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Marcar el cuerpo y resistir la guerra

“Memorias”, engendrado en la periferia de Cartagena por tres jóvenes, es un performance que denuncia el asesinato sistemático de los líderes sociales en Colombia.

Paulina Tejada Tirado / @PauliTejadaT
22 de febrero de 2018 - 02:00 a. m.
El performance “Memorias” tuvo tres actos: 74 palazos de tierra, 74 tatuajes y 74 baños de sangre. Foto: Cortesía Colectivo Contextos
El performance “Memorias” tuvo tres actos: 74 palazos de tierra, 74 tatuajes y 74 baños de sangre. Foto: Cortesía Colectivo Contextos

Uno, dos, tres... La lista comenzó. El sonido de la aguja eléctrica taladrando los poros de Alí Majul aturdía a quienes pasaban por el parque La Felicidad, de Cartagena, cada vez que se escuchaba el nombre de un líder social asesinado en Colombia. Leidy Chaverra leía una a una las luchas silenciadas, mientras caía en su pelo afro el pantano que recibía de los palazos de tierra de quien sepulta una verdad que duele, pero que nadie quiere ver. Karen Padilla se bañaba en sangre.

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Cincuenta y siete, sesenta y cinco… La espalda de Majul ya estaba inundada de puntos. A Chaverra le temblaba la voz, le ardían los ojos, pero seguía contando. El listado aún no terminaba. Padilla derramaba lágrimas rojas. Cada rincón de su cuerpo yacía empapado de ese líquido que genera náuseas y temor. La gente paraba a mirar, se tapaba la boca, bajaba la cabeza.

Todos saben que aquí hay una guerra, pero ¿a quién le importa? Es más fácil fabricar una coraza que traduzca la sangre, el sudor helado, los pelos caídos y la saliva de la muerte en cifras frívolas y coloridos gráficos de barras. Sin embargo, ellos tres se atrevieron a quebrar ese escudo utilizando sus cuerpos como un grito desobediente de resistencia, de dolor.

Alí Majul, Leidy Chaverra y Karen Padilla quisieron darle un pare a la indiferencia y “meter el dedo en la llaga”, como le dice Majul a la herida abierta que tiene Colombia desde que firmó el Acuerdo Final con las Farc, al contar día a día el homicidio de sus líderes sociales.

Para estos jóvenes cartageneros, dichas muertes no son números que mutan, que se van sumando, sino futuros y voces valientes que dejaron de existir. “No fueron 48, 54, 74 o 156 líderes asesinados, son 48, 54, 74 o 156 mundos posibles, amores acallados y silenciados por esta guerra”, manifiestan.

Por eso, a través de Memorias, el performance que realizaron el pasado 3 de febrero en un barrio periférico de Cartagena, Huellas de Alberto Uribe, buscaron que “cada líder y cada lideresa habitara en nuestros cuerpos, que se permiten ser hablantes, denunciantes; ser un lugar de verdad y un síntoma de cambio”, cuenta Majul.

Su acción fue transgresora, incómoda, fuerte. Como la muerte, que tantos prefieren ignorar. Para aquel entonces iban 74 líderes sociales asesinados, según el conteo de ¡Pacifista!, en el que decidieron basarse. Setenta y cuatro puntos tatuados en la cervical de Majul, 74 palazos encima de Chaverra, 74 baños de sangre para Padilla.

“Desde luego, tenemos mucha rabia, dolor e impotencia, y queremos narrarlo desde allí: desde el cuerpo, desde lo visceral, desde la memoria y la territorialidad. Es importante hablar de las muertes de líderes y lideresas sociales siempre”, afirma Majul.

Para él, “esto parece un abecedario, parece que estuviéramos ubicando un punto por semana en el mapa de Colombia, un mapa que evidencia fielmente la palabra genocidio”. Por esta razón, a partir de ese día siguió registrando en su piel las huellas de cada nueva partida de un defensor de los derechos humanos en el país.

A la intervención asistieron más de 100 personas, entre líderes comunitarios del sector, vecinos, representantes de la mesa juvenil de víctimas de Cartagena, activistas y transeúntes que detuvieron su camino para observar. Al terminar la lista, “algunas caras tenían lágrimas; otras, expresiones de asombro. Hubo silencio, murmullos, curiosidad por comprobar si lo de mi espalda era real. Observaron con tristeza a Karen, bañada en sangre. Se acercaron a abrazar a Leidy, quien terminó cubierta en tierra”, recuerda Majul.

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El performance nació desde el colectivo Contextos, liderado por los tres artistas, en conjunto con tres curadores, Lissete Urquijo Burgos, Edwin Jimeno y Tina Pit, la fundación Roztro y CaOs. Aunque el colectivo lleva más de dos años trabajando con y para las comunidades desde el arte en temas como la memoria histórica, el feminismo antirracista, el cuerpo y la ciudad, fue el asesinato de José Luis García Berrío, líder del sector Tres de Junio del barrio Nelson Mandela y quien les permitía llevar cine, teatro y música a sus habitantes, lo que impulsó a estos jóvenes a “alzar la voz y decir que a nosotros sí nos importan las vidas de esos líderes y lideresas sociales y que sí existe una sistematicidad en sus asesinatos”.

Esta narración, contada desde el horror y las huellas que deja la guerra, invita a alzar la mirada, así incomode y repugne, para ver más allá de las estadísticas y reconocer los rostros y sus luchas. “Contamos con nuestras palabras cargadas de verdad, con nuestros cuerpos potencialmente constructores de espacios, de zonas y de territorios ricos en vida y alegría, con ideas capaces de tejer un solaz contra la hostilidad de la guerra y la muerte”.

 

Por Paulina Tejada Tirado / @PauliTejadaT

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