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Didier Drogba, el futbolista que detuvo una guerra civil

Son 6,8 millones de seguidores en Instagram y 1,6 en Twitter. Miles de autógrafos, afiches y fotografías suyas repartidas por el mundo. Una expresión de la influencia del marfileño en el planeta. Entendió que había que hacer algo con eso. Su popularidad era sinónimo de poder. Se retira tras 20 años de carrera.

Thomas Blanco Linares / @thomblalin
23 de noviembre de 2018 - 03:00 a. m.
Drogba siempre se ha caracterizado por compartir con las poblaciones vulnerables de su país./ AFP
Drogba siempre se ha caracterizado por compartir con las poblaciones vulnerables de su país./ AFP
Foto: AFP - SIA KAMBOU

Poder para alimentar el ego, para conseguir mujeres, yates y mansiones lujosas. Para publicar su almuerzo y vacaciones y jactarse de sí mismo. Pero ese no fue el camino que transitó el futbolista africano: decidió aprovechar su prestigio para convertirse en un agente de cambio.

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En un político parado en un escenario lejano al parlamento, a la demagogia, a las promesas incumplidas, al populismo y las noticias falsas. Una de las pequeñas cosas que tenía en común la polarizada Costa de Marfil de hace 15 años era el amor por Didier Drogba. El goleador del Chelsea inglés era el ídolo y portada de una nación sacudida por una guerra civil.

Entre los nacionalistas y cristianos del sur y los musulmanes del norte —rebeldes—, quienes reclamaban que las reformas del Gobierno les quitaban sus derechos fundamentales. Xenofobia. Y el odio colectivo hacia los “burkinabés, inmigrantes de Burkina Faso. Así se desató una espiral de violencia orquestada por el conflicto de etnias y religiones. ¿El saldo? Más de cuatro mil muertos.

Ivoirité, el término que hace alusión al sentido de pertenencia de las personas a Costa de Marfil. Quitando eufemismos, una delimitación que se trazaba frente a los “marfileños de origen dudoso”.

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Luego de cambios de gobierno e intentos de golpes de Estado, la guerra finalmente detonó el 19 de septiembre de 2002, tras una ola de asesinatos cometidos por los grupos rebeldes situados en Bouaké y Korhogo, y se extendió hasta por cinco años después. Hasta la intervención de Didier Drogba.

En octubre de 2005, acompañado por una selección plagada de estrellas de la Premier League, como Yaya y Kolo Touré, Salomon Kalou y Emmanuel Eboué, Costa de Marfil se clasificó a Alemania 2006, la primera Copa del Mundo en la historia del país de los colmillos de elefantes.

En medio del éxtasis, el ariete cogió un micrófono, rompió el protocolo y se paró frente a una cámara, que era el transporte para llegar a los 18 millones de marfileños.

“Ciudadanos de Costa de Marfil, del norte, sur, este y oeste: les pedimos de rodillas que se perdonen los unos a los otros. Perdónense. Un país en África con tantas riquezas no puede caer en guerra. Dejen sus armas y organicen elecciones libres”.

Una semana después, ambos bandos acordaron una tregua. Pero los temblores tuvieron réplicas en los meses posteriores. Fue así como en 2007, Drogba pidió que el partido ante Madagascar se disputara en Bouaké, cuartel general de los rebeldes. Los insurgentes y el gobierno tenían que sentarse juntos. Un suicidio.

El fútbol imperó y la melodía del himno nacional fue el vehículo de unión. Didier, el conductor. “Ver a los bandos juntos cantando al unísono fue muy especial. Sentí que Costa de Marfil volvió a nacer”, apuntó quien hoy es embajador de buena voluntad de la ONU, quien ha construido cinco hospitales en su país y quien en 2010 fue elegido por la revista Timecomo una de las 100 personas más influyentes del mundo.

A sus 40 años, tras 20 de carrera, 679 partidos, 367 tantos, 19 títulos, entre los que sobresalen cuatro Premier Leagues y una Champions, decidió colgar los guayos. Pero no se perderá, porque sabe que su legado va más allá de los goles.

Por Thomas Blanco Linares / @thomblalin

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