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Una vida llena de incertidumbre

Daniel Alejandro Escobar desapareció el 13 de diciembre del 2013 en Cali. Su familia aún espera noticias de su paradero. Según el último informe del Centro Nacional de Memoria Histórica, existen más de 60.630 familias en condiciones similares.

Raxson Montilla Narváez
12 de marzo de 2017 - 05:52 p. m.
María Cecilia Tuestar, madre de Daniel Escobar, joven desaparecido en Cali en 2015. / Fotos: Raxson Montilla Narváez
María Cecilia Tuestar, madre de Daniel Escobar, joven desaparecido en Cali en 2015. / Fotos: Raxson Montilla Narváez

La casa de Claudio Escobar y María Cecilia Tuestar queda en el barrio Ciudadela del Río, al sur del área urbana de Cali y cerca de la ribera del río Cauca. Es una pequeña construcción de dos pisos rodeada de rejas metálicas blancas. Como muchas edificaciones de este barrio se ubica en medio de un callejón angosto donde rara vez se ve un vehículo más grande que una motocicleta.

Al entrar, lo primero que se ve en la sala es un pendón con una foto de Daniel sentado en un parque y un texto que indica la fecha de desaparición, el nombre completo y los teléfonos de contacto. En medio del televisor y el equipo de sonido se esconde una mesita que alberga una colección de fotos de Daniel en distintas épocas de su vida, en cuya base reposan unos zapaticos de bebé hechos de cuero y de color marrón. Las escaleras que conducen al segundo piso son angostas y sin barandal, pero la pared está adornada con un pendón más grande y llamativo que el de la sala. La información de contacto es la misma pero la imagen es Daniel con la camiseta del Deportivo Cali.

María Cecilia es una mujer enérgica, de cabellos ondulados y piel trigueña; lleva unas gafas de color verde agua marina y una camiseta blanca donde se distingue la imagen de su hijo Daniel, la pregunta ¿Dónde está?, y la petición ¡Que aparezca!

Mientras espera la llegada de Claudio, su esposo, saca recuerdos de su hijo y los muestra con dedicación: “aquí está Daniel en la fiesta de quince años de su hermana Marcela, fue el edecán; acá con la camiseta del Cali, que tanto le gustaba… o le gusta, aún no se sabe; éste es un contrato que le hizo firmar a su hermana cuando apenas tenía ocho años, todo para aclarar que el gato que había recogido de la calle era de él; éstas son las radiografías de las fracturas de muñeca y clavícula cuando tuvo el accidente en la bicicleta…”

Pasadas las 2:00 p.m. llega Claudio, apenas sale de trabajar, conduce un vehículo de transporte de una empresa de la ciudad. A diferencia de su esposa se siente incómodo al ver imágenes, recortes de periódico o cualquier información que tenga que ver con su hijo, se le quiebra la voz cada vez que habla del tema. Apenas mira de reojo el panfleto que cuelga en la pared.

 

 

La desaparición

El viernes 27 de diciembre del 2013 marcaría la vida de la familia, fue el último día que vieron a Daniel. “Situaciones increíbles que uno en la vida no se imagina que le pueden suceder. Nostalgia, tristeza, amargura y sobre todo incertidumbre se apoderan de uno”, dice María Cecilia, quien afirma que Dios no la dejará irse sin saber nada de su hijo. Claudio también habla entre lágrimas: “Cuando Daniel nació, yo lo levanté con mis dos manos y lo ofrecí hacia el cielo como agradecimiento, ¡era mi primer hijo! Ahora, levanto mi cabeza y le pregunto a Dios ¿dónde está? A mi Danielito lo lloro todos los días”.

Según la Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, la desaparición forzada se define como: “la privación de la libertad de una o varias personas mediante cualquier forma, seguida de su ocultamiento, o de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o de dar cualquier información sobre la suerte o el paradero de esa persona”.

Lo que podría decirse le ocurrió a Daniel, ya que después de ese viernes no se supo más de él. A las 7 p.m. Claudio y Maria Cecilia llegaron al barrio El Popular a visitar su hijo. “Había llegado mi hermana que vivía en Venezuela, entonces yo me quedé conversando con ella”, recuerda muy detalladamente María Cecilia, “con Daniel siempre pasaba lo mismo: él llegaba, saludaba, se quedaba por ahí y después salía. A las 8:30 p.m. volvimos a nuestra casa, me senté en el computador y me entretuve chateando con una amiga. Se me pasó el tiempo,  no había visto la hora ni nada, pero si sentí que todo se había quedado en silencio. Cuando escuché el timbre era casi la media noche ¿Quién es a esta hora?, me pregunté”.

Era Daniel, estaba parado frente a la puerta y miraba por encima de los hombros preocupado.

  • ¿Daniel, usted qué hace a estas horas por acá tan solo? – preguntó sorprendida Maria Cecilia después de abrir la puerta.
  • Yo no ando solo mamá – se apresuró Daniel a responder.
Lo acompañaba un joven de 16 años llamado Yordi, quien vivía en el barrio El Popular y conocía a un sobrino de María Cecilia. Daniel abrió la nevera para sacar una cerveza en lata y subió al cuarto de los papás por el teléfono, hizo un par de llamadas. Intentó despertar a su papá para despedirse pero al final lo dejó dormir; le dio un abrazo a su hermana, le pidió las llaves prestadas y le aseguró que en una hora volvía. Al final, se