Con acto simbólico de memoria despiden la guerra en La Unión, Antioquia

En la escuela de la vereda San Miguel familias que fueron desplazadas por grupos armados, se reencontraron después de 17 años alrededor de un festival comunitario al son de trovas y música carranguera.

Yorley Ruiz M.
09 de noviembre de 2017 - 08:27 p. m.
Foto: Miguel Ángel Romero- @romeroofoto
Foto: Miguel Ángel Romero- @romeroofoto

Eran alrededor de las tres de la tarde. Las ollas en las que se hizo el sancocho, que alcanzó para alrededor de 200 platos, ya se estaban enfriando. El sol del medio día fue ocultado por las nubes y el grupo de música carranguera dejó de tocar. El momento central del festival de la vereda San Miguel (municipio de La Unión, Antioquia), que no se celebraba desde hace 17 años, había llegado.

Todos se reunieron en la cancha de la escuela. En el piso, un dibujo de un círculo y en el medio un girasol.  Los niños de la vereda estaban alrededor y los adultos detrás de ellos sosteniendo hortensias blancas y azules en sus manos.  

Una líder del sector tomó la palabra e invitó a los participantes a contar sus experiencias y sobre todo las razones qué les permitieron salir adelante a pesar de la oleada de violencia que vivió el municipio en el  año 2000, que  en algunos casos cobró la vida de sus familiares y en otros los obligó a huir desplazados.

 

Del público silencioso, algunos dieron un paso adelante y los testimonios se comenzaron a escuchar: “Lo que me hizo fuerte fue el amor a Dios”.  “Lo que me hizo fuerte fue el perdón. Perdono al que asesinó a mi madre”.  “Lo que me hizo fuerte fue compartir el dolor”.  “Lo que me hizo fuerte fue estar con mi familia”. Cada vez que un adulto pronunciaba estas palabras le entregaba a alguno de los niños presentes un ramillete de hortensias que era ubicado en los pétalos del girasol dibujado en el piso.

Dos de los hombres que tomaron la palabra aseguraron que fue la poesía la que los sostuvo, y uno de ellos señaló que siempre que se sentía decaído, recitaba para sus adentros: “No se goza bien de lo gozado, sino después de haberlo padecido porque el árbol vive de lo que tiene sepultado”.

Amador Antonio López, quien estuvo secuestrado cuatro meses por la guerrilla, relató que durante su cautiverio dedicaba las horas muertas a escribir sobre el papel que encontraba en las casas deshabitadas por las cuales pasaba con sus secuestradores, y sobre el papel crepe con el que se envolvía la comida: “Yo soñé con esto, yo soñaba con esto hace 17 años, encontrarme con la gente, contarle historias y poder declamar algo, eso era como un sueño, la vida como que me ha dado suerte y parece que la vida está mejorando”.

“Adiós le dije a mi tierra y sin ruta definida/buscando una nueva vida, salí huyendo de la guerra/de esta dura partida marché triste y pensativo a lugares ignorados/ abandoné mis cultivos como muchos desplazados/ que huyen de la violencia, de aquellos que sin conciencia /los campos vuelven batalla y solo riegan metralla hasta dejarlos desiertos”, declamó López durante el encuentro.

Esa tarde, un imposible se hacía realidad, la comunidad que fue obligada a mirar hacia a la oscuridad, intentaba darle de nuevo la cara al sol, al nuevo comienzo, con una consigna clara: “No más, ni una más, nunca más. ¡Que otro San Miguel sea posible!”.

Esta vereda, según recuerdan sus habitantes, contaba con alrededor de 60 familias para finales de los 90,  que vivían de la arena, el carbón, la madera y la fabricación de estacones. Tenían además una relación cercana con la vereda vecina La Honda, que pertenece al municipio del Carmen de Viboral.

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Se trata de una zona fuertemente golpeada por la injerencia de grupos armados desde finales de los años 80 hasta el 2003, según  explica Johan Andrés Higuita, sociólogo de la Universidad de Antioquia y quien lleva más de dos años trabajando con los habitantes del territorio desde el colectivo social Tulpa. 

Higuita explica que en el sector había una disputa de territorio entre el Ejército Popular de Liberación (EPL), que llegó a la vereda San Miguel; y el Ejército de Liberación Nacional (Eln) , que hacía presencia en la vereda La Honda. La razón esra estratégica: la primera queda junto a la antigua carretera Medellín-Bogotá, y la segunda conecta con la vía  Medellín-Sonsón. “Allí, hacían saboteos impidiendo el paso, paros armados, y a la población civil la obligaban a hacer labores logísticas como llevarles mercado”, agrega Higuita.

