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Ya son 31 años sin Julio Daniel Chaparro

Homenaje al reportero y cronista de El Espectador, asesinado un 24 de abril mientras investigaba sobre la violencia en Segovia, Antioquia, junto al fotógrafo Jorge Torres Navas.

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Petrit Baquero * / Especial para El Espectador
24 de abril de 2022 - 02:42 p. m.
Mural realizado por el artista Cacerolo en la plaza de Usaquén, en el marco del Décimo Festival de Literatura de Bogotá; en homenaje al también poeta Julio Daniel Chaparro.
Mural realizado por el artista Cacerolo en la plaza de Usaquén, en el marco del Décimo Festival de Literatura de Bogotá; en homenaje al también poeta Julio Daniel Chaparro.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada
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Hace treinta y un años, el 24 de abril de 1991, mi mamá me despertó antes de las 6 de la mañana. Claro, era normal que me despertara porque a las 7 en punto tenía que estar en el colegio, y es que la levantada me costaba bastante (todavía me cuesta). Pero esa vez, mi mamá me despertó minutos antes, lo cual no era normal (pues había que dejarme dormir).(Lea una crónica de Julio Daniel Chaparro sobre Tacueyó, Cauca).

Y lo hizo tocando la puerta y abriéndola lentamente. Total, como ya les dije, me desperté al instante. “Te tengo una muy mala noticia”, me dijo con su voz algo quebrada que dejaba en evidencia una profunda tristeza. Yo no pregunté con mis palabras, pero seguramente lo hice con mi mirada, esperando lo que se venía que, ya sabía, me iba a doler en el alma. “Mataron a Julio Daniel Chaparro”, expresó lánguidamente, dejándome entre impactado, triste y sorprendido, con esa sensación de que todavía no se cree que eso pueda ser verdad. (Aquí puede leer artículos de Petrit Baquero sobre música salsa).

Pero sí, Julio Daniel Chaparro estaba muerto. Lo mataron en Segovia, Antioquia, a donde había ido, con el fotógrafo Jorge Enrique Torres, a hacer un reportaje para El Espectador, aunque eso lo supe días después. Total, en Colombia estábamos acostumbrados a escuchar las noticias de una masacre, un asesinato a una figura pública y un bombazo en cualquier lado.

Eran los tiempos en que Pablo Escobar estaba en una guerra contra todo el que se le opusiera, pero también eran los tiempos en que muchos sectores que siempre han matado, se ocultaban detrás de ese chivo expiatorio del narcotráfico para asesinar, amenazar y masacrar a aquellos que se mostraban como voces disidentes de un orden excluyente e injusto (parece que nada, o muy poco, ha cambiado).

La muerte de Julio Daniel Chaparro me impactó tremendamente y todavía me impacta, razón por la cual le dediqué mi primer libro El ABC de la Mafia. También se lo dediqué a Gerardo Arellano, otra víctima de la violencia en Colombia (murió en la bomba del avión de Avianca) causada por aquellos que hacen todo lo posible —y no cesan en su empeño— para que este país no consiga la paz.

A Julio Daniel lo conocí en los tiempos en que mi papá era rector de la Universidad de los Llanos (1986-1988), pues era uno de los integrantes de ese combo que quiso hacer muchos sueños realidad a través de un claustro educativo que había estado siempre en manos del clientelismo y aquella “mano negra” que perseguía a todo aquel que planteara formas alternativas de ser en el mundo.

Y en cierta forma lograron cambiar algo, pues fomentaron la literatura, visitaron a los municipios del departamento, apoyaron las expresiones artísticas, hicieron presencia en La Sierra de la Macarena, impulsaron el conocimiento del territorio, mejoraron los programas académicos y buscaron siempre plasmar una mirada mucho más amplia y compleja de la vida que hiciera real el concepto de “universidad” (y el clientelismo ganó, pero, tal vez, algunas semillas plantadas germinaron).

Julio Daniel, con sus 25 años, se movía fácilmente entre profesores, trabajadores y directivas de la Universidad, y también entre los estudiantes, con lo cual hacía una importante labor de puente intergeneracional que todo el mundo reconocía y apreciaba. Y, claro, escribía poesía y hacía crónicas, además que las leía con una profunda voz que definitivamente calaba entre los (y sobre todo las) que lo conocían (de hecho, tengo algunos programas de radio con su voz, los voy a buscar).

Es que Julio Daniel era un ser sensible, amigo de sus amigos, solidario con los más jodidos y un soñador para la construcción de un país incluyente, humano, cercano y propio. Mejor dicho, ya saben dónde estaba parado. Pero esa voz sensible —y fuerte a la vez— era incómoda para algunos personajes, sobre todo aquellos ubicados en las más altas cumbres de la política que no podían aceptar que se ampliara la democracia para que llegaran a ella sectores tradicionalmente excluidos y apartados.

Y fue por eso que, cuando dirigía la Revista Oriente, un medio de información y opinión regional, fue amenazado directamente por un nefasto individuo que fue gobernador del Meta y congresista, acusado de múltiples asesinatos y señalado de estar detrás (en compañía de un alto mando del Ejército, Gonzalo Rodríguez Gacha y unos cuantos más) de los crímenes contra la UP en el Meta.

Aquel individuo es uno de esos tétricos personajes que murieron en la impunidad (hace 4 o 5 años), a pesar de que todo el mundo en la región conocía su talante, tenía clara la nefasta influencia que dejó en algunos de los que lo siguieron y sabía de los muchos crímenes que cometió (a nosotros, cuando éramos niños, nos amenazaron de secuestro y, seguramente, fue él). Ante esa amenaza directa que, todos lo sabían, era real, Julio Daniel fue a parar a Bogotá donde siguió creciendo con sus crónicas, manifiestos, proyectos, inquietudes… hasta que llegó ese triste día.

Tenía solo 29 años. Uno de mis recuerdos más vívidos de él es verlo en Hato Chico (una finca que tenemos en el piedemonte) bailando y cantando “Pedro Navaja” de Rubén Blades (que yo puse, porque ya me daban chance de ser el DJ) con la frase: “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ¡ay Dios!” (a pesar de todo, los buenos recuerdos siempre prevalecerán en mí). Y sí, la vida nos dio la triste sorpresa de su partida, pero los que fuimos sus amigos (yo considero que lo fui) lo tenemos presente (a él y a nuestros otros muertos), pues fue un ser inolvidable por quien nuestro afecto jamás desaparecerá.

* Petrit Baquero es Historiador y Politólogo. Autor de El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012); Manual de Derechos Humanos y Paz (Cinep/PPP, 2015) y La Nueva Guerra Verde (Planeta, 2017).

Por Petrit Baquero * / Especial para El Espectador

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Mario(8676)25 de abril de 2022 - 03:18 p. m.
My bien, Baquero. Gracias. " Pero, decime: ¿ Cuál vida, hermano, cuál vida?" Papaito país Crónicas . Julio Daniel Chaparro
Andrea(uyiol)24 de abril de 2022 - 05:22 p. m.
Buena crónica, aunque triste nos ayuda a tener presente que la violencia y la censura no se han ido y que siempre han estado conectadas con los mismos intereses.
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