En agosto de 1975, Bogotá se transformó, por unos días, en la improbable capital mundial de la brujería. En los pabellones de la Feria Internacional (hoy Corferias) se reunió un aquelarre monumental que mezcló conferencias sobre hipnosis y telepatía, rituales afros e indígenas, obras de arte, pócimas y hasta venta de carros y neveras. El evento, tan monumental como extravagante, convocó a 300.000 personas y atrajo titulares en El Espectador y su Magazín Dominical, las revistas Cromos, Time y Rolling Stone, y el diario The Guardian y hasta Le Monde, en París.
El Congreso fue ideado por el empresario paisa Simón González Restrepo, dueño de la agencia de viajes La Rana e hijo del escritor Fernando González. La idea surgió como una aventura comercial y, a la vez, como una provocación cultural: darle espacio a lo que hasta entonces había sido marginado bajo la etiqueta de “superstición”. Lo que algunos vivieron como fiesta contracultural, otros lo denunciaron como espectáculo para incautos. Medio siglo después, el 17 y 18 de octubre, Medellín será la sede de Brujería, una feria convocada por Comfama que incluirá la conmemoración de los 50 años del primer Congreso. Bajo el nombre Conjuro, una serie de eventos reabrirá la conversación sobre cómo las espiritualidades no hegemónicas han sido, históricamente, territorios de resistencia y confrontación frente al orden establecido.
Durante nueve años, el historiador del arte Julián Sánchez González investigó a fondo el primer Congreso Mundial de Brujería: primero como parte de su maestría en la Universidad de Nueva York y luego en su doctorado en la Universidad de Columbia. En ese proceso, reunió un archivo disperso y olvidado: notas de prensa de la época, minutas manuscritas, fotografías, grabaciones en video y memorias orales. Con ese acervo, logró reconstruir la importancia de un evento que, durante décadas, permaneció entre las páginas amarillentas de los diarios setenteros y en los archivos personales de quienes lo vivieron.
“El Congreso permitió hacer una reflexión sobre el término ‘brujería’ como un concepto amplio que cobijó sistemas espirituales marginalizados y nuevas exploraciones sobre realidades alternas. Fue contradictorio por naturaleza y profundamente fértil en su propuesta provocadora y de vanguardia”, afirma Sánchez González.
Para el historiador, el evento representó un hito contracultural: más allá de sus polémicas y críticas, abrió un espacio para visibilizar espiritualidades no hegemónicas, cuestionar jerarquías artísticas y generar diálogos que hoy dialogan con los debates decoloniales y artísticos contemporáneos. El Congreso de Brujería sirvió como espejo de la Colombia de mediados de los 70, con todas sus tensiones espirituales, políticas y culturales.
“A la sombra de lo diferente, con amor y asombro”
Ese fue el eslogan del evento. La frase, ideada por el nadaísta Gonzalo Arango, funcionó como una invitación y un manifiesto que apareció en el afiche oficial del Congreso, diseñado por el artista Alejandro Obregón, donde cuerpos desnudos femeninos se entrelazaban con animales relacionados con lo oculto, como el cabro y el toro de lidia.
En los pabellones, el público escuchaba ponencias sobre botánica, espiritualidades afrodiaspóricas, parapsicología, ovnis e hipnosis, mientras en las calles grupos católicos protestaban contra la realización del Congreso. La escena era un choque frontal entre lo esotérico, lo académico y lo político.
La programación reunió nombres inesperados: la escritora brasileña Clarice Lispector leyó “El huevo y la gallina” con ayuda de un intérprete, dejando a la audiencia entre perpleja y fascinada. El ilusionista Uri Geller, estrella mediática de la época, intentó leer mentes y doblar cucharas en vivo por televisión sin mayor éxito, pero atrajo la atención de la prensa nacional. El etnobotánico de Harvard Andrew Weil habló de los usos curativos del tabaco y la marihuana, mientras que el folclorista colombiano Manuel Zapata Olivella presentó las cosmogonías afros e indígenas como saberes científicos.
La delegación haitiana, encabezada por Jean-Baptiste Romain, defendió el vudú como religión legítima a través de rituales y arte. En diálogo con esta intervención, Delia Zapata Olivella estremeció al público bogotano al presentar el lumbalú, rito funerario de San Basilio de Palenque.
