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“La niebla de la paz”, entre la caleta y las memorias de las Farc

El documental, dirigido por Joel Stängle, es protagonizado por Boris Guevara y Teófilo Gonzáles, dos excombatientes que desde la escritura y el cine hacen esfuerzos por hacer respetar los acuerdos que se firmaron en La Habana.

Joseph Casañas / @joseph_casanas
16 de marzo de 2020 - 02:00 a. m.
El documental “La niebla de la paz” iba a ser proyectado en el marco del FICCI. “Vamos a tener que volver y repensar cómo llevar la película al público”, dice su director. / Óscar Pérez.
El documental “La niebla de la paz” iba a ser proyectado en el marco del FICCI. “Vamos a tener que volver y repensar cómo llevar la película al público”, dice su director. / Óscar Pérez.

Boris Guevara está agitado. Se acaba de bajar de un camión que durante quien sabe cuántas horas lo llevó por trochas y montañas. Lo que ve le resulta tan desconocido como impactante. Es el centro de Bogotá. Está uniformado con el camuflado de las Farc y con un fusil terciado. Se asusta. “Estoy solo y en la mitad de la ciudad. ¿Qué hago?”, pensó.

En realidad, si es que a esto se le puede llamar realidad, Boris se está haciendo pasar por un soldado del Ejército. Se quita los logos de la guerrilla y entre asustado y desesperado, camina sin rumbo fijo por una ciudad desconocida y repleta de militares. Continúa andando hasta que se encuentra a un habitante de calle que vive debajo de un puente. Le pide que le regale ropa de civil. Se cambia sin soltar el fusil. Tiene miedo de que le digan cobarde. En la guerra siempre le dijeron que sin importar lo que pasara, nunca debía soltar el fusil. La escena hace parte de un sueño. De un maldito sueño. “Me desperté asustado. Otros amigos me han dicho que han tenido el mismo sueño: la sensación de estar perdido en la ciudad”.

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Han pasado cerca de tres años desde que Boris Guevara, como el resto de excombatientes de las Farc, dejó las armas para reincorporarse a la vida civil. Han pasado cerca de ocho años desde que, en 2012, el secretariado de la guerrilla le encomendó viajar a La Habana para que se encargara de liderar el equipo de comunicaciones de las Farc.

Durante los cuatro años que duraron los diálogos, la cámara de Guevara era de las pocas autorizadas en los espacios en los que la guerrilla más antigua de América Latina y los representantes del Gobierno de Juan Manuel Santos, negociaban el fin de un conflicto que había dejado más de 200 mil muertos. No fueron pocos los periodistas, camarógrafos y documentalistas que intentaron ganarse su confianza para que les compartiera alguna imagen lograda desde el verdadero corazón de los diálogos. Durante años, los noticieros de Colombia y el mundo tuvieron que conformarse con grabar el paso de los negociadores de paz que a toda prisa pasaban por un pasillo y entraban a unos salones privados.

El documentalista estadounidense, Joel Stängle, fue una de las cientos de personas que durante los diálogos entre el gobierno y las Farc, llegaron hasta La Habana con la ilusión de contar la historia de cómo se estaba negociando el fin del conflicto más viejo del hemisferio occidental. Con el paso del tiempo se dio cuenta de que, salvo las ruedas de prensa que eran grabadas por un ejército de camarógrafos, no era mucho lo que iba poder registrar.

Una mañana, cuando vio que había un hombre que con su cámara era la sombra de Timochenko, Iván Márquez, Carlos Antonio Lozada, Jesús Santrich, Victoria Sandino, entre otros líderes de las Farc, Stängle sintió una inmensa curiosidad.

“Mucha gente quería el material de Boris, pero para usarlo en sus propios noticieros. A mí lo que me interesó no fue su material, sino saber qué era lo él quería contar con esas imágenes. Quería entender sus motivaciones. Su visión. Creo que gracias a ese respeto que tuve por su trabajo, fue que tuvimos conexión y confianza”, cuenta Stängle a El Espectador.

Guevara, quien durante años registró las escenas más crudas de la guerra, encontró en el norteamericano un aliado para hacer un documental que contara lo que sucedía tras bambalinas en La Habana y lo que pasaba en las montañas de Colombia, en donde, a pesar del avance de los diálogos, se mantenía el conflicto.

“El norteamericano, que tenía la posibilidad de moverse libremente, empezó a hacer la parte de Colombia, mientras yo registraba lo que pasaba en La Habana. Joel, a pesar de que conocía la realidad colombiana, tenía una visión imparcial. Eso fue clave para que pudiera dirigir el producto. También esa postura imparcial nos daba la oportunidad de poder juzgarnos a nosotros mismos y que el documental no se convirtiera en un panfleto político”, agrega Boris en diálogo para este medio.

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El director de La niebla de la paz, Joel Stängle, habla de los dioses del cine. Cuenta que en Colombia, mientras se mimetizaba entre los guerrilleros que estaban expectantes a lo que se definía en La Habana, conoció a Teófilo González, un antiguo comandante guerrillero que durante 19 años dirigió la seguridad de Alfonso Cano, máximo líder de las Farc, muerto en noviembre de 2011 tras un bombardeo en Suárez, Cauca.

De esta forma y por coincidencia, Stängle termina conociendo a dos guerrilleros que comparten una información y que terminan siendo los protagonistas del documental. Teofilo y Boris sabían que Alfonso Cano había mandado a enterrar una caleta.

“El mismo Alfonso Cano me entregó esa caleta en el año 2010. Me pidió que la cuidara muy bien porque allí había mucha información de la historia de las Farc. Por circunstancias de la guerra, por órdenes de los comandantes y por cambios en la topografía, la caleta fue cambiando de sitio durante todos estos años”, dice Teófilo.

El camarada Alfonso Cano tenía unos casetes escondidos en la montaña. Allí se recolectaba memoria audiovisual de las Farc. Yo tuve que desenterrar esa caleta, digitalizar los archivos y volverlos a enterrar. Sin embargo, esa información que digitalicé fue destruida cuando asesinaron a Alfonso Cano”, agrega Guevara.

Seis años después de haberla enterrado y ya con el proceso de paz en marcha, Teófilo se obsesiona por recuperarla. ¿Por qué? En uno de los apartes del documental, reseñado en marzo de 2016, dice: “me preocupa que eso (la caleta) siga dando vueltas y caiga en manos del enemigo. Yo estoy investigando qué hicieron con esa caleta. Lo que está escrito ahí y está registrado en video, es historia. Si la dejamos botada, los que van a escribir la historia nuestra son otros”.

La caleta es entonces el hilo conductor de este documental que estaba planeado para proyectarse en el marco del Festival Internacional de Cine de Cartagena, pero que por cuenta del coronavirus tuvo que cancelarse.

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“Lo de las caletas nunca se planeó. Sin embargo, esa historia le cambió el rumbo al documental. Dejó de ser una película sobre el proceso de paz y se volvió una película con el tema de la memoria como eje central. Sobre cómo nuestras memorias pueden quedar enterradas y lo que hacemos o no para desenterrarlas. Eso es lo que hace el arte: no hablar las cosas directamente, sino encontrar las metáforas más indicadas”, concluyó Joel Stängle.

Por Joseph Casañas / @joseph_casanas

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