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Haciendo País

Racismo con brutalidad y artificio

Kenneth Burbano Villamarín
13 de junio de 2020 - 10:00 p. m.

El racismo es una grave ofensa que mediante restricciones o distinciones odiosas basadas en la raza, color, descendencia, origen nacional o étnico, trasgrede la dignidad de las personas; busca invalidar o perjudicar el reconocimiento, goce o ejercicio, en condiciones de igualdad, de los derechos humanos y libertades fundamentales en el ámbito político, económico, social, cultural o cualquier otra área, conforme lo dice la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Raciales (1965). La lucha por el respeto a la diversidad humana, que sin duda es una invaluable riqueza, se ha dado palmo a palmo con las reivindicaciones sociales.

Hoy en varios países del mundo y especialmente en Estados Unidos, se protesta por el asesinato del afroestadounidense George Floyd perpetrado por un policía blanco. Son años de brutalidad policial y una extensa historia de racismo. Como un acumulado de lecciones de vida y de cambio, está presente el pensamiento de Martin Luther King Jr, quien en una manifestación en Washington (28 de agosto de 1963) al reclamar la igualdad de derechos laborales para la gente negra, dijo en un trascendental discurso “I have a dream” (Tengo un sueño) “que un día mis cuatro hijos vivirán en un país en el que no serán juzgados por el color de su piel sino por su carácter”. En Sudáfrica, luego de permanecer 27 años en prisión, Nelson Mandela deja un gran legado, cuando presidió el primer gobierno que ponía fin al Apartheid, un sistema de racismo institucionalizado “Detesto el racismo, porque lo veo como algo barbárico, venga de un hombre negro o un hombre blanco”. Imposible olvidar la valentía de Rosa Parks y su lucha por la igualdad de derechos en Norteamérica, quien se negó en 1955 a ceder su asiento de autobús a un pasajero blanco, por lo que fue detenida y multada; convirtió la segregación en el transporte público en un puntal de lucha.

La discriminación racial se manifiesta en forma explícita y artificiosa, en esta última, se niega el racismo, pero a través de normas, promesas electorales, paliativos y otros procedimientos se genera represión. La conservadora Margaret Thatcher temía que la sociedad británica fuera sofocada por gentes de distinta cultura, como los negros y pardos; el político británico John Enoch Powell, miembro del Parlamento, conservador, en su denominado discurso de “Ríos de sangre” (20 de abril de 1968), evocó la cuestión de la raza británica, ante la concesión de la nacionalidad a inmigrantes indios, paquistaníes, africanos, lo que según el generaría una sangrienta guerra racial. En esta línea están los “mesías”: Bolsonaro, presidente de Brasil, quien considera que pueblos originarios de la zona de la Amazonía se están convirtiendo “cada vez más en un ser humano como nosotros”; y Trump, el presidente norteamericano, reconoció la indignación por la muerte de Floyd, pero al mismo tiempo acusó a los manifestantes de terrorismo y amenazó con sacar el ejército para sofocar las protestas. Como lo advierte Haney López en su libro Dog Whistle Politics (Política de silbato de perro), los políticos conservadores apelan a códigos raciales disimulados para atraer votantes blancos hacia políticas que favorecen a los más ricos (BBC News Mundo).

En nuestro país, el problema no es menor. Tras la instalación de la mesa técnica ´Racismo y conflicto armado en Colombia´ adelantada por la Comisión de la Verdad, los primeros análisis dan cuenta que los grupos negros, indígenas, raizales y palenqueros han sufrido la violencia de forma desproporcionada en sus territorios, especialmente violencia sexual, desplazamiento y despojo de tierras; la conclusión es cabal, “El racismo es una violencia, un racista es un violento”. En Colombia este flagelo no solo tiene que ver con el conflicto armado, ocurre cotidianamente hace décadas y hoy con la Covid-19 pasa exactamente lo mismo con estas comunidades, hay abandono del Gobierno, omisión y artificio.

Debe cumplirse la Constitución pluriétnica y pluricultural de 1991, cuyo texto original fue honestamente protegido por Jacobo Pérez Escobar. Que se escuche la voz multicolor de Leonor González Mina y no las conversaciones discriminatorias de algunos contratistas y funcionarios del Gobierno. Seguiré queriendo y admirando a la gente negra/afrodescendiente, gracias profesor Yezid Viveros por sus lecciones de humanismo y amistad.

 

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