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Crispación

Juan David Cárdenas Ruiz
05 de abril de 2018 - 07:33 p. m.

La entrada al sistema político de la FARC, la consolidación de partidos de derecha y extrema derecha y el fortalecimiento de discursos de “centro” han llevado a un recrudecimiento de los términos de la discusión pública, a tal punto, que podríamos estar viviendo la canalización, en la deliberación pública, de un comportamiento violento históricamente arraigado.

Distintos autores han denominado este fenómeno como la “crispación” social, en escenarios donde los niveles de confrontación, incertidumbre, confusión y actitud defensiva frente a todo lo que sea ajeno a nuestras creencias, genera un estado de tensión al interior de la sociedad que se ve materializada en la desconfianza institucional y la desconfianza interpersonal. En el fondo, lo más grave, es que el detonante de estos escenarios puede ser el paso de la violencia verbal a la violencia física, lo que sería un paso en el camino contrario de construcción de una cultura de paz hacia donde deberíamos avanzar los colombianos.

Sin embargo, la “crispación” no es en fenómeno espontaneo ni súbito. Si bien el hombre es conflictivo por naturaleza, ha aprendido a convivir bajo unos principios mínimos de civilidad, más allá de las diferencias. Lo que estamos observando es que, precisamente los políticos, a su conveniencia, como estrategia político-electoral, exacerban esa incertidumbre, y con sus actitudes y acciones terminan validando la violencia, la amenaza y la difamación como herramientas comunes de su accionar cotidiano en las redes sociales, en la comunicación interpersonal y en las estrategias de comunicación pública.

La semana pasada ocurrió un caso que puede servir de ejemplo para ilustrar el fenómeno de la crispación. Un ciudadano, militante del uribismo, Ariel Ortega, amenazó a través de la red social Twitter al caricaturista conocido como “Matador” añorando la existencia de grupos de autodefensa, que, en manos de Carlos Castaño, en muchas ocasiones silenciar a muchos colombianos por distintas causas, entre ellas pensar distinto y ser críticos de una forma de pensamiento.

Pensar que las amenazas del ciudadano Ortega son un accidente es equivocado. Si una persona se ve reflejada en los valores morales, éticos y políticos de sus líderes, es decir ve en ellos un ejemplo a seguir, no debe extrañarnos que al ver a esos líderes permanentemente acusando y amenazando periodistas, criminalizando a las voces opositoras y censurando cualquier manifestación contraria a su pensamiento, se abrogaran para sí mismos el derecho a actuar de la misma forma.

Si nuestros lideres viven envueltos en líos judiciales, mienten sobre su patrimonio económicos y sus títulos universitarios, no respetan las leyes mínimas de convivencia, construyen y difunden falsas noticias, crean y reproducen enemigos que entregan a la sociedad para saciar la necesidad de tener contrapartes que refuerzan la propia identidad, y aun así muchos ciudadanos siguen manifestando su voluntad de votar por ellos y los terminan eligiendo, debemos hacer fuertes cuestionamientos y profundas reflexiones sobre la inexistencia de una ética pública en el país.

La crispación, impulsada por los mismos políticos, hace que los ciudadanos pierdan el norte ético, las normas básicas de convivencia y, en medio de esa confusión e incertidumbre, movidos por el mal ejemplo de sus líderes, terminen reproduciendo esas malas prácticas en aras de buscar certeza y sentirse seguros.

Hace no mucho un presidente decía a sus congresistas cercanos “Les voy a pedir a todos los congresistas que mientras no estén en la cárcel, voten”. Pareciera que hoy los ciudadanos en medio de la crispación prefirieran seguir ese camino, elegir la confrontación emocional, la defensa ciega y acrítica de principios y sobre todo de líderes de dudosa reputación.

Ojalá, con el comienzo de los debates electorales, la crispación de paso a un escenario de mayor racionalidad, donde los ciudadanos en vez de amenazar y violentar a quien piensa distinto, debatan sobre la base de ideas y argumentos. Hacia allá debe apuntar el futuro de nuestra democracia.

 

 

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