Colombia + 20
Haciendo País

¡Así no muchachos!

Sebastián Pacheco Jiménez
30 de mayo de 2020 - 04:54 p. m.

"Al traste" y "hacia el fracaso", dos frases que resumen el camino que cabalgamos ante la posibilidad de la paz en Colombia. Aquí algunos de sus más crónicos problemas:

Diferentes pero sensatos. Partamos del punto en que la divergencia es natural a la condición humana. Hay que dar por descontado que la imparcialidad y la opinión incólume no existen, quiérase o no, todos tenemos una opinión o predisposición a determinados temas políticos. Sin embargo, esto está siendo argumento para crear una atmosfera de polarización y odio que ciertamente está sobrepasando todos los niveles de sensatez y, lo peor, nos aleja de la posibilidad de la paz.

Política y odio. Los principales sectores políticos están sin brújula y la opinión pública no ha podido cerrar filas sobre la necesidad de hacer de la búsqueda de la paz un proyecto nacional y no un proyecto sectorial o caudillista. Como resultado, tenemos sectores que se abrogan para si la llave de la paz y acusan a sus contradictores de ser la piedra de tropiezo. Al final, se politiza la paz y la confusión exacerba la polarización.

Jóvenes y radicales. En esto y abrumados por denuncias diarias de aquí y acullá, queda una generación de jóvenes maduros, muchos de ellos universitarios, que sucumben ante el espiral de la política. Lo dramático es que sobresale la prepotencia, la superioridad moral y la vanidad académica. Poco o nada se escucha sobre conciliación, compresión, consenso y demás elementos éticos que se requieren para dar un salto de calidad hacia el cambio. El peligro es que se está formando un ejército de radicales, y aunque en democracia sea licito, puede ser condición básica de una nueva violencia.

Chile, Argentina y España. Como vamos, el legado que va quedando de los acuerdos de paz, es el fantasma de sociedades como la chilena, la argentina y la española que, tras superar a las guerrillas y a las dictaduras, su legado fue el de dejar sociedades divididas, bifurcadas, en la que pulula el rencor y la insatisfacción. Allí la transición no logró catapultar y consolidar la unidad de la nación.

Más educados, lo mismo de siempre. Sin duda esta generación es la más formada y cualificada de nuestra historia republicana, sin embargo, persiste el empeño social en reproducir las formas antiguas de dialogo político. Antaño las discusiones eran entre: centralistas o federalistas, liberales o conservadores, chulavitas o limpios, policías o bandoleros, comunistas o capitalistas; todos sin excepción, encontraron en la división, la polarización y la violencia el camino para zanjar sus diferencias. Hoy y como castigo a la arrogancia generalizada, cabalgamos en la misma dirección, hay más interés en acusar y separar que en unir y perdonar.

Sin historias nacionales, solo compendios sectoriales. La preocupación crónica está en que tenemos centenares de investigadores y pensadores, de todos los saberes, que están empeñados en construir historias limitadas, parciales, acusadoras, que ocultan, acallan y segregan con intención, al final no importa qué fue lo que paso, lo importante es ganar la batalla para imponer “mi verdad”.

Entre ostracismos, guetos y fanáticos. Producto de lo anterior, hay como mínimo tres posturas hacia la construcción de la paz. Un grupo que, abrumado por cascadas de información, decide consciente o inconscientemente, apartarse del debate y dar la espalda. La consecuencia es un colectivo sin memoria, de corte urbano, ausente de las atrocidades de la guerra rural, que se transforma en presa fácil de las fake news y los argumentos de odio. Otro sector que se reúne en subgrupos de opinión política con intereses e ideas relativamente homogéneas que al lograr 1.000, 10.000 o 100.000 seguidores (o likes), creen ser la muestra de una revolución en marcha, olvidando que por cada simpatizante de su causa hay por lo menos una persona que se contrapone y lo resiste (recordar el plebiscito por la paz 50,2 vs. 49,7 y las elecciones presidenciales de 2018). Un tercer grupo, que actúa como vocero de líderes mesiánicos, que a diario se involucra en una dura batalla de noticias, datos, investigaciones y demás, para lograr como botín, el abrogarse la verdad y la llave de la razón. En ellos no existe la generosidad de la comprensión o la capacidad de la conciliación y terminan siendo seguidores cuasi religiosos de causas y personajes que llevan a la reproducción del odio y la violencia.

Buscándole la cola al perro. Los líderes de la construcción de la memoria, la historia, la verdad y la justicia, los de ahora y los de antes, han guiado y siguen guiando un barco sin rumbo, en donde la paz es el argumento de boca, pero sin acuerdo sobre una ruta común para dar un giro que cambie la senda, paradójicamente asistimos una crisis de liderazgo.

Lo cierto es que, una vez más como en los múltiples procesos de dialogo que ha experimentado el país, la paz no se está logrando y todos compartimos culpa. Al final, nuestros hijos nos juzgarán con la dureza que juzgamos a nuestros antepasados: tuvieron una oportunidad y la echaron a perder. Lo bueno es que aún hay tiempo, podemos encausar el rumbo y cambiar la tendencia de la eterna repetición de la violencia de origen político.

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar