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Falleció el obispo que impulsó la colonización en la Orinoquia

Belarmino Correa Yepes o “Moncho”, como le llamaban, fue mucho más que un jefe religioso. Fue gerente, administrador y líder, fundó escuelas, protegió a los indígenas de los caucheros, se enfrentó a los actores armados y hasta pidió legalizar la coca para poder por fin sustituirla en el Guaviare. Falleció hace poco, a sus 90 años, de muerte natural. Un perfil de su vida.

Pedro Arenas
31 de marzo de 2020 - 06:15 p. m.
Obispo Belarmino Correa Yepes, falleció el 20 de marzo por causa natural, a sus 90 años. / Archivo Particular
Obispo Belarmino Correa Yepes, falleció el 20 de marzo por causa natural, a sus 90 años. / Archivo Particular

El pasado 20 de marzo, la familia comunicó el deceso de quien fuera un controversial jerarca de la Iglesia. Belarmino o “Moncho” como le llamaban los tukanos, fue mucho más que un jefe religioso. Fue gerente, administrador y líder. Amplio de palabra. Un paisa ilustrado que conoció el mundo, echaba cuentos, regañaba como papá a quien considerara necesario y estructuraba instituciones donde hicieran falta.

Nació en una vereda de Antioquia y se hizo sacerdote en el Instituto Misionero de Yarumal. Fue enviado a la frontera con Brasil a evangelizar indios. Desde 1967 fue Prefecto Apostólico de Mitú, casi por los mismos tiempos en que se iniciaba la colonización del Retorno. En 1989, fue nombrado Vicario de San José y luego primer Obispo de esa nueva Diócesis de Guaviare, cargo que ejerció hasta el 2006 cuando se retiró por edad, yéndose a vivir en la capital del Meta hasta el final de sus días. 

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En Vaupés (que por entonces comprendía Guaviare, Vaupés y Guainía), los siringueros habían explotado de forma salvaje la mano de obra indígena con el método del endeude. Belarmino denunció lo que hacían los caucheros a ambos lados de la frontera. Navegó ríos y raudales. Estableció internados y escuelas, montó proyectos productivos en lejanas comunidades y llegó hasta los mas remotos lugares a través de una red de radioteléfonos y de Aeroselva, una empresa que ayudó a fundar. En Mitú, inició una Normal que formó docentes indígenas que fueron distribuidos por ese territorio para educar a sus paisanos.

Allí, la Prefectura hizo las veces de Estado por medio de la educación contratada. Consultado 12 años después de comenzar su misión, reconoció errores y dijo que si al principio hubiera tenido el conocimiento ahora acumulado sobre las culturas indígenas, hubiera dejado a un lado su espíritu emprendedor y habría trabajado mas despacio. Pero decía que “con estas comunidades de corazón humilde, apartadas del centro del país, toca ser paternalistas, porque lo otro es dejarlas a su suerte”. Se dolió de que Brasil tuviera mas presencia en la frontera que Colombia, con mas servicios y mas seguridad.

En Guaviare, Belarmino se encontró una colonización que fue cauchera y de enclaves, ahora nutrida de campesinos en busca de tierras, despojados por la violencia bipartidista del interior del país, y que pronto, ante el abandono estatal, se sustentó en la economía de la coca para pasta base. Miles de colonos con sus familias habían hecho surgir caseríos, pueblecitos y veredas. Luego de la quiebra de una primera bonanza cocalera, a mediados de los 80s, los labriegos ya le exigían al Estado escuelas, centros de salud, carreteras y programas agropecuarios. Era menester asumir una mirada social en su calidad de pastor.

Moncho fundó un centro pastoral para trabajar con jóvenes; administró la educación contratada para lugares apartados; amplió el número de seminaristas, misioneros, sacerdotes y monjas quienes acompañaron la fundación de barrios en San José; se hizo cargo de planes de vivienda que habían sido descuidados por entidades bancarias; estableció internados para hijas e hijos de campesinos; montó una hacienda experimental para prácticas ganaderas; hizo alianzas con el SENA; impulsó ferreterías comunitarias; un almacén de productos veterinarios e incluso una droguería; todo con cooperación europea y de organizaciones afines a la iglesia católica.

