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Historias de terror en Montecasino, donde la realidad superó la ficción

Esta mansión en el barrio El Poblado de Medellín fue propiedad de los hermanos Castaño a partir de los ochenta y vivió más horrores de los que se pueden contar: la orden del asesinato de Carlos Pizarro, los primeros planes de la masacre de Mapiripán (1997), y el nacimiento de algunos grupos paramilitares. ¿Qué otras historias albergan sus paredes?

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Luisa Fernanda Orozco
01 de noviembre de 2022 - 06:18 p. m.
El Fondo de Reparación a Víctimas cuenta con más de mil propiedades urbanas y rurales bajo su administración en todo el país, entre ellas la Mansión Montecasino.
El Fondo de Reparación a Víctimas cuenta con más de mil propiedades urbanas y rurales bajo su administración en todo el país, entre ellas la Mansión Montecasino.
Foto: El Espectador
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Estoy oculta. Quien logre atravesar el camino para llegar hasta mí, se encontrará una fachada cubierta de vegetación y muros agrietados de la que fingió alguna vez ser una mansión de ricos. He tenido muchos dueños. Mis paredes han visto cosas que ni siquiera los vivos soportarían presenciar, y mi nombre provoca curiosidad, morbo y temor. Mientras algunos de mis pares, como el edificio Mónaco, han sido demolidos para construir monumentos y parques en honor a sus víctimas, yo todavía permanezco en pie aunque bastante añejada por el paso del tiempo. Mi nombre es Montecasino y detrás de la maleza y los árboles que me habitan, hoy puedo decir que no fui propiedad de empresarios ni millonarios sino de la familia Castaño, reconocidos narcotraficantes y paramilitares autores de asesinatos, masacres y atentados en Colombia.

Mi entrada está cerca a la avenida El Poblado, de centros comerciales y poderosas entidades financieras de Medellín. Estoy en el único barrio estrato 6 de la ciudad: el dinero, los lujos y las fiestas abundan a varias cuadras de distancia, ¿pero qué significa el tiempo para una casa que no puede morir? ¿Qué significa el día de ayer o el que se vivió hace treinta años, cuando este también fue territorio de grandes capos del narcotráfico? Fui cuna de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC); recibí visitas de Pablo Escobar, y fui el lugar desde el que se ordenaron miles de asesinatos.

También fui el fetiche de quienes se proclamaron mis dueños: soy una mezcla de art decó con cuadros de Dalí, Miró, Velásquez y Fernando Botero. Sobre mis pisos de baldosas italianas y acabados en oro también se derramó sangre, y algunas de las personas que entraron se perdieron en mis adentros.

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Lo que he visto

Se rumora que fui construida desde los años sesenta. No fue sino hasta que Fidel Castaño, uno de los creadores de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), se consolidó como uno de los líderes del narcotráfico que decidió comprarme en los ochenta a un empresario de los textiles llamado William Halaby, padre de William Halaby Uribe, uno de los miembros del Cartel de Medellín.

Hoy en día, cuando recibo visitas, todo el que entra afirma sentir un silencio, una pesadez en el aire, a pesar de estar rodeada de naturaleza. Tengo una zona verde de 2 mil metros cuadrados con tres viviendas. La principal tiene una fachada de estilo neoclásico, un embaldosado de mármol blanco tipo arabescato carrara, y unas escaleras que dan al segundo piso. En el patio hay una piscina que al fondo tiene las iniciales de mi nombre, “MC”.

Lo primero que todo el mundo quiere conocer es el baño. De grifería dorada y baldosín negro, la habitación tiene un jacuzzi con la forma de la concha de El nacimiento de Venus de Botticelli. También hay una tina que esconde la entrada a un misterioso túnel, que además no es el único que me atraviesa: tengo varios en la profundidad de la tierra, uno de ellos conducía a una caja fuerte y otros dos fueron adecuados en el cielorraso de la cocina y el bar.

En la superficie de mi zona verde también estoy llena de huecos: luego de la muerte de Pablo Escobar, en 1993, y la de Fidel Castaño, poco después, algunos de sus aliados y enemigos buscaron en mis predios supuestas guacas con riquezas escondidas. Hoy en día, los hoyos fueron superados por la maleza y de ellos permanece el recuerdo de quienes alguna vez buscaron tesoros en ellos.

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En una de mis casas hay una habitación misteriosa. Al entrar en ella, el piso se deprime dos metros hacia abajo. Muchos le decían la leonera, donde torturaban enemigos de los hermanos Castaño, aunque esa versión no ha podido ser comprobada, como tampoco los rumores de múltiples mazmorras de tortura. Sí se sabe que mis grandes salas y habitaciones fueron lugar de planes que tuvieron repercusión a nivel nacional, como el asesinato de los líderes políticos Carlos Pizarro y Bernardo Jaramillo.

También conocí el asesinato del que hubiera sido el homicida del candidato presidencial Luis Carlos Galán en 1989, y en mis muebles se sentaron quienes hace más de 30 años se hicieron llamar los “Pepes”, o los “Perseguidos por Pablo Escobar”, grupo presidido por los Castaño luego de que su alianza con Escobar se volviera una rivalidad mortal.

Mis paredes albergaron los primeros planes de Vicente Castaño respecto a una de las masacres más terribles de la historia colombiana: la de Mapiripán, en julio de 1997, donde fueron asesinadas cerca 45 personas según la Corte Interamericana de Derechos Humanos, aunque sus pobladores afirmen que fueron más.

También viví la orden que determinó todo un exterminio sistemático: el de la Unión Patriótica y los primeros firmantes de paz de las extintas Farc-Ep, pero mientras mis dueños ordenaban un asesinato tras otro, también daban luz a los centenares de filas de grupos paramilitares en diferentes departamentos de Colombia.

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Lo que soy ahora

Jesús Ignacio Roldán Pérez, alias “Monoleche”, ya me había ofrecido en el pasado como parte de los recursos para reparar a las víctimas del paramilitarismo, aunque se desatara una guerra interna entre testaferros que todavía me reclamaban o celaban mis predios. Sin embargo, no fue sino hasta 2010 que, por orden de un juez, la Dirección Nacional de Estupefacientes se encargó de mí.

Luego me entregaron al municipio de Medellín, y posteriormente a Telemedellín a comienzos de 2011. El canal me utilizó mientras avanzaba el proceso de extinción de dominio por parte del Fondo para la Reparación de la Unidad de Víctimas.

Entonces fui subastada y ahora, en 2022, una firma inversora me convertirá en un vivero y granja para niños. A pesar de que cuando mis nuevos inquilinos llegaron estaba cubierta de humedad y maleza, hoy en día soy hogar del que parece convertirse en un vivero cada vez más grande, en medio de una Medellín que no quiere negar su historia sino reconocerla y hacer resistencia a partir de ella.

Luisa Fernanda Orozco

Por Luisa Fernanda Orozco

Periodista de la Universidad de Antioquia.@luisaorvallorozco@elespectador.com

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