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‘La Sierra Nevada volverá a ser una despensa alimentaria y cultural’: lideresas

Voceras de colectivos indígenas, campesinas y excombatientes en la Sierra Nevada de Santa Marta y el Perijá estuvieron en el conversatorio “Mujeres rurales y su aporte a la paz”. En ese espacio discutieron acerca de sus proyectos productivos y los retos que necesita esta zona PDET para cumplir con las metas de enfoque de género trazadas en el Acuerdo de Paz.

Redacción Colombia +20
26 de febrero de 2021 - 08:48 p. m.
(De izquierda a derecha: Iseth Montero, Silvia Rangel y Claudia Valencia) Desde galpones para gallinas hasta el tejido de mochilas arhuacas, las mujeres en esta zona PDET buscan construir una paz con enfoque de género.
(De izquierda a derecha: Iseth Montero, Silvia Rangel y Claudia Valencia) Desde galpones para gallinas hasta el tejido de mochilas arhuacas, las mujeres en esta zona PDET buscan construir una paz con enfoque de género.
Foto: Archivo particular

La Sierra Nevada y Perijá, una de las zonas donde se adelantan Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET), tiene un sinfín de historias de guerra y paz por contar en sus municipios ubicados en los departamentos de La Guajira, Magdalena y Cesar. En los últimos tres años, particularmente, ha llamado la atención los relatos sobre la extensa participación de las mujeres para encabezar proyectos comunitarios que hace una década eran impensables en años de conflicto armado.

A la fecha, la Agencia de Renovación del Territorio (ART) tiene registradas 67 organizaciones sociales de mujeres identificadas al interior de la sierra, de las cuales muchas de estas iniciativas surgieron tras el Acuerdo de Paz entre el Estado colombiano y las extintas Farc, en 2016.

Artesanas, excombatientes, lideresas y campesinas, todas preocupadas por la seguridad alimentaria en su región, se han puesto en la tarea de visibilizar las riquezas culturales y agrónomas en esta zona del país. Por este motivo, distintos organismos nacionales e internacionales que han fungido como garantes de la implementación del proceso de paz les han puesto especial cuidado, entre ellos, la Organización Internacional del Trabajo OIT y la Embajada de Noruega en Colombia. Junto a ellas se creó la Escuela Cayena, donde estas mujeres se capacitaron para desarrollar sus proyectos productivos.

Para poner algunas de estas experiencias sobre la mesa, Iseth Yamile Montero, firmante de paz y representante de la Cooperación Multiactiva para la Paz de Colombia (Coompazcol); Claudia Valencia, representante legal de la Asociación Departamental de Mujeres Negras e Indígenas del Magdalena (Admucimag), y Silvia Rangel, lideresa del colectivo Mujeres Tejedoras Arhuacas ATI Nawowa expusieron sus proyectos en el conversatorio Mujeres rurales y su aporte a la paz, un espacio convocado por la OIT y la Embajada de Noruega en Colombia, y respaldado por las sindicales Central Unitaria de Trabajadores (CUT), la CTC y la Fundación Friedrich Ebert-Stiftung (Fescol).

“La mujer es la vida del campo”. Con esta afirmación de Claudia Valencia, compartida por las otras lideresas en el panel, las mujeres comenzaron a desglosar las necesidades, retos y lecciones que les han dejado estos años de posconflicto en torno a sus labores dentro de sus comunidades.

Para Iseth Montero, quien tiene un almacén agropecuario, su idea comunitaria no sólo ha servido para representar a las mujeres en proceso de reincorporación que desde el ETCR Pondores (en la vereda Conejo) que buscan una segunda oportunidad, sino también un instrumento de unión entre la comunidad y los exFarc. “Es una muestra de que estamos siempre dispuestas a servirle a las personas que nos requieran. Desde que tuvimos las capacitaciones técnicas pensamos siempre en estar a la vanguardia de la seguridad alimentaria en La Guajira”, dijo la excombatiente.

