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Ceferina Banquez y su bullerengue sobre la violencia

La cantadora nacida en María La Baja, Bolívar, comenzó a cantar desde que tenía 8 años, pero fue en 2007 cuando se consagró a la música. Su disco “Cantos ancestrales de Guamanga” fue reconocido por el Ministerio de Cultura. 

Guillermo Camacho
04 de febrero de 2018 - 02:00 a. m.
Ceferina Banquez se presentará el próximo jueves 8 de febrero en la Universidad de los Andes, y el 10 en el Festival Centro en Bogotá. / Guillermo Camacho
Ceferina Banquez se presentará el próximo jueves 8 de febrero en la Universidad de los Andes, y el 10 en el Festival Centro en Bogotá. / Guillermo Camacho

A propósito de las presentaciones en Bogotá de Ceferina Banquez, cantadora y compositora de bullerengue, hablamos con ella para saber un poco más de su historia, de su legado y profundizar en su trabajo Cantos ancestrales de Guamanga, que en 2013 fue reconocido con el premio del Ministerio de Cultura por su dedicación al enriquecimiento cultural de las comunidades negras, raizales, palenqueras y afrocolombianas.

Ceferina Banquez nació en María La Baja, norte del departamento de Bolívar, el 3 de febrero de 1943. Sacó su cédula hace más de 50 años, cuando la mayoría de edad era a los 21. Hija de María Epifanía Teherán, quien se dedicó al hogar y al cuidado de sus hijos; y de Eduardo Banquez, agricultor de la zona.

En María La Baja vivió hasta que su familia compró un terreno en Guamanga. En ese entonces, su abuelo vivía en Aracataca, Magdalena. Allá se sembraba arroz y ella se iba a apoyar el trabajo familiar de manera intermitente. Los parientes de su madre vivían en Guamanga y fue ahí donde se crió hasta que tuvo 15 años y se fue al campo con Francisco Miranda, el padre de sus siete hijos.

Ceferina Banquez recuerda escuchar a sus tías cantar bullerengue desde que tenía 8 años, y fue así que se enamoró de este ritmo tradicional colombiano. María de los Reyes Teherán, María del Carmen Teherán, algunas primas de su madre, Pura Ramos, Petrona Ramos, Leónidas Teherán y Reyita Herrera, la iniciaron en este arte.

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Poco a poco le tomó amor a esta manifestación folclórica, y cuando cumplió 23 años, madre de dos hijos en ese entonces, tenía mucho entusiasmo por cantar, escuchaba a sus tías y quería ser artista, pero la situación era difícil. “En ese tiempo las mujeres no tenían libertad como ahora, la mayoría nos criamos en el campo y no conocíamos las ciudades, entonces le dije a mi esposo que tenía ganas de salir a cantar y él me lo impidió porque las cantadoras se iban y dejaban los hijos como abandonados”. Pero a pesar de eso, siguió adelante.

Cuenta, además, que el bullerengue tiene tres tonos: el bullerengue sentado, que se canta con más lamento, como de tristeza; después viene el fandango, que es otra manera de tocar el tambor, y, finalmente, está la chalupa, que es más alegre. Ella, desde niña siempre quiso dominar todo el espectro folclórico.

Ceferina Banquez fue desplazada en 2001, pero ya la violencia la había tocado cuando mataron a Gaitán en 1948, hasta esta zona de Colombia ese episodio doloroso llegó. Ella tenía siete años, pero recuerda las disputas entre liberales y conservadores como una Guerra Civil. Pero las compara con el momento desolador del que fue testigo con los enfrentamientos entre la guerrilla, el Estado y los paramilitares. “Esa fue una guerra muy fea, porque los paramilitares en mi tierra mataban al que era y al que no era. Los “paracos” mataron a mucha gente inocente”.

En el tiempo que estuvo casada, porque su esposo murió, le gustaba escuchar a sus tías, pero nunca cantó. Porque antes las cantadoras de esa época no cantaban en tarimas, cantaban para diciembre. El 24 y el 25 eran fechas en las que la familia se reunía a cantar en pueblos y caseríos. De ese instante, Ceferina recuerda una de sus tonadas favoritas: si la luna fuera pan y del cielo se cayera, con esta hambre que yo tengo, hasta el cielo me comiera.

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En su corazón quedó la idea de cantar. Según sus tías, las fórmulas para componer un bullerengue no tienen que ver con las palabras románticas; se hablaba en ese género sobre otras situaciones de la vida como la independencia, el dolor de la partida. Nunca se aborda el amor.

En 2007 oficialmente comenzó a cantar. Su primera composición hablaba sobre Venezuela y Colombia. Recuerda que ese tema lo creó gracias a la llegada de un vecino. Ella estaba en María La Baja huyéndole a la violencia y esa persona vino de Caracas muy triste con la situación venezolana. Ahí se inspiró para decir: Apagadita, apegadita Venezuela con Colombia... apegadita; apegadita Venezuela con los hombres, porque la plata de Venezuela acá en Colombia ya no vale, me quedaré en María La Baja cultivando yuca y ñame; y si me voy para Venezuela dejo solo a mi tambor, ya me quedo acá en Colombia cantando bullerengue…

En una oportunidad, Petrona Martínez vio a Ceferina Banquez cantando y le dijo sorprendida que era la primera vez que escuchaba a una cantadora que se había atrevido a hacer composiciones sobre la violencia, la única cantadora que les decía las verdades a los presidentes en la cara a través de la música.

Desde que comenzó a componer no tiene en el repertorio temas de antaño de sus tías. El resultado de esa inspiración es Cantos ancestrales de Guamanga, en el que se reúnen canciones como Coca pila, No me lloren, Mi tambor me espera, El curucucuo y El soco.

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A comienzos de este milenio Ceferina Banquez fue desplazada, porque como cuenta en una de sus canciones: “(...) como yo soy desplazada de los Montes de María hice esta composición porque mataron a mi sobrino en el año 93. Mataron a Donicel, me mandaron un papel para que lo supiera. Como era mi sobrino tuve que coger camino y no tuve a dónde coger, me fui para el Magdalena. Oh Colombia, oh Colombia, la nación está complicada que la violencia no se acaba y nunca le ponen fin yo tengo que hablar con Uribe y el presidente Obama…”.

Parece que sus canciones fueran predestinaciones en un país que aún necesita sanar sus heridas y la reconciliación fuera un camino que aún hay que construir. Ceferina Banquez se presentará el próximo jueves 8 de febrero en la Universidad de los Andes, en el auditorio Mario Laserna, y el 10 de febrero en el Festival Centro en Bogotá.

Por Guillermo Camacho

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