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Textos para la reconciliación: “Amemos más y odiemos menos”

Feliza Martínez, bibliotecaria Belén de Bajirá, escribió sobre cómo a las 10 años vio por primera vez un homicidio: la guerrilla asesinó a un hombre por no cumplir la orden de abandonar sus tierras.

Feliza Martínez
19 de diciembre de 2017 - 10:00 a. m.
Líderes de Riosucio, Carmen del Darién y Balén de Bajirá participaron en el diplomado Pases para la Reconciliación de la Comisión Nacional de Conciliación.  / Cristian Garavito - El Espectador
Líderes de Riosucio, Carmen del Darién y Balén de Bajirá participaron en el diplomado Pases para la Reconciliación de la Comisión Nacional de Conciliación. / Cristian Garavito - El Espectador

Para hablar de paz, se debe de estar en paz con uno mismo y así brindársela al mundo exterior. Cuando hablamos de paz nos olvidamos de varios factores súper importantes: dejamos de lado la convivencia ciudadana, el desarrollo ambiental, sociocultural, económico y educativo. Hablar de paz sin tener en cuenta estos factores es seguir plantando guerra sin fundamentos. Día a Día nos codeamos con conflictos innecesarios que conllevan a la generación de odios, rencores y discordias, que solo generan un mal ambiente y construyen guerras innecesarias. La sociedad debe insistir en convivir sin odios. Tenemos que dejar de lado la hipocresía, porque hoy hay más hipocresía que rencores y eso no ha permitido darle a la paz el lugar que realmente merece.

(Vea: "Textos para la reconciliación en el Bajo Atrato)

Nunca me tocó vivir un desplazamiento forzado. Pero sí puedo decir que sé lo que es ver como se le arrebata la vida a otro ser humano, al frente de niños que aún no saben qué es una guerra. A los padres les tocaba llevarse a sus hijos para el campo, para poder brindarles un poco más de tranquilidad. Eso creo que era lo que pensaban, porque de otro modo no podían asegurar que no los mataran. Era de tal magnitud la guerra entre estos grupos (guerrilleros y paramilitares) que por el miedo a perder la vida no era posible siquiera asomarse por las hendijas de las casas durante esas fiestas de balas que iban y venían. No solo exponían su vida por asomarse a una ventaja, pues tan solo la decisión de ir al campo a ganarse la vida buscando un techo y alimentación para sus familias era un riesgo.

Fue triste y muy dolorosa esa época. Al campesino de a pie le toco caminar y pasar por encima de “los muñecos”-como se les decía a los muertos que dejaban tirados en los caminos- para poder llegar a sus labores, o de regreso a sus casas. En mi ignorancia pensaba que para los grupos armados era divertido matar por matar, y poner los cuerpos en el camino para que el campesino los pisara, los saltara y sintiera temor.  

(Lea: "Pasos para la reconciliación en Belén de Bajirá")

Lo que digo no lo escuché, ni me lo contaron otras personas: yo lo viví. Mi madre para asegurarse de que estuviera bien, optaba por llevarme con ella. A la edad de 10 años vi por primera vez como un hombre, que acababa de tomarse una Coca Cola y de comerse una galleta de limón, era herido con dos impactos de bala en cada pierna. Cayó arrodillado frente a sus victimarios, quienes lo humillaron, insultaron y finalmente lo asesinaron con un disparo en la frente.

¿Qué pasó después? No lo sé. Pero me acuerdo como si fuera hoy las razones que dieron sus victimarios para matarlo. Le reclamaron por haberse quedado en el campo desafiando la orden que habían impartido de que abandonaran sus casas y “que no quedará ni el nido de la perra en el monte”. Él fue el único que se quedó y aunque el hombre dijo que nunca le llegó la información, a sus asesinos no les importó.  

(Le puede interesar: "Memorias del Urabá chocoano")

Ese no fue el único ser humano que vieron mis ojos morir ante la maldad de los que se creían dueños del mundo. Vi madres paradas en los andenes y en las puertas de sus casas al lado de sus hijos que les fueron arrebatados por la violencia. Desde entonces digo que no hay injustica grande ni pequeña: todas son injusticias al fin y al acabo. Si en aquel entonces se hubiera pensado más en el bienestar de la sociedad, como lo es la educación y la igualdad social, quizás no hubiésemos tenido tantos muertos.

Hoy no me siento afectada por aquella guerra. Pero se preguntarán: “¿Por qué si vivió la más violenta de las guerras no se siente afectada?” Quizás soy ignorante, pero no siento rencor en mi corazón. Quizás porque no perdí personas cercanas. Perdí un par de primos, pero no un padre, una madre o un hermano. Y aunque al final perdí familiares, no me siento víctima. La razón la desconozco, pero es mi verdad.

(Puede leer: "Textos para la reconciliación: “Entre el miedo y la esperanza")

Hoy los invito a que desarmemos nuestros corazones, dejemos atrás ese odio, rencor e hipocresía porque no nos llevan a nada bueno. Recuerden que la mente tiene poder y si dicen que odian, odiarán, y si te dicen que aman, tengan la plena seguridad que eso reflejarán. Amemos más y odiemos menos, y para cumplirlo “hay que dar al César lo que es del César”, antes de que la vida misma, por derecho propio, nos lo de vuelva. Atentamente: Una sobreviviente más

Por Feliza Martínez

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