Y este no es asunto menor, pues vivían con el problema de ser estigmatizadas. “Llegar a la vida civil fue difícil, porque te resaltan el pasado. Y una se pregunta: ¿será que somos capaces? Pues con la cooperativa nos dimos cuenta de que sí. Hemos recibido mucho apoyo de las organizaciones, entre ellas, OIT”.

Una visión similar, pero más encaminada a los espacios de educación rural, la tiene Claudia Valencia. Ella, quien está a la cabeza de Admucimag y trabaja con galpones para gallinas en la vereda El Mosquito (Santa Marta, Magdalena), quiere que los proyectos liderados por las mujeres en la Sierra Nevada y Perijá sean asimilados por las comunidades como espacios de reflexión para que haya mejor convivencia y se proyecte la subregión hacia todo el país.

“En las veredas EL Canal y El Mosquito tenemos una escuela agroecológica en la que trabajamos con plátanos y hortalizas. Entre todas queremos que volvamos a ser despensa agrícola del país, que no nos estigmaticen más”, aseguró Valencia.

También le parece importante que estos proyectos cuenten con el apoyo estatal, pero también internacional. Dicho respaldo no sólo garantiza su sostenibilidad a futuro sino también la posibilidad de convertirse en lideresas sin temor a represalias. “Durante la construcción de iniciativas tuvimos el asesinato de una compañera, Maritza Quiroz, una campesina que luchaba por la tierra. Nos ha dado duro, pero hay que seguir adelante. Si nos cierran una puerta, tratar de que nos abran dos”, contó Valencia.

A su turno, Silvia Rangel, lideresa arhuaca, también hizo un llamado a que no solo deben ser despensa agrícola, sino también cultural. Según la vocera de ATI Nawowa, que en castellano significa “madre del tejido”, su rol como fabricante de mochilas artesanales es muestra de costumbre herencia y tradición que debe perdurar como herramienta para construir paz.

La mujer, oriunda de Pueblo Bello (Cesar), también insistió en que a pesar de que falta un largo trecho para cumplir las 30 medidas de enfoque de género pactadas en el cuerdo de Paz, su comunidad de mujeres “seguirá siendo un pueblo de diálogo y de paz, que busque pluralidad y que esté dispuesto a salvar la patria cuando toque; así como sucedió en la pandemia”, concluyó.

Eso sí, esperan que eso se pueda hacer al lado de un acompañamiento, como la hecho la OIT, con el que no sólo aprenden a comercializar sus productos sino también a expresar su importancia en medio del posconflicto. “Nos sirvió para entender la cadena. Nos capacitaron y ahora hay más ganas de trabajar para no defraudar esa confianza en nuestras manos”.

Elvia Mejía, gerente del PDET Sierra Nevada y Perijá por parte de la ART, acompañó el panel para hablar del proceso de las mujeres en la región y para dar una serie de recomendaciones para seguir adelante con sus campañas de paz. La funcionaria destacó que este tipo de iniciativas “ayudan a solventar un problema histórico que hay en la Sierra Nevada sobre seguridad alimentaria”, así como un ejemplo de pujanza para el país.

“En la Sierra hay muchas mujeres empresarias que han logrado grandes resultados. Desde mujeres que exportan café hasta mujeres excombatientes que adelantan sus cooperativas que empezaron con 200 gallinas y ya tienen 3.000″ explicó Mejía a manera de ejemplo.

Su mensaje de cierre fue contundente y dirigido a las autoridades estatales e internacionales competentes en este tipo de procesos. La gerente PDET exclamó que en “la sierra y el Perijá fuimos importantes y acaparábamos miradas cuando estábamos invadidos de coca y marihuana. Ahora necesitamos ojos cuando dejamos la guerra atrás. ”

Por esas razones, su invitación fue contundente: “Queremos hacer un llamado a no desfallecer. Se ha logrado compactar. Sabemos que tenemos una falla como país: no hay asistencia técnica a los campesinos. Entonces queda en mano de las organizaciones y en nuestros encuentros les decía que hay que perseverar. Esperamos llegar a las 67 organizaciones de mujeres. Por eso les digo a la Embajada de Noruega y a la OIT que no nos abandonen tan pronto. El fondo multidonante debe quedarse en el PDET la Sierra Nevada y el Perijá”.

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