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Haciendo País

“La victoria de la paz”

Jorge Gaviria Liévano
05 de agosto de 2018 - 03:38 p. m.

Uno de los salones de la Casa de Nariño es el que lleva el nombre del maestro Obregón. Hay un cuadro bautizado por él como “La Victoria de la Paz”. Ha estado ahí por años. Apreciado en su belleza por algunos de nuestros mandatarios; ignorado por otros menos sensibles; seguramente temido y rechazado como fatídico talismán por el gobernante que le extrajo todo sentido humanitario a su interpretación de la seguridad y de la paz en sus dos largos períodos de Gobierno.

Inmensamente valorado, en cambio, por el gobernante  saliente, no solo en su esplendor artístico sino en su potente simbolismo. Se diría que Santos hizo de “La Victoria de la Paz” no solo su primordial meta sino su mayor legado para Colombia, hasta transformarla en política de Estado. El cuadro suscitará siempre admiración. Los trazos firmes de ese  impactante óleo de gran formato expresaron en 1982 las vibraciones exultantes de la sensibilidad del artista, quien pretendió celebrar así el final de uno de los ciclos de nuestra recurrente confrontación, el de la violencia política, y abrir la puerta a la ilusión de que otros episodios de desavenencia entonces en curso o por comenzar pudieran cerrarse prontamente sin nuevas heridas, tal como en alguna medida se cauterizaron en su momento las de aquella feroz y prolongada controversia fratricida.

Las magistrales pinceladas de “La Victoria de la Paz” describen  un movimiento dinámico y sostenido,  la afirmación de la voluntad jamás vencida del alma de Colombia por buscar  salirle al paso a la guerra, al encono, a la destrucción, sin detenerse ni aminorar el ritmo; es una mujer vestida de blanco, plena de ternura  y  belleza, pero a la vez de fortaleza, con decisión de continuar su marcha ininterrumpidamente. Es la expresión de que la paz entre nosotros no debe ser la de las improvisaciones, o  las claudicaciones humillantes después de prologadas y dolorosas confrontaciones, ni la que se traduce apenas en fugaces treguas, sino la que resulte de acuerdos responsables, de consensos madurados, de puntos  cuidadosamente identificados para  superar ancestrales desequilibrios. No la paz surgida de soberbias campañas de exterminio que confirmarían los desajustes de siempre  y serían, por tanto, motivo de conflictos que desangrarían interminablemente  al país.

La paz es dinámica, constante, trabajo paciente , en que se rectifica sin cesar, a la manera de los antiguos alquimistas, quienes so pretexto de  obtener el oro puro de lo que antes fueran metales innobles o mera escoria, perseguían fundamentalmente al final del proceso la trasmutación del corazón del operador. Otra artista  notable, como Doris Salcedo, ha manipulado también metales para dejar a la posteridad la obra denominada “Fragmentos”, que es uno de los tres monumentos que quedarán con las miles de armas fundidas que entregaron las FARC hace más de un año. En reciente ceremonia previa de inauguración el Presidente Santos destacó el noble pensamiento de una de las víctimas, así: “Si las armas se pueden fundir, los odios también”. Es lo que ahora nos corresponde hacer a todos los colombianos.

Y el paciente operador principal que ha sido Santos, aun siendo consciente del desgaste que paradójicamente han implicado para su propia imagen los pasos más trascendentales dados  en la historia del país hacia la paz perdurable, ha retomado con decisión complejos intentos para que se logre prontamente un cese bilateral del fuego con la guerrilla supérstite del ELN, provisto de precisos protocolos para su verificación internacional, y para ajustar los lineamientos de un acuerdo muy específico de paz con ese grupo, de características bien distintas al de la antigua guerrilla de las FARC.

La inminencia del fin de su mandato ha conspirado contra el esfuerzo para terminar de pulirlos; pero  ojalá el nuevo Gobierno aproveche lo mucho que en esto le deja  el saliente y se abstenga de imponer condiciones heroicas que hagan ilusoria la feliz culminación de otro proceso políticamente negociado y de tanta trascendencia para la nación. 

Por ahora, y sin que tengamos otro motivo distinto al mero sentimiento de reconocimiento ciudadano, que mezquinamente se le niega hoy por tantos al Jefe de Estado que está por terminar su gestión, significamos en estas líneas nuestra admiración y gratitud por una obra de Gobierno que le ha devuelto a Colombia, en particular a sus gentes humildes, a las numerosas víctimas y desplazados forzosos del conflicto armado, a los antiguos guerrilleros, a sus fuerzas armadas, a las futuras generaciones, la esperanza de conocer la verdad de lo acontecido, de que sobre esa base se repare plenamente a quien corresponda, que se imparta a todos debida justicia, que se garantice que las atrocidades vividas no se cometerán jamás de nuevo, y de que la vida en un país maravilloso como el nuestro no estará eternamente condenada a la amenaza, al miedo, a la muerte y a la destrucción.

Este reconocimiento lo hacemos con entusiasmo desde el Observatorio de Paz de una Universidad como la Libre, que ha venido valorando altamente los esfuerzos que nos han situado en el adelantado lugar en que estamos en el camino de la reconciliación nacional, sin desconocer lo mucho que aún le puede estar faltando al país en ese terreno y que es responsabilidad de todos y no de ningún ciudadano o Gobierno en particular.

Celebramos, pues, en esta hora “La Victoria de la Paz” , no solo en memoria del gran artista de cuyo pincel y sensibilidad emergió el mensaje insustituible de concordia y esperanza que debe guiar siempre a los habitantes de la Casa de Nariño, sino en homenaje al estadista  que hizo posible que su fe en la paz y sus ejecutorias en ese campo fueran sus mejores credenciales para entrar en las páginas indelebles de la historia y recibir el justo reconocimiento internacional que se percibe ya con nitidez.

“La Victoria de la Paz” servirá como una especie de epílogo  cuando en un futuro no lejano los historiadores serios quieran resumir con justicia la obra del Gobierno de Santos, en un ámbito ya despojado de los apasionamientos e imprecisiones que atenazan la objetividad en nuestros días.

No dudemos de que el nuevo presidente Duque abrevará también en la inagotable fuente de inspiración simbólica que surge del lienzo eterno del Maestro Obregón y en la imperecedera gestión del Gobierno que concluye. Confiemos en que para ello comience por trasladar prontamente esa formidable obra artística del Salón Obregón al muro principal de su propio despacho y que ojalá le quede siempre bien al frente.

*Director Observatorio de Paz, Universidad Libre

 

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