              "Y mi hijo, ¿qué?"

                                                                                                                              Hace 14 años las Farc secuestraron a Óscar Granados, hijo de Gladis Granados.

                                                                                                                              Ángela Rojas Vargas

                                                                                                                              Con este cartel de la foto de su hijo, Gladis Granados, de 60 años, asiste a todo plantón y marcha que se realiza por la libertad de los secuestrados. /Andrés Torres

                                                                                                                              Desde hace 14 años, Gladis Granados vive inmersa en la contradicción. Mientras el país observaba el fin de la zona de distensión, la muerte de grandes jefes de las Farc como Víctor Julio Suárez Rojas, alias El Mono Jojoy, o Luis Édgar Devia Silva, alias Raúl Reyes y, más recientemente, los anunciados diálogos de paz, ella sentía que la posibilidad de volver a saber de su hijo, Óscar Augusto Granados, secuestrado por las Farc desde hace más de una década, se desvanecía otra vez.

                                                                                                                              A Óscar se lo llevaron tres hombres de las Farc el 5 de septiembre de 1998, cuando iba en una camioneta con su novia por Guasca (Cundinamarca). Para doña Gladis, la zona de despeje establecida en San Vicente del Caguán en 1999 significó la oportunidad de ver cara a cara a los responsables del plagio y, armada de coraje, allá llegó. En esa oportunidad pidió la liberación de su hijo y, por paradojas de la vida, incluso logró establecer una especie de amistad con los culpables de su más grande dolor. Este vínculo tan antinatural se dio porque sabía que ellos y sólo ellos podían terminar con el drama de Óscar Augusto.

                                                                                                                              Para su desconsuelo, la zona de distensión llegó a su fin el 20 de febrero de 2002. La terminación de las negociaciones entre el Gobierno y las Farc fue el cierre de su contacto con el grupo guerrillero. “Después de eso, ¿yo en dónde los buscaba?”, dice. Además, años más tarde, el Ejército se encargaría de abatir a los jefes guerrilleros con los que había logrado algún acercamiento. La muerte de cada uno le “dolió como si hubiera fallecido un ser querido”, porque sin ellos en el panorama perdía cualquier contacto, cualquier posibilidad. “Todo el país feliz, y yo lloraba día y noche porque había perdido todo el esfuerzo”, expresa.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              De su hijo, esta madre que hoy ya tiene 60 años jamás ha recibido pruebas de supervivencia. Las Farc la llamaron una semana después del 5 de septiembre de 1998 y le dijeron que se trataba de un secuestro extorsivo, pero jamás se volvieron a comunicar con ella. Durante estos 14 años, los escasos datos que le han llegado sobre su hijo los ha obtenido gracias a que, cada vez que liberaban a un grupo de secuestrados o que alguno lograba volarse del grupo guerrillero, ella los buscaba para preguntarles, foto en mano, por su Óscar. Claro que doña Gladis y su hijo no son los únicos que afrontan esta dramática situación. Según la fundación País Libre, entre 2002 y 2011 el grupo guerrillero secuestró a 2.678 personas y, de ellas, 405 no han recobrado aún la libertad.

                                                                                                                              Después de tantos años de lucha y lágrimas, doña Gladis camina por las calles de Bogotá con un cartel en el que se ve la foto de su hijo, su nombre y los años que lleva secuestrado. Este último dato funciona con una especie de parche que año tras año ha tenido que modificar. Bajo los 14 años se alcanzan a distinguir un 13, un 12, y así. Lo único que la ha mantenido firme es la fe en ese sentimiento que le grita que su hijo está vivo, que no se puede rendir, que tiene que seguir buscando, haciendo y pidiendo.

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                                                                                                                              Así las cosas, mientras el país parece avanzar en el camino para la terminación del conflicto armado, la señora Gladis Granados siente que las posibilidades ya se le están agotando y, sobre todo, que no es justo que le oculten qué pasó con Óscar. Quiere la verdad, la que sea, pero la verdad. “Y mi hijo, ¿qué? Si se van a sentar a negociar que le pongan corazón”, exige.

                                                                                                                              Con este cartel de la foto de su hijo, Gladis Granados, de 60 años, asiste a todo plantón y marcha que se realiza por la libertad de los secuestrados. /Andrés Torres

                                                                                                                              Desde hace 14 años, Gladis Granados vive inmersa en la contradicción. Mientras el país observaba el fin de la zona de distensión, la muerte de grandes jefes de las Farc como Víctor Julio Suárez Rojas, alias El Mono Jojoy, o Luis Édgar Devia Silva, alias Raúl Reyes y, más recientemente, los anunciados diálogos de paz, ella sentía que la posibilidad de volver a saber de su hijo, Óscar Augusto Granados, secuestrado por las Farc desde hace más de una década, se desvanecía otra vez.

                                                                                                                              A Óscar se lo llevaron tres hombres de las Farc el 5 de septiembre de 1998, cuando iba en una camioneta con su novia por Guasca (Cundinamarca). Para doña Gladis, la zona de despeje establecida en San Vicente del Caguán en 1999 significó la oportunidad de ver cara a cara a los responsables del plagio y, armada de coraje, allá llegó. En esa oportunidad pidió la liberación de su hijo y, por paradojas de la vida, incluso logró establecer una especie de amistad con los culpables de su más grande dolor. Este vínculo tan antinatural se dio porque sabía que ellos y sólo ellos podían terminar con el drama de Óscar Augusto.

                                                                                                                              Para su desconsuelo, la zona de distensión llegó a su fin el 20 de febrero de 2002. La terminación de las negociaciones entre el Gobierno y las Farc fue el cierre de su contacto con el grupo guerrillero. “Después de eso, ¿yo en dónde los buscaba?”, dice. Además, años más tarde, el Ejército se encargaría de abatir a los jefes guerrilleros con los que había logrado algún acercamiento. La muerte de cada uno le “dolió como si hubiera fallecido un ser querido”, porque sin ellos en el panorama perdía cualquier contacto, cualquier posibilidad. “Todo el país feliz, y yo lloraba día y noche porque había perdido todo el esfuerzo”, expresa.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              De su hijo, esta madre que hoy ya tiene 60 años jamás ha recibido pruebas de supervivencia. Las Farc la llamaron una semana después del 5 de septiembre de 1998 y le dijeron que se trataba de un secuestro extorsivo, pero jamás se volvieron a comunicar con ella. Durante estos 14 años, los escasos datos que le han llegado sobre su hijo los ha obtenido gracias a que, cada vez que liberaban a un grupo de secuestrados o que alguno lograba volarse del grupo guerrillero, ella los buscaba para preguntarles, foto en mano, por su Óscar. Claro que doña Gladis y su hijo no son los únicos que afrontan esta dramática situación. Según la fundación País Libre, entre 2002 y 2011 el grupo guerrillero secuestró a 2.678 personas y, de ellas, 405 no han recobrado aún la libertad.

                                                                                                                              Después de tantos años de lucha y lágrimas, doña Gladis camina por las calles de Bogotá con un cartel en el que se ve la foto de su hijo, su nombre y los años que lleva secuestrado. Este último dato funciona con una especie de parche que año tras año ha tenido que modificar. Bajo los 14 años se alcanzan a distinguir un 13, un 12, y así. Lo único que la ha mantenido firme es la fe en ese sentimiento que le grita que su hijo está vivo, que no se puede rendir, que tiene que seguir buscando, haciendo y pidiendo.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Así las cosas, mientras el país parece avanzar en el camino para la terminación del conflicto armado, la señora Gladis Granados siente que las posibilidades ya se le están agotando y, sobre todo, que no es justo que le oculten qué pasó con Óscar. Quiere la verdad, la que sea, pero la verdad. “Y mi hijo, ¿qué? Si se van a sentar a negociar que le pongan corazón”, exige.

                                                                                                                              Por Ángela Rojas Vargas

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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