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Haciendo País

El dolor de un país en escena para que la memoria viva

El papel del arte en el posconflicto de la guerra más antigua de América. ¿De qué sirve que las Madres de Soacha interpreten su propia tragedia?

Nelson Fredy Padilla *
14 de julio de 2019 - 02:00 a. m.
Canto final de “Antígonas: tribunal de mujeres” en Jerez de la Frontera (España), en 2016. / Cortesía
Canto final de “Antígonas: tribunal de mujeres” en Jerez de la Frontera (España), en 2016. / Cortesía

Ha sido más que interpretar en las tablas lo que pasó en medio siglo de guerra en Colombia. “Convertir el dolor en fuerza y en poesía para que la memoria viva”, me explicó desde el comienzo Carlos Satizábal, el escritor y director que hizo de Antígonas: tribunal de mujeres la mirada más sobrecogedora desde el teatro del conflicto más antiguo de América. (Recomendado: Vargas Llosa nos explica por qué actúa en Madrid).

Cinco años después de asistir al estreno en la Corporación Colombiana de Teatro se puede valorar mejor la trascendencia del proyecto que Carlos, mi compañero en la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia, me compartió desde que decidió adaptar Antígona, la tragedia de Sófocles, a la realidad de un país lleno de cadáveres insepultos como el nuestro.

Entonces avanzaba el proceso de negociación del gobierno con la guerrilla de las Farc y él no solo buscaba actrices decididas a reivindicar el arte como contrapeso de la barbarie, sino intérpretes naturales que encarnaran el dolor de tanta violencia. Así fue que conoció a las emblemáticas Madres de Soacha, un colectivo de mujeres tan importante hoy en Colombia como las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina, y las transformó en protagonistas de una obra en la que más que recitar un guion, hacen catarsis de la tragedia que significó perder a sus amados hijos, engañados y fusilados por el Ejército Nacional para hacerlos pasar por guerrilleros abatidos en combate, en una espiral que cobró la vida de cerca de 2.000 inocentes. La Antígona de Sófocles llamaba de nuevo al escenario, esta vez para que las víctimas hicieran sentir su voz.

Luz Marina Bernal, quien en 2008 perdió en esas circunstancias a Fair Leonardo, de 26 años y con discapacidad mental, dice hoy que el dolor no desaparece, pero la cicatriz ha sanado gracias al teatro. “Desde que ingresamos, llevamos seis años, cinco presentándonos en tantos lugares, y nos ha servido mucho para entender lo que pasó, para darles a los demás una semillita de entendimiento de hasta dónde llegó la guerra y compartirles que el arte tiene poder curativo”. (Recomendado: Las cartas inéditas de García Márquez en pro del cine).

Fui testigo de ese proceso desde el día en que Carlos y ellas me invitaron al preestreno en el centro de Bogotá. Bastaba ver a Lucerito bajo la luz cenital amarilla que le iluminaba el rostro, aferrada a la que era la camisa de su “niño”. Oírla: “Señor juez: soy Lucero Carmona, una de las madres de Soacha y madre de Ómar Leonardo Triana Cardona, mi único hijo, de 26 años, asesinado por el Ejército Nacional en la vereda Monteloro, de Barbosa, Antioquia, el 15 de agosto de 2007”. Ser solidario.

Cinco años después de aquella primera función, María Ubilerma Sanabria coincide con ellas en que se sienten realizadas y reivindicadas por aportarle al país, al mundo, desde el sufrimiento, porque Antígonas: tribunal de mujeres se ha presentado en América -en Juárez y Toronto, por ejemplo- y en Europa -Cádiz, Jerez, Sevilla y Madrid, en España-. En teatros y plazas, el público pide en coro y entre aplausos la paz para Colombia. Más que artistas, las Madres de Soacha se definen hoy como mejores seres humanos, aunque han aprendido mucho de las posibilidades del teatro que les enseñan Carlos Satizábal y la maestra Patricia Ariza en esa búsqueda de la verdad de la actuación que siempre reclama Stanislavski a los dramaturgos.

“Son el mito de Antígona vivo, la construcción poética a partir de una realidad y del testimonio. Buscan la restitución simbólica de sus irreparables vidas perdidas”, me explica Carlos. Desde el ejercicio interpretativo y la dirección escénica, lo que Carlos y Patricia han hecho es redimirlas en el lenguaje, en la imaginación y en la vida colectiva, lo cual es esencial para que haya justicia y verdad y reparación. La acción poética teatral fue para ellas el primer paso en el camino que las ha llevado más lejos. En 2019 Antígonas sigue de festival en festival. Estarán el domingo 4 de agosto, 3:00 p. m., en el Teatro Taller de Colombia, en La Candelaria. ¿Por qué seguir? Patricia Ariza: “Queremos transformar el dolor a través del arte. Queremos contribuir a la construcción de la paz y a que esto nunca vuelva a suceder”.

Juntas, en la tras escena le dan el crédito al mito griego de Antígona, la hija de Edipo desde la que se construye la tragedia con el cadáver insepulto de su hermano Polinices. ¿Cuánto deben a Sófocles? “Tanto”, responden. “Todo”, escribió Gabriel García Márquez en su autobiografía, pues su vida cambió cuando conoció las obras del poeta griego y descubrió “modelos perfectos y esquivos, como Edipo rey, cuyo protagonista investiga el asesinato de su padre y termina por descubrir que él mismo es el asesino”.

El Nobel de Literatura colombiano no descansó hasta llevarla al cine en 1995 como Edipo alcalde, la historia de un funcionario al que mandan a un pueblo de los Andes a mediar entre guerrilleros y campesinos. Termina enamorado de su Yocasta, envuelto en la tragedia. Él también escribió el guion adaptándolo al conflicto colombiano. Se sumaron actores de la talla de Paco Rabal, bajo la dirección de Jorge Alí Triana. El actor español encarnó al adivino Tiresias en un pueblo de las montañas colombianas llamado Salamina. Gracias, querido Sófocles.

Los amigos Gabo y Paco, juiciosos discípulos suyos, se habían encontrado desde 1969 en la búsqueda de formas de contar las violencias de este mundo en el rodaje de Cabezas cortadas, película dirigida en España por el brasileño Glauber Rocha e inspirada en dictaduras como la de Franco.

Luego de la firma de un Acuerdo de Paz entre gobierno y guerrilla en 2016, mientras la violencia muta en nuevas mafias, en Colombia seguimos en busca de lo que el escritor William Ospina llama “el gran relato”: “Toda Troya necesita una Ilíada, y después de toda Ilíada, del relato de la guerra, viene una Odisea, el relato del retorno a la normalidad de la vida”. Y advierte: “El relato no oculta el horror y el dolor, pero tiene el deber de trascenderlos. Por eso en el canto tiene que haber algo más que una denuncia y algo más que una queja. Tiene que haber una revelación. Y el canto reivindica nuestra capacidad de resistir, de mantener la firmeza de unos principios, de prevalecer frente al horror”. De eso hablamos con nuestros alumnos de la Maestría de Escrituras Creativas en Bogotá, que trabajan en ese objetivo desde la novela, el cuento, el guion, la dramaturgia y la poesía.

Nuestras Antígonas son un gran punto de referencia. Consideramos que en el corazón de víctimas como las Madres de Soacha se instala el verdadero tribunal para comprender nuestra guerra, nombrándola y descifrándola con un lenguaje recreado para los escenarios del arte, cumpliendo lo que Homero profesó en La odisea: “Los dioses labran desdichas para que a las generaciones humanas no les falte qué cantar”.

* Editor dominical de El Espectador.

Por Nelson Fredy Padilla *

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