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El apuro político marcó el proceso de dejación de armas de las Farc

Para el militar argentino, jefe de observadores de la Misión de la ONU, el Mecanismo de Monitoreo y Verificación fue un éxito, a pesar del poco tiempo que hubo para el desarme. Destaca el trabajo conjunto con Gobierno y Farc. 

Gloria Castrillón / @glocastri
23 de septiembre de 2017 - 02:30 a. m.
El general Javier Pérez Aquino está convencido de que la Virgen protegió a la Misión de los peligros que corrió en Colombia./ Óscar Pérez - El Espectador
El general Javier Pérez Aquino está convencido de que la Virgen protegió a la Misión de los peligros que corrió en Colombia./ Óscar Pérez - El Espectador
Foto: OSCAR PEREZ

Lo encontramos a la entrada de un edificio en la Zona Rosa de Bogotá. Allí, el general Javier Pérez Aquino estaba despidiendo a los primeros 70 observadores internacionales que regresaban a sus países de origen después de cumplir un año en Colombia. Ese contingente de militares de diferentes países de América Latina, Noruega y España llegó, el 22 de septiembre del año pasado, a desplegarse en las 26 zonas donde se concentrarían las Farc para verificar el cese del fuego y de hostilidades y la dejación de las armas.

El general argentino arribó en mayo de 2016 como cabeza del Mecanismo de Monitoreo y Verificación (MM&V), un dispositivo inédito en el mundo, made in Colombia. Su tarea era ser la cabeza de 520 observadores internacionales y coordinar este mecanismo del que hacían parte miembros de la Fuerza Pública y de las Farc. Acabó de llegar de Quito, donde se discute la misión de la ONU para verificar el cese del fuego y de hostilidades con el Eln. Conmovido por los recuerdos de este último año, habló maravillado de la experiencia vivida, pero también de las crisis, como la del plebiscito.

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¿Cómo vivió el triunfo del No en el plebiscito?

Fue sorpresivo, pero el señor Jean Arnault (jefe de la Misión), con su experiencia en otros procesos, nos había advertido que debíamos estar preparados y tener un plan B. Creo que fue el único que pensó en eso. Fue una incertidumbre muy grande. Esa logística me quitó varios años de vida. Lo bueno fue que nos dio tiempo para alistarnos mejor.

Pero no estuvieron listos a tiempo...

Siempre pensamos que después de la firma del Acuerdo se necesitaba un tiempo más. Proponíamos que el famoso Día D fuera más adelante. En una semana no se podía tener locales, vehículos y demás. Este país es maravilloso, pero tiene cordilleras, selvas, es muy grande y hay lugares a los que sólo se llega por río. Fue un desafío logístico enorme.

¿Se equivocaron con los tiempos?

Como militar, cuando uno hace un planeamiento, lo más difícil es ponerse en el lugar. Y nadie sabía cómo iba a funcionar esto. Por ejemplo, habían dado un tiempo de 40 días para desmantelar cerca de mil caletas. Era imposible: había que recibir la ubicación del lugar por parte de las Farc, darle la información al Gobierno para que diera la seguridad del cuadrante, la gente tenía que desplegarse, que el helicóptero, que la lancha. Se extrajeron 750 en dos meses y medio. Cuando decían: “Hay retrasos”, nosotros decíamos: “¡No!”. Este fue un proceso récord: en 10 meses se terminó una guerra de 53 años. Lo planificaron en seis meses y se retrasó tres. ¡Eso no es nada! Y ¿si se hubiera retrasado más? Lo importante era terminar bien.

¿Eso se debió a la urgencia política?

Aquí hicieron un gran drama porque no se cumplía el término. Yo no lo veía tan dramático, sobre todo porque veía la voluntad de las partes. Me hubiera gustado entregar el 100 % de las caletas, para tener el sentimiento del deber cumplido.

¿Qué no funcionó en el MM&V?

Fue difícil tratar de alinear las exigencias políticas a la realidad logística. El apuro político marcó este proceso. No juzgo las razones que tenían, pero tuvimos que desplegar las sedes locales en un nivel muy básico, con un solo teléfono satelital, no teníamos radios. Pero no podíamos decir que no, había que hacerlo.

¿Cómo concertar con dos partes que se mataban entre ellas?

Fascinante. Tocó empezar a crear todo de cero. Fue difícil, pero a la vez fue una de las claves del éxito de la misión. Al estar los tres juntos en terreno, se creaba confianza, conocimiento y respeto. Tenían que tomar decisiones por consenso. Nuestro papel fue de coordinación; éramos pares, ninguno era jefe. Las verificaciones eran más lentas, pero la palabra de los tres era más fuerte que la de uno solo.

¿Un acierto?

El proceso de selección de los observadores en sus países, la capacitación acá. El Gobierno y las Farc también lo hicieron.

¿Lo negativo?

Que por hacer todo tan rápido nos faltó hacer más pedagogía e integración en las sedes locales y tuvimos problemas con eso. Para el nivel nacional se hizo una actividad de siete días, que fue muy productiva. Esta gente se estaba matando y les tocaba estar juntos. El primer día ni se miraban, pero el último día se hizo una dinámica de grupo con equipos mixtos y terminaron todos en el piso, riéndose. Al final se dieron cuenta de que son colombianos, que tienen muchas cosas en común. Ninguno convenció al otro, pero se trataron con respeto.

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¿Un momento triste?

Cuando falleció el mayor chileno Guillermo Andrés Saavedra, por un accidente cerebrovascular. Y hace dos semanas, cuando se volcó una ambulancia y fallecieron una doctora y una enfermera, por esos caminos tan difíciles.

¿Una frustración?

La impotencia de no lograr lo que quería: desplegar a los observadores con mejores condiciones para hacer el trabajo. Me hubiera gustado dar una logística más adecuada.

¿Cómo fue el proceso de extraer las 750 caletas?

Cada caleta es diferente. Fui al Nudo de Paramillo, era un lugar aislado, una selva tupida, había caletas a lado y lado de un río muy correntoso. Se llegaba en helicóptero. Montamos en una pequeña lancha de madera. Subimos por una montaña muy empinada. No sé cómo metieron esa caleta allá. La mayoría estaban en lugares inaccesibles, a muchas sólo se llegaba a pie o en mula.

Debo reconocer el compromiso de las Farc. Ellos se echaron al hombro todo ese material y bajaban y subían las montañas, atravesaban el río. Fue admirable: llegamos a la mitad de la selva y el caletero se paraba y decía aquí es, clavaban la pala y ahí estaba. No entendimos cómo lo hacían. Sentimos miedo por las minas, pero las Farc nos llevaron de la mano, nos decían dónde pisar. Hubo un incidente con dos soldados, pero fue un ataque por otro grupo al personal que daba seguridad al cuadrante.

Es emocionante, como militar, ver esas armas en excelentes condiciones. Las Farc no entregaron basura, las caletas estaban bien conservadas. La industria de guerra de las Farc da para escribir un libro: la fabricación de los morteros, los explosivos, los detonadores, las minas, los cilindros (que hicieron tanto daño); hacían fusiles con una parte de un calibre y otra parte de otro calibre, tenían capacidad para adaptar armas. Es muy llamativa esa experticia de las Farc.

Por Gloria Castrillón / @glocastri

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