Indica, además, que para 1994 los paramilitares del Bloque Metro - que se instalaron en el casco urbano del municipio La Unión y en veredas aledañas- hacían visitas ocasionales a San Miguel y asesinaban tenderos y chiveros a quienes acusaban de ser colaboradores de la guerrilla.

 

Luego, en  1991 se da la desmovilización del Epl y en 2001 el Eln se va de La Honda, pues fue la primera de las dos veredas en quedar deshabitada. Un año después,  el Ejército se instaló en San Miguel.

“Fue menor el accionar militar de las insurgencias contra la población que el que hizo el paramilitarismo. El Ejército no fue en ningún momento en defensa de la población, la gente lo identifica como un actor armado más, se registran falsos positivos, se registra tortura contra la población civil, maltrato verbal. Entonces es una encrucijada de la población civil con los diferentes grupos armados”, señala el sociólogo.

 

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Las familias de la vereda La Honda retornaron en el 2014, el sector estuvo deshabitado durante 14 años, el regreso fue acompañado por el Estado y el municipio del Carmen de Viboral aportó recursos para que algunas de las casas fueran reconstruidas, además se hizo un desminado humanitario.

“Se supone que este territorio tiene el certificado de que ya está desminado pero la gente que vive en el territorio dice que no, que lo que hacían las personas del Ejército era preguntarle a los campesinos dónde habían minas y ellos iban y señalaban y las quitaban, pero no fue como tan riguroso, sin embargo no se han presentado accidentes, pero afirman que hacia el monte deben haber lugares minados”, indica Higuita.

A esto se le suma que el territorio donde estuvo ubicada la vereda, fue declarado como área protegida por Cornare y no pudieron seguir con la tradición maderera, así que a muchas de estas familias que regresaron les ha tocado trabajar en veredas cercanas.  

A la vereda San Miguel algunas familias regresaron en el 2004, pero no contaron con ningún apoyo estatal sino que a muchas les tocó reconstruir por sí mismas sus casas y comenzar de nuevo. “Cuando yo llego acá veo estas casas totalmente abandonadas, de quienes se fueron y no han querido volver,  encuentro una gente que retornó y que tiene muchas heridas, muchos dolores, muchos resentimientos que no han podido todavía hacer un trámite real de ese hecho”, expresa Luz Dary Valencia, actual presidente de la junta de acción comunal y quien hizo acompañamiento psicosocial a las víctimas del sector.

Por su parte Rodrigo Antonio Hoyos, oriundo de Granada, quien llegó a la vereda a los cuatro años de edad y fue presidente de la junta de acción comunal desde el año 1994 hasta 1998, recuerda que antes de toda la oleada de violencia: “El panorama era muy lindo, todo lo que está despejado ahora, era montaña, no habían sino unas cuantas casitas, arreglábamos caminitos a punta de pico y pala, hacíamos festivales y empanaditas”.

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El acto que los convocó el pasado 5 de noviembre de 2017, después de los testimonios de los sobrevivientes, siguió con un abrazo, el grupo de música carranguera retomó su canto y la programación de este festival rompió el silencio y la apatía aparente después de 17 años.

A partir de talleres de memoria y de convocatorias por redes sociales, los líderes de la zona,  junto con el movimiento social Tulpa, pudieron contactar a gran parte de los antiguos vecinos, que ya no viven en el sector, para que asistieran al encuentro. “Ver a los vecinos que hacía mucho años no veía, volverlos a abrazar es algo muy maravilloso, estoy muy contento con lo que se está haciendo y con lo que estamos escuchando”, afirmó Hoyos.

 

Este acto se hace como parte del proyecto de memoria planteado y gestionado por la comunidad, apoyado por la Gobernación de Antioquia, que realizó una convocatoria en abril de este año llamada Ideas en Grande. “Entendiendo que la memoria es el origen para otras cosas, no quisimos optar por proyectos de infraestructura”, indica Luz Dary Valenci, para quien este espacio es un peldaño más para lograr la reparación colectiva que buscan los habitantes, pues durante todos estos años se han sentido abandonados por el Estado.

 

Por Yorley Ruiz M.

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