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Monumentos, espacios de reconciliación

La construcción de tres monumentos con los 69.034 kilogramos de metal de las armas que dejaron las Farc es uno de los retos más importantes para reparar simbólicamente a las víctimas y representar lo sucedido en 53 años de conflicto.

Redacción Justicia para la Paz
18 de octubre de 2017 - 11:00 a. m.
El pasado 13 de octubre, la Misión de observación de las Naciones Unidas le entregó al gobierno los contenedores con las 8.994 armas que dejaron las Farc. / Cristian Garavito - El Espectador
El pasado 13 de octubre, la Misión de observación de las Naciones Unidas le entregó al gobierno los contenedores con las 8.994 armas que dejaron las Farc. / Cristian Garavito - El Espectador

Cinco días después de que la Misión de Observación de las Naciones Unidas entregara los contenedores con las 8.994 armas que utilizaron las Farc en más de cinco décadas de conflicto, ¿cuál es el paso a seguir? ¿Qué hacer con esos 69.034 kilogramos de metal que no volverán a disparar una bala? Para muchos, 53 años de guerra no pueden terminar representados en un monumento que quede en el olvido, lleno de grafitis y con centenares de palomas volando a su alrededor. Para los expertos en el tema, el armamento debe convertirse en un espacio de reflexión que permita entender qué sucedió y por qué jamás se debe repetir esa pesadilla.

Hasta el momento ya es claro cuál será el paradero de los 6.177 fusiles de asalto, 1.817 pistolas, 170 revólveres, 28 fusiles de precisión, seis escopetas, 13 subametralladoras y 274 ametralladoras de las Farc: se construirán tres monumentos, que quedarán ubicados en Colombia, La Habana (Cuba) y la sede las Naciones Unidas en Nueva York. Sin embargo, aún no es claro si se tratará de unas estatuas, esculturas, parques o cualquier mueble que simbolice el fin del conflicto y que sirva como un acto de reparación simbólica para las víctimas.

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El significado de las armas

Las armas son la muestra de poder de cualquier organización armada en un conflicto. Son lo que les permite llegar a una negociación, y el caso de las Farc no fue la excepción. Fueron su herramienta y acompañante en más de 53 años de conflicto. Juanita Millán, teniente de Navío de la Armada y quien hizo parte de la subcomisión técnica para la dejación de armas y el cese al fuego en las negociaciones de paz en La Habana, explicó que la dejación de armas simboliza el fin del conflicto y es un acto muy íntimo, en el que el excombatiente se desprende de su herramienta de trabajo.

Tanto así, que sólo las últimas 15 se destruyeron el pasado 22 de septiembre ante los ojos de todos los colombianos. “El desprendimiento significa una nueva vida. Cuesta trabajo y por eso era importante que no estuviese rodeado por el morbo. Es un momento muy íntimo, porque se están desprendiendo de su acompañante de lucha. Era entendible que las Farc quisieran un proceso reservado. El reto más grande para el Gobierno y las Farc es construir un monumento que satisfaga la necesidad de memoria de las víctimas y no olvide que esa dejación de armas fue un acto voluntario. Por eso creo que el monumento no puede ser algo estático, que sean unos simples fierros transformados que queden en el olvido y llenos de grafitis”, señaló la teniente Millán.

La oficial sostuvo que no puede ser un monumento que se quede en un espacio fijo, sino que puede tratarse de un espacio con varios capítulos que se ubiquen en los lugares más afectados por el conflicto. “No debe ser ninguna apología al conflicto ni a las armas o a alguna de las partes, ni un lugar de revictimización. Al contrario, debe ser un espacio que genere sentimientos de reconciliación, que reconstruya tejidos sociales y sirva para la reflexión. Una especie de símbolo de lo que sucedió durante la guerra, que repare a las víctimas y que garantice que estos hechos nunca volverán a ocurrir”, concluyó.

Más allá de los monumentos

Helka Quevedo, antropóloga forense del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), no tiene duda de que los monumentos que se construyan con las armas que dejaron las Farc deben generar espacios de reflexión y diálogo, especialmente entre quienes no fueron afectados de forma directa por el conflicto. “Debemos construir monumentos vivos, no estáticos. Hay que evitar que solo sirvan como un posadero de palomas. Sembrar un árbol o poner una silla construida con esas armas permite convocar a la gente, para que vaya a esos espacios y se pregunten de qué y de quién estamos hablando. Las personas no solo van a ir a contemplar la silla que se construyó, pues también sirve para que dos desconocidos terminen sentados, leyendo la placa que recuerde lo sucedido y hablando de estos temas”, manifestó Quevedo.

A su vez, Catalina Bateman, restauradora de bienes muebles, indicó que aún sigue siendo muy difícil plantear cómo deben ser los monumentos. “Lo único claro es que deben ser un espacio u objeto que permita la reflexión. Lo importante es que motive a las personas a encontrarse con los otros, que recuerden y entiendan qué sucedió en estos años de conflicto. Tiene que ir más allá de la materialidad, porque cuando se entre a ese espacio, todos debemos sentirnos representados y con la obligación de evitar que estos hechos vuelvan a ocurrir”, aseguró Bateman.

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Desde el Centro Nacional de Memoria Histórica también han realizado actos de reparación simbólica que ayudan a mantener la memoria viva de las víctimas. Por ejemplo, Helka Quevedo lideró el proyecto para recordar a los desaparecidos de Puerto Torres (Caquetá), que consistió en la siembra de 36 árboles en la reserva forestal Thomas Van der Hammen de Bogotá. A ese encuentro llegaron tanto familiares de quienes fueron desaparecidos forzadamente, como personas de la sociedad civil que adoptaron y sembraron un cedro en memoria de las víctimas. El objetivo era que luego de identificar los cuerpos, el árbol les fuera devuelto de forma simbólica a las familias que por años buscaron a sus seres queridos.

Para Quevedo, estos actos simbólicos son otra forma de reparación a las víctimas más allá de un monumento y ayudan a mantener viva la memoria de las víctimas. Agregó que en el CNMH ya han construido dos bosques de paz: el de la Reserva Van der Hammen y otro en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. Finalmente explicó que este tipo de proyectos acercan más a la sociedad civil con las víctimas del conflicto, pues no sólo adoptaban un árbol que representaba la identidad de una persona desaparecida, sino que luego de que las autoridades identificaban los cuerpos, enviaban una carta detallando cómo fueron los hechos y qué sucedió con las víctimas que adoptaron.

“El 20 de octubre de 2002 la Fiscalía General de la Nación recuperó el cuerpo de esta persona en una fosa individual clandestina en la Inspección de Puerto Torres, Caquetá. Era una mujer de entre 25 y 35 años, a quien le causaron fuertes golpes en el brazo derecho, le propiciaron un disparo en la cabeza y le quitaron los brazos y las piernas. En la fosa se encontraron algunas prendas de vestir como ropa interior blanca; se hallaron un brasier blanco, una camiseta de cuello redondo estampado de camuflado y una blusa licrada ombliguera de tiras color azul. El cuerpo de esta mujer se encuentra inhumado en una bóveda del cementerio municipal de Belén de los Andaquíes en el Caquetá”, se lee en una de las cartas que envío la línea de Antropología Forense del CNMH a quienes adoptaron un árbol en su memoria.

Por Redacción Justicia para la Paz

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