Las dificultades vinieron por cuenta de su interés en sustituir la coca. Belarmino no estaba de acuerdo con las fumigaciones aéreas. En su decir, ese cultivo era “un hueso prehistórico al cual se acostumbró la colonización y mientras no se ofreciera algo mejor (de lo cual comer) sería imposible dejarlo”. Por su parte, buscó convencer a entidades nacionales y cooperantes para implementar proyectos productivos alternativos. Creó un Fondo Ganadero Familiar, con el cual dotaba de unas vacas y un toro a una familia para recoger el “aumento” pasados unos años. Esta idea, que luego recibió críticas de ambientalistas, dio origen a una asociación de ganaderos enfocados en leche que se comprometía a no tumbar bosque.

Habló con presidentes, gobernadores y alcaldes, visitó el Congreso, concedió entrevistas y predicó. Su voz fue escuchada pero no siempre tenida en cuenta. Estuvo en muchas veredas mostrando los daños causados por la dependencia de la coca. En su entender, tocaba dejarla atrás. Esta traía violencia y muerte a la región, mientras gobiernos indolentes miraban más a Washington que al campesinado. En 1997, cuando Miraflores era, según la Policía, la capital mundial de la coca, él declaró ante la Conferencia Episcopal: “Hay que legalizar la cocaína”, dijo. Los demás jerarcas asombrados le dijeron que el Papa no estaría de acuerdo y su respuesta convocó a la prensa: “Es que el Papa no ha vivido en el Guaviare”. Años después, ya no hablaba de legalizar sino de regular la cocaína, lo cual quebraría dicho negocio.

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En efecto, había violencia. Las Farc se habían tomado casi todo lugar distinto a San José y las AUC ingresaron a Mapiripán, con abierta complicidad del Estado y de algunos particulares que querían adueñarse de esa economía. Después vino el caudal de sangre, del cual aún la historia no conoce todo. En Guaviare y sur de Meta los actores enfrentados mataron, desaparecieron, desplazaron comunidades. En esa etapa de físico terror, los creyentes acudían al confesionario y escuchó horrores. Belarmino y los curas se enteraron de listas de condenados a muerte y violaciones a derechos humanos. El “OIGA”, un pequeño boletín hecho en papel normal y a máquina, impreso por curitas, se repartía todos los domingos y la gente corría ávida a leerlo encerrada en sus casas.

Por andar en ese activismo en derechos humanos, a Belarmino, a varios sacerdotes y amigos de la Iglesia, les llovieron amenazas. En los sermones decían que la vida era sagrada. Eso no le gustaba a paracos y guerrillos, tampoco a militares y policías. El Vicario enfrentó personalmente a los grupos armados. Recibió policías de manos de las Farc después de la toma de un centro poblado; denunció a los paras; ayudó a sacar de la región varios “candidatos a muerto”; denunció las tales “limpiezas sociales”; y acudió a citas en las que los citantes comenzaban diciéndole que lo iban a matar “por andar metido en lo que no le importa”. En medio de ese clima de múltiples presiones fue tentado por quien vendió la idea de la “mano firme” para dar fin al conflicto armado. A pesar de que fue partidario de la negociación política para alcanzar la paz, le concedió razón a quien pregonó la autoridad para un país deshecho.

A los 75 años se retiró de Obispo. Dejó a un lado su butaca de jefe pero siguió predicando en medio de una comunidad campesina cerca de Villavicencio. Con su voz recia y su mente lúcida, hablaba más del nuevo testamento que del viejo. “Los dioses de los viejos tiempos tuvieron una importancia en su momento”. Pareciera que en su madurez se acercaba aún mas a Jesús vivo, el hijo de Nazaret, quien condensó la tabla de Moisés en un único mandamiento. El confinamiento ordenado por las autoridades impidió que gentes de todos los colores, venidas de todas partes, le despidieran como pastor y padre, tal cual como seguirá siendo recordado. 

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A Belarmino le quedó una deuda con Colombia: escribir sus memorias. Y nos quedó pendiente concluir una larga entrevista para aprender de su historia en un extenso territorio en el que los indígenas y colonos todavía abren sus brazos a recién llegados. Y en donde el conflicto continúa, ahora con nuevas facetas.

*Corporación Viso Mutop.

 

Por Pedro Arenas

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