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Discutamos sobre la renta básica para Colombia

Tom Odebrecht
16 de julio de 2017 - 08:54 p. m.

El otro día, sentado con amigos en la terraza de mi café favorito en Bogotá, surgió la discusión sobre el futuro del estado de bienestar colombiano y su correspondiente modelo económico para la época del posconflicto. La segunda cuestión es: qué filosofía de macroeconomía el gobierno nacional debería seguir. la Constitución del 91 contesta: el armonioso, pero poco concreto modelo de economía social de mercado. No queda muy claro. Por otro lado, qué tipo de modelo de bienestar han buscado implementar las últimas presidencias de turno.

Como creyente en los méritos de la economía social de mercado, exijo un estado que otorgue la máxima prosperidad posible para todos sus miembros. También, porque así se mantiene una mayor productividad del mercado laboral. Una joven empleada que constantemente esté devorada por la incertidumbre financiera de su familia, sintiendo un imparable temor social, nunca logrará enfocarse en su ocupación para poder avanzar profesionalmente. Mal para ella, mal para el mercado.

¿Cómo construir una red estatal contra el descenso social? Desde los inicios del siglo XVIII, el estado de bienestar tradicional ha desarrollado diferentes conceptos: seguro social universal, seguro de salud público, subsidio de desempleo. Todos son logros muy importantes, pero por la dependencia de la financiación a través de un sistema laboral de altas tasas de empleo formal, hoy en día prácticamente inalcanzables, son poco aptos para una Colombia globalizada y crecientemente digitalizada, que está determinada no sólo por más volatilidad laboral, sino también la substitución de empleo tradicional por la automatización. Con la reconstrucción política y social que requiere el fin del conflicto armado, la dirección del modelo social colombiano se tiene que discutir.   

Mi propuesta es contemplar un viejo principio del liberalismo clásico (nada que ver con el equivocado neoliberalismo): la renta básica o lo que se conoce como “universal basic income” en inglés. La idea es sencilla: transferir a cada ciudadano o radicado en el país, sean empleados, empleadores, inversores multimillonarios, futbolistas o presidentes, una garantizada suma mensual, sin contraprestación alguna. El consenso político dispondría, y ajustaría, el nivel exacto de la suma, en el caso ideal cerca del mínimo de subsistencia. Lo que suena como utopía, tiene muchos simpatizantes en la academia, entre ellos el reconocido economista del MIT, Erik Brynjolfsson, o el discutido ícono Milton Friedman. Ambos muy lejos de ser socialistas.

Económicamente visto, la renta básica es comparable a un impuesto sobre la renta negativo (te llega un reintegro). La globalización, los avances tecnológicos y, últimamente, las digitalizaciones han generado un alto bienestar en los países, no obstante, al mismo tiempo está incrementando la desigualdad relativa. Indudablemente, la democracia en sí demanda contrarrestar esa dañosa polarización.

Llevó tiempo tratar de convencer a mis amigos, sobre la utilidad de esa herramienta. Con un mensual pago automatizado a todos, se declara obsoleto gran parte de la burocracia que administra los distintos programas de bienestar con sus fiscalizaciones personales, multitudes de formularios y transferencias. Porque dejan de existir. Con esos recursos de la caja pública ahorrados se puede financiar parte de la renta básica.

Una de las criticas reiterativas es que el sistema desincentiva la voluntad de trabajar, premiando la ausencia laboral. Bueno, probablemente algunos sí van a renunciar a sus trabajos mal pagos, intentando vivir del seguro universal. Pero la gran mayoría de la fuerza laboral apreciaría el ingreso adicional como un aporte a la libertad financiera que les da la oportunidad de invertir en su hobby, viajar por su propio país o comprar nuevos uniformes escolares para sus hijos. Especialmente para la brecha joven del mercado laboral, el trabajo no es únicamente una fuente de ingreso, sino de valor del individuo.

Es más: para el contexto colombiano, con su alta volatilidad e informalidad laboral, la renta básica significaría un notable aumento de los salarios de empleo no calificado, algo que es el principal fin del sueldo mínimo, y que en pocos territorios se ha logrado por la elevada complejidad del instrumento.    

Colombia, con su demografía extraordinariamente favorable, podría beneficiarse con creces de la renta básica. Quizás mis amigos no quedaron totalmente convencidos de la asignación financiera, pero ya no descartan reflexionar sobre sus implicaciones. Busquemos que el gobierno haga lo mismo.

 

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