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Falsa asepsia, del aislamiento a la limpieza (social)

Columnista invitado
01 de abril de 2020 - 08:54 p. m.

Por César Augusto Muñoz M*

Entre la noche del sábado 21 y la madrugada del domingo 22 de marzo en la cárcel Modelo de Bogotá, 23 personas privadas de la libertad fueron asesinadas por el Instituto Nacional Penitenciario de Colombia INPEC, 83 más resultaron heridas. Esta masacre fue ejecutada al momento en que una protesta se convirtió en amotinamientos e intentos de fuga por parte de los reclusos.

El domingo después de sucedidos los hechos, la ministra de Justicia Margarita Cabello, informó que se logró “detener un plan de fuga masiva de la cárcel La Modelo de Bogotá”. Paso seguido, la funcionaria señaló que, en acciones criminales, hubo un intento de fuga y en esos hechos resultaron muertas estas personas. Cierra la alocución afirmando que en las cárceles “no hay emergencia sanitaria”.

La emergencia sanitaria no está únicamente en las cárceles, ni es sólo a causa del COVID 19. La descomposición es de carácter ético y se esconde bajo el oxímoron de la degradación de la asepsia. Permítanme explicar lo anterior con tres hechos recientes:

Hecho 1: La reacción ante la masacre ocurrida este fin de semana fue de indiferencia, que es otra forma de complicidad. Hace carrera en la sociedad la idea que matar o apresar al otro diferente; campesino, pobre, habitante de calle, criminal, inmigrante, drogadicto, homosexual, lesbiana, mujer, reincorporado… es una forma de “limpiar” o castigar.

La masacre, la desaparición forzada o la tal “limpieza social”, así como, la criminalización de la protesta social y el apresamiento de líderes/as sociales, han sido el equivalente a lavarse las manos. Sobre la base de esas ideas han funcionado los escuadrones de la muerte, los grupos paramilitares apoyados por amplios sectores de la economía y los batallones que ordenaban y ordenan ejecuciones para crear la ficción de estar ganando una supuesta guerra.

Hecho 2: el viernes 20 de marzo fue asesinado en el municipio de Puerto Asís, el líder campesino Marco Rivadeneira, presidente de la Asociación campesina de Puerto Asís, Asocpuertoasis. De forma idéntica, fue asesinado en el mes de enero, Yordan Tovar, joven integrante del sindicato de trabajadores campesinos del Putumayo. Estos dos asesinatos reconocidos públicamente, son la punta del iceberg de la crisis humanitaria que se desarrolla en el departamento: panfletos (ver foto adjunta) que amenazan con “limpiar la región” declaran objetivo militar a “venezolanos”, “drogadictos”, “ladrones” y “prostitutas”. Estos, anteceden la muerte de jóvenes, mujeres y campesinos (pobres todos).

Recientemente, la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz denunció que existe un plan para atentar contra la vida de la lideresa campesina Jani Silva. A ella desde hace más de un año le tocó salir de su finca; dejar sus animales, su tierra y parte de su vida como campesina. Jani, antes del confinamiento decretado ya vivía encerrada para proteger su vida, la de sus hijos y sus nietos. Todos estos hechos suceden en medio de la presencia militar de la Brigada XXVII de Selva, de Policía y la Fuerza Naval del Sur.

Hecho 3: Entre el 16 y el 31 de marzo, fueron asesinados Irnel Flórez Forero, Belle Ester Carrillo Leal, Albeiro Gallego y Juan Carlos Castillo firmantes del Acuerdo. Ya son 192 personas asesinadas, la tendencia muestra que a la publicación de este articulo esa cifra habrá aumentado. Una vez más en Colombia se desarrolla un genocidio. Estos asesinatos son sistemáticos, porque ocurren de manera reiterada, metódica y regular. Este fenómeno aumenta, sigue un sistema y se ajusta a un conjunto organizado de reglas.

Esta emergencia humanitaria y la cantidad de muertos que estamos sumando a nivel global, termina por demostrarnos, como lo afirma el antropólogo David Harvey, que 40 años de neoliberalismo debilitaron tanto los sistemas sociales de salud que, en una época de sobreproducción y desarrollos tecnológicos, no se cuenta con el material suficiente para afrontar la situación.

Algunos gobiernos como el nuestro decidirán salvar a los bancos y a las grandes empresas privadas, improvisarán en las medidas de contención del virus, profundizarán el estado de excepción actuando de forma criminal y represiva como lo hicieron en la cárcel modelo y pretenderán que la indiferencia se profundice en tiempos de aislamiento. De esa forma, se podrán seguir sosteniendo los privilegios de unos pocos sobre la base de una sociedad conservadora que sigue defendiendo abierta y soterradamente la idea de que las sociedades se pueden limpiar matando a los diferentes.

Este tiempo nos puede permitir reconocer desde la alteridad, las prácticas culturales que justifican el hecho de que unas vidas merecen ser vividas y otras no. Reconociendo este sistema de creencias y prácticas cotidianas, quizás podamos empezar a pensar cómo cambiar esos valores. De esa forma, limpieza sólo será un sustantivo que determine la realidad de las cosas y no de las relaciones sociales.

*Investigador del Programa de Estudios Críticos de Transiciones Políticas de Uniandes

 

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