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¿Culto a la memoria histórica?

José Obdulio Espejo Muñoz
06 de junio de 2020 - 12:42 a. m.

Un amigo radicado en Europa, con quien comparto mis columnas de opinión online , me envió el enlace de una entrevista que David Rieff concedió en 2017 al Clarín de Argentina sobre su ensayo Elogio del olvido, en el que argumenta contra el culto al pasado colectivo. Concuerdo totalmente con Rieff, como quiera que opino que el culto desmedido a la memoria histórica en Colombia es más lesivo al anhelo de paz que cualquier opositor a los acuerdos de La Habana.

La memoria histórica es necesaria, pero no debe ser considerada un imperativo moral y la panacea que guíe las narrativas de nuestro conflicto armado. La historia única, acompañada de memoria selectiva, hace que los colombianos caigamos en el error, las imprecisiones y la profundización de estereotipos; ahonda más nuestras diferencias y nos aleja de los caminos de la comprensión del pasado violento, la reconciliación y la convivencia pacífica.

Es innegable el uso de la verdad, la memoria y la construcción del pasado con fines políticos e ideológicos en el contexto general del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición, Sivjrnr. El nombramiento de Darío Acevedo Carmona como director del Centro Nacional de Memoria Histórica, Cnmh, es la prueba reina de que la memoria histórica y la verdad se convirtieron en un álgido espacio de confrontación ideológica, donde se enfrentan e imponen jerarquías, desigualdades y exclusiones sociales.

La polémica que desató esta designación −de mal recibo especialmente en sectores que promulgan la tesis de que nuestro conflicto armado se reduce a la comisión de crímenes de Estado y al paramilitarismo− materializa esta batalla por la memoria y la verdad, en donde un sector quiere imponer visiones particulares y cargadas de sesgo acerca de qué pasó en Colombia. Esto amenaza el principal propósito de la memoria: ser vehículo de escucha mutua donde se pueda navegar hacia una posible reconciliación nacional.

Esta pérdida del control sobre la memoria histórica fue la chispa que encendió la llamarada, al punto de que la JEP intervino groseramente en el asunto y se vio obligada a proferir el auto AT-058 del 5 de mayo de 2020 en favor del sector que se sintió afectado en sus intereses. Al final del día, las víctimas en su conjunto son las que pagaran los platos rotos de la memoria selectiva y excluyente.

Verbo y gracia, resulta evidente que durante la regencia de Gonzalo Sánchez y su fiel escudera María Emma Wills, la producción del Cnmh se centró en las atrocidades del paramilitarismo, si bien se abordaron otras aristas asociadas al conflicto armado. ¿Qué podría ser más negacionista y nocivo para la paz y la reconciliación que reducir más de 60 años de guerra a un fenómeno que nació en la década de los ochenta? Para que no me tilden de milico, paraco y negacionista, aclaro que para nada pretendo desconocer el nefando legado del paramilitarismo y su estela de terror y muerte o afirmar categóricamente que los homicidios en persona protegida (mal llamados falsos positivos) son un mito fabricado para dañar la reputación del Ejército. ¡Ni más faltaba! Pero este no es el sustrato de seis décadas de confrontación.

El peligro de sobrevalorar la memoria, la oralidad y las innumerables expresiones de las víctimas encuentra su mejor ejemplo en la mítica masacre de las bananeras. Aún se culpa a los soldados del hoy por la presunta barbarie de sus pares en 1916, exacerbando el odio y los crímenes de odio contra los colombianos que optan por la milicia. Y escribo presunto, porque la historia y no la memoria histórica ha permitido determinar que los muertos fueron menos de una docena y jamás miles como se asegura. Sobre este episodio, Gabriel García Márquez, quien lo incluyó en el realismo mágico de Cien años de soledad, dijo el 12 de abril de 1996 en la Cátedra Colombia: “[…] no pude encontrar ningún testimonio de que los muertos hubieran sido más de 7, y que el tamaño del drama no fuera el que andaba suelto en la memoria colectiva”.

Ya lo había dicho en una entrevista del Nobel a la BBC en 1990, la cual transcribió Eduardo Posada Carbó en su ensayo La novela como historia: Cien años de soledad y las bananeras: “[…] No quedó muy claro nada pero el número de muertos debió ser bastante reducido... Lo que pasa es que 3 ó 5 muertos en las circunstancias de ese país, en ese momento debió ser realmente una gran catástrofe y para mí fue un problema porque cuando me encontré que no era realmente una matanza espectacular en un libro donde todo era tan descomunal… donde quería llenar un ferrocarril completo de muertos, no podía ajustarme a la realidad histórica... decir que todo aquello sucedió para 3 ó 7 muertos, o 17 muertos... no alcanzaba a llenar... ni un vagón. Entonces decidí que fueran 3.000 muertos, porque era más o menos lo que entraba dentro de las proporciones del libro que estaba escribiendo. Es decir, que ya la leyenda llegó a quedar ya establecida como historia [sic]”.

Por esta razón, académicos como Enzo Traverso ratifican la importancia de diferenciar la historia y la memoria; ambas trabajan sobre el pasado, pero sus métodos, interpretaciones y análisis son muy diferentes. La historia busca ser objetiva y está sujeta a críticas y cambios, mientras que la memoria es subjetiva y reconstruye los hechos del pasado a partir de los testimonios de las víctimas o sobrevivientes, los cuales pueden ser reales o no. Además, la memoria histórica −a diferencia de la ciencia histórica− no se apoya en el método científico y uno de sus principales axiomas: contrastar fuentes. He aquí el quid del asunto.

En palabras del historiador británico Tony Robert: "[...] Yo creo profundamente en la diferencia entre la historia y la memoria; permitir que la memoria sustituya a la historia es peligroso. Mientras que la historia adopta necesariamente la forma de un registro, continuamente reescrito y reevaluado a la luz de evidencias antiguas y nuevas... Estas manifestaciones mnemónicas del pasado son inevitablemente parciales, insuficientes, selectivas; los encargados de elaborarlas se ven antes o después obligados a contar verdades a medias o incluso mentiras descaradas…"

Claro, la historia y la memoria histórica no se excluyen entre sí. De alguna forma lo dijo Maurice Halbwachs en La memoria colectiva cuando escribió: [...] acontecimientos no vividos directamente, sino transmitidos por otros medios, un registro intermedio entre la memoria viva y las esquematizaciones de la disciplina histórica".

 

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