En consecuencia, en el universo patriarcal, ni nosotras ni ellos somos verdaderamente dueños de nuestro futuro. Para la prueba dos botones: las mujeres, hasta hace tan solo un siglo, no podíamos ni manejar nuestras finanzas, ni votar, ni educarnos y menos ser dueñas del propio cuerpo, y los hombres, aunque sí tienen derechos, son nominales, pues su ejercicio depende de su estatus socioeconómico. Increíble, pero cierto, el único derecho incuestionable que viene con el cromosoma “Y”, y que no depende del estatus es el de dominar el cuerpo, la mente y las finanzas de las mujeres de su propio ámbito.
Esta creencia forma parte de nuestro inconsciente colectivo a un punto tal que, en estos momentos, en nuestro país, se discuten dos temas: ¿tienen las mujeres derecho de decidir sobre los hijos que quieren y pueden traer al mundo, asumiendo la tarea de acompañarlos en la vida?, y, ¿si han recibido maltrato y abuso por parte de sus parejas tendrán derecho a recibir una compensación económica?
Hay quienes afirman que defender la vida del que no ha nacido es una prioridad, es un valor. Sin embargo, y paradójicamente, muchos de los que defienden esta tesis son los mismos que no dudarían en llevar a esos mismos niños a pelear y morir en una guerra defendiendo intereses y privilegios que nunca han tenido.
El corolario es obvio, las mujeres que no son dueñas de su cuerpo no pueden decidir su destino, ni tampoco van a recibir del mundo patriarcal apoyo significativo para la crianza y educación de esos niños y niñas. Una vez que nazcan serán abandonados a su suerte.
Esto a un extremo tal, que solo en febrero de 2020 hemos despertado a la conciencia de que mujeres maltratadas no tenían derecho a una compensación por el daño recibido, “curiosamente” la ley no lo exigía ni lo consideraba delito.
Aunque la gesta heroica de llegar a ser dueñas de nuestro cuerpo y mente se está dando, todavía los hijos que vienen a través del cuerpo de la mujer tienen padres sin compromisos ni obligaciones, las mujeres maltratadas no tienen derecho a compensaciones económicas ni emocionales.
La equidad, condición necesaria para la dignidad como un derecho humano, ha de ser un propósito social que nos comprometa por igual a hombres y mujeres.