El Congreso también rozó el poder político: una delegación de participantes visitó la Casa de Nariño, donde el presidente Alfonso López Michelsen y la primera dama, Cecilia Caballero, recibieron a los visitantes. Caballero incluso se sometió a una lectura del aura con una cámara Kirlian. En paralelo, miles de visitantes recorrían la Feria Bruja, un mercado tan delirante como setentero, donde convivían talismanes, pócimas y estatuillas con electrodomésticos y automóviles último modelo. Por último, en el Salón de Arte Brujo, la curadora María Teresa Guerrero, entonces subdirectora del MAMBO, reunió más de 600 obras en una exposición monumental.
Una conversación nacional sobre lo innombrable
Durante su investigación doctoral, Julián Sánchez González reunió decenas de archivos de prensa que mostraban cómo el primer Congreso Mundial de Brujería sacudió la conversación nacional y alcanzó cierta resonancia internacional. En el centro había temas que pocos se atrevían a formular públicamente: la fe, la superstición, la espiritualidad, los rituales y lo paranormal.
Su investigación revela que lo inusual y poco ortodoxo del evento funcionó como antesala a discusiones sobre inclusión cultural. Para Sánchez, el Congreso fue mucho más que un episodio excéntrico: abrió una antesala a discusiones sobre pluralismo que, años más tarde, resonarían en hitos como la Constitución de 1991.
La prensa cubrió el acontecimiento con una mezcla de fascinación y condena. El Espectador, en su suplemento dominical del 24 de agosto, proclamó en titulares de gran formato: “¡Vuelven los brujos!”. El jesuita Enrique Neira advertía contra “el espectáculo de la superstición” y la tentación de confundir fe con credulidad, mientras que las notas ligeras mostraban fotografías de hechiceros presentados como “brujos y brujas en la vida real”.
En esos mismos días, la revista Cromos sorprendió con un especial de cuatro páginas titulado “¡El diablo!: un asunto infernal”, donde reunió las voces de sacerdotes, psicólogos, antropólogos y escritores para poner sobre la mesa un tema tabú. Allí, el sacerdote y demonólogo Ángel Valtierra defendía la necesidad del demonio para comprender la libertad humana frente al bien y el mal, y alertaba sobre los riesgos de confundir lo oculto con lo sagrado. En contraste, la psicóloga María Isabel de Lince hablaba de la necesidad de desmontar las crianzas basadas en los miedos, subrayando que ningún niño debía crecer bajo la amenaza de Lucifer.
Para cerrar el suplemento, en un giro extraordinario, Manuel Zapata Olivella pronunció una sentencia que quedó grabada: “El diablo es blanco”. Con esa frase, señalaba que las verdaderas fuerzas de opresión y destrucción llegaron a América con la colonización europea. El Congreso había logrado lo impensable: hacer de la brujería y del diablo mismo temas de conversación en Colombia.
Conjuro: legado y 50 años después
Al terminar, el evento dejó un sabor contradictorio. La Iglesia lo condenó como espectáculo peligroso, los sectores más conservadores lo tacharon de circo banal y los organizadores quedaron en quiebra, sin posibilidad de una segunda edición, pero su impacto fue indudable. Como recuerda Sánchez González, tanto el Congreso como el Salón de Arte Brujo se deben entender “como parte de los procesos políticos de su momento, y no como un episodio aislado”. Fue, en definitiva, un espacio de resistencia cultural, donde lo marginado se convirtió en plataforma de expresión colectiva.
Cincuenta años después, esa misma motivación da lugar a Conjuro, una conferencia conmemorativa que se realizará el 17 y 18 de octubre en el Claustro San Ignacio, de Medellín. El evento, organizado por Julián Sánchez y la Corporación Otraparte, se inscribe en la primera feria Brujería, de Comfama. Durante dos días, en el corazón del centro de la ciudad se llevarán a cabo conversaciones sobre espiritualidades, arte y saberes alternativos que reunirán voces afros, feministas, académicas, artísticas y paganas para recordar y actualizar aquel legado.
Conjuro invitará a los asistentes a revisar, con una mirada crítica, lo ocurrido en agosto de 1975 y renovar la comprensión de lo que hoy entendemos por brujería. Será un espacio para valorar “con amor y asombro” aquello que sigue habitando en la sombra de lo diferente.
*Periodista y curadora, parte del equipo organizador de Conjuro.