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“Ya no estamos dispuestas a seguir aguantando en silencio”: Claribed Palacios

La AFD (Agencia Francesa para el Desarrollo) y El Espectador quieren destacar la valiosa labor de lideresas colombianas que desde diversos campos contribuyen a la construcción de país y que luchan por un mundo solidario, más justo: un mundo en común.

Mauricio Rodríguez Múnera* - Especial para El Espectador
31 de marzo de 2021 - 02:00 a. m.
“Ya no estamos dispuestas a seguir aguantando en silencio”: Claribed Palacios

Claribed Palacios García nació en Nuquí, Chocó, hace 42 años. De adolescente fue víctima del desplazamiento por la violencia en su departamento y vive ahora en Medellín. Es separada, con tres hijos -de 23, 16 y 9 años-, a quienes ha logrado sacar adelante con grandes esfuerzos. Cursa cuarto semestre de derecho. Desde hace dos años es la presidenta de la Unión Afrocolombiana de Trabajadoras del Servicio Doméstico, un sindicato que cuenta con 630 afiliadas en Bogotá, Neiva y algunos municipios de Urabá y Bolívar.

¿Cuáles son los principales objetivos de su organización?

Defender los derechos de las trabajadoras, capacitarlas (por ejemplo en cuestiones jurídicas, en emprendimiento, y les brindamos apoyo psicológico-, todo esto gracias a la colaboración de la AFD), formarlas en asuntos políticos, comunicar a la opinión pública nuestros puntos de vista y sensibilizarlas sobre la difícil realidad que ellas viven.

¿Cómo se logra mejorar las condiciones de vida de sus afiliadas?

La clave es la educación, con conocimientos las mujeres se empoderan y despegan. Cuando comparo la confianza en sí mismas de una trabajadora que ha tomado nuestros cursos, con la de una recién llegada al sindicato, me doy cuenta del efecto tan positivo del aprendizaje.

¿Cuál es ahora la prioridad de su organización?

Consolidarla y ampliarla. En Colombia, según el DANE, hay aproximadamente 670 mil trabajadoras del servicio doméstico. No se sabe cuántas de ellas son afrodesciendentes, indígenas o mestizas -que es el grupo poblacional que queremos ayudar-, pero en todo caso es evidente que tenemos un enorme potencial de crecimiento.

¿Cuál ha sido la principal barrera que ha tenido que afrontar usted como mujer y afrodescendiente?

La falta de oportunidades. Discriminan en contra de personas como yo, eso no es un cuento, es la triste realidad. Yo, bachiller y con cursos técnicos del Sena, no pude lograr que la familia con la que trabajaba como empleada doméstica en Medellín me diera la posibilidad de vincularme a un almacén de su propiedad, a pesar de que tenía una mejor formación que todos los que allí laboraban. El hecho de ser chocoana también pesó en mi contra, porque prefieren gente de su región.

¿Cómo logró superar ese enorme obstáculo?

Dejé de llorar y tomé decisiones audaces. Renuncié y con el dinero de la liquidación monté una tienda. Lamentablemente tuve que cerrarla porque las “vacunas” (exigencia de pagos mensuales para evitar que le hicieran daño a ella o a su local) y un gran robo me obligaron. Me dediqué al sindicato, con el que ya había entrado en contacto y que cada día me atraía más por lo mucho que enseñaban sus clases y las conversaciones con mis compañeras.

¿Qué es lo más importante que les aconseja usted a las mujeres que le piden ayuda?

Que rompan las cadenas que aprisionan sus sueños. Sé que no es fácil hacerlo, a mí me tardó tiempo entenderlo y reunir la fuerza suficiente para liberarme. Pero si no lo hacemos, la vida será una pesadilla. Cada quien debe encontrar su propio camino, no creo que haya una sola ruta a seguir. Pero sí sé que, si no nos atrevemos a explorar opciones y comenzar a recorrer la que nos parezca mejor, nos arrepentiremos de no haberlo hecho.

¿Cuál debe ser el cambio más importante en la relación entre las trabajadoras y quienes las contratan?

Todos debemos ser cuidadores del otro. Es indispensable que haya siempre respeto mutuo. Y que las diferencias entre las personas, que son naturales, no se conviertan en generadoras de desigualdades en el acceso a las oportunidades.

¿Qué mensaje general quiere darle a la sociedad?

Ser trabajadora del servicio doméstico es muy duro. En muchos casos hay explotación laboral -jornadas de 16 horas en las que a duras penas hay pocos minutos para comer algo-. En la pandemia la situación ha empeorado, incluso algunas mujeres han sido víctimas de esclavitud pura. Hay mucho maltrato, abuso sexual (muy frecuente), incumplimiento de las normas laborales, despidos sin indemnización... Conozco casos muy dolorosos en los que el COVID-19, en vez de despertar la solidaridad con las trabajadoras, ha desatado conductas perversas. Estas injusticias no se resuelven con más leyes, hay ya suficientes, lo que sucede es que no se aplican. Y a quienes las violan no les pasa nada. Pero ya no estamos dispuestas a seguir aguantando en silencio.

* Profesor de Liderazgo, Universidad Externado.

Por Mauricio Rodríguez Múnera* - Especial para El Espectador

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¡Excelente entrevista!
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