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Haciendo País

Balas, constreñimiento y voto de opinión

Kenneth Burbano Villamarín
25 de octubre de 2019 - 06:56 p. m.

Los procesos electorales en Colombia distan mucho de esas concepciones sobre la política entendida como el arte de gobernar o la acción que inclina las voluntades ajenas, donde media el convencimiento, la toma de decisiones para depositar la representación de los asociados y la gobernanza en las mejores manos. Hace años las cosas están trastocadas, porque se asocia “la política” con el engaño y la mentira; el voto depende del favor, del pago, la dadiva, las coimas, la promesa de la ayuda, el puesto o el contrato, y más grave aún, con la amenaza y el constreñimiento.  

Como reacción de las personas para poner distancia o como una forma de repulsión con todo lo que tenga que ver con “la política”, es decir, con ese mundo de corrupción, clientelismo y deshonestidad, pero a la vez con la autoridad,  es frecuente escuchar “yo no tengo nada que ver con la política” posiblemente para referirse a otras actividades que se consideran decorosas y decentes; “a mí no me importa la política” seguramente para expresar desinterés por las elecciones, no apoyar candidatos ni votar; ciertamente estas formas de reacción corresponden a un imaginario, a representaciones que tienen las personas, pero resulta inescindible la relación que existe entre la vida en comunidad y la política.  

La palabra política, según lo dice  Marcel Prelot en su libro La Ciencia Política, se origina en las palabras griegas, he polis: la ciudad, el Estado, el recinto urbano, la reunión de los ciudadanos que forman la ciudad; he Politeia: la Constitución, el régimen político, la República, la ciudadanía entendida como los derechos de los ciudadanos; ta política: las cosas políticas, las cosas cívicas, la soberanía; he politike: el conocimiento de la vida en común de los hombres, la Constitución de la ciudad. Lo descrito guarda correspondencia con el Estado moderno, una sociedad con sentido político donde hay gobernantes y gobernados, lo que implica relación de sujetos, concierto de voluntades, acciones, posesión de los mandatos; también ejercicio de la ciudadanía con derechos, deberes y obligaciones.    

El establecimiento del Estado liberal, que permitió contrarrestar los sistemas absolutistas, conlleva las elecciones populares, es atinente a la democracia, un sistema donde las decisiones son tomadas por la mayoría y el poder no se concentra en una persona sino que está distribuido entre todos los ciudadanos.  Así lo concibió la Constitución de Colombia, un pacto político creado por el pueblo, en la que se dispuso que todo ciudadano puede elegir y ser elegido, uno de los mecanismos para hacer efectivo el derecho a participar en la conformación, ejercicio y control del poder político. Con base en los principios de libertad y autodeterminación, la protección de la Carta Fundamental cobija a quienes hacen parte de los partidos o movimientos políticos, a los candidatos a cargos de elección popular con arreglo a la ley; ampara a los electores para que escojan autónomamente a sus representantes, o se abstengan de votar, sin que medie ninguna forma de presión sobre ellos. 

Este paradigma constitucional contrasta con una realidad social compleja y desoladora, la violencia política no cesa, el asesinato y las amenazas a candidatos es preocupante, lo demuestran los hechos y así se desprende de las alertas tempranas de la Defensoría del Pueblo y el informe sobre riesgos electorales de la Misión de Observación Electoral. Por otro lado, las elecciones han agudizado el odio, lo que está en la memoria de los colombianos no son los programas y las propuestas sino el mayor grado de sectarismo y ataques personales con que los candidatos actúan, cual si se tratara de un arsenal de guerra y no la competencia electoral dentro de una democracia; eso no quiere decir que no haya candidatos valiosos, independientes, con programas y propuestas serias, pero todo esto está opacado por la agresión en sus diferentes manifestaciones.

También es chocante y contraproducente la actitud de los cínicos que apoyan a candidatos cuando han sido condenados por la comisión de delitos, sancionados disciplinariamente por faltas graves o sus conductas están seriamente cuestionadas; e igualmente quienes se consideran los únicos adalides de la moral y las virtudes, atribuyéndose el derecho a increpar conductas y a juzgar a los demás como si fueran jueces. Desde luego que hay candidatos con hojas de vida limpias y otros que hacen hasta lo imposible por blanquearlas. 

Los resultados electorales pueden conducir a que los vicios y costumbres clientelistas se mantengan, tras la reelección de quienes han venido ocupando asientos en las corporaciones públicas sin importar su gestión y sus antecedentes, o la elección de alcaldes y gobernadores que representan intereses individuales o partidistas, pero no los de los electores; por tanto, con estos elegidos, lo más cercano será la transformación del jefe en tirano descrita en la República de Platón “en los primeros días y en el primer tiempo, aquél sonríe y saluda a todo el que encuentra a su paso, niega ser tirano, promete muchas cosas en público y en privado, libra de deudas y reparte tierras al pueblo y a los que le rodean y se finge benévolo y manso para con todos”. Por otro lado, quienes provienen de corrientes renovadoras o son independientes pueden llegar a ocupar los cargos de elección popular, esto generará resistencia y oposición de los miembros de partidos carentes de principios e ideología, lo que hará difícil la gestión de los entrantes, ante el riesgo de que las viejas prácticas cambien. 

Ojalá se elija gente nueva, no más barones, caciques, escogidos, ungidos, delfines, iluminados, familiares, amantes, tampoco los mismos en cuerpo ajeno, ni los escogidos por Dios; siendo trascendental y definitivo votar a conciencia, un voto de opinión, libre y secreto, que permita recuperar la actividad política como la más noble y honrosa; renovar la política consiste en hacer una valoración ética, se trata de votar con objetividad, pensando en el interés general, en mejorar las condiciones de vida de los habitantes, en el manejo adecuado de los recursos públicos. Ha sido muy difícil elegir en Colombia, en ocasiones se vota no a favor de, sino en contra de, y eso es doblemente dañino, pues significa, primero, que no se está frente al candidato por el que se desearía votar, y segundo, hay que escoger entre el menos malo de los males.

En la entidades territoriales las diferencias son enormes, las necesidades y dificultades son disimiles, así pues, en ciudades como Bogotá y en algunas capitales con cierta población es viable el voto de opinión y se constituye en definitorio, en los demás municipios es difícil, dado el influjo de actores armados y grupos criminales, el enraizamiento  de clanes políticos y familiares, la utilización de los bienes y la “maquinaria política” de quienes están terminando sus periodos para favorecer a sus candidatos; y es difícil, porque la mayoría de personas suelen no tener opción, es tanto como jugar con la posibilidad de trabajar o quedar desempleado, exponer la vida, la integridad o tener que abandonar su casa o su tierra.

Desde luego que a nadie se le puede pedir lo imposible; por ello, bajo el principio de solidaridad es necesario exigir que las denuncias y las investigaciones de los responsables de los asesinatos y amenazas a los candidatos, así como de los delitos electorales, avancen sin dilaciones y se hagan a fondo, castigando a los jefes de los clanes y no solo a los autores materiales. Son fundamentales el respaldo y fortalecimiento de los procesos de veeduría y control ciudadano, la denuncia pública, los procesos de resistencia civil no violenta, el apoyo a los periodistas y medios independientes, proteger a los defensores de derechos humanos y lideres sociales; hay toda una tarea pendiente, en especial desde la educación en y para la democracia, como la principal mediación que le permita a las personas escoger a sus representantes mediante el voto a conciencia y libre.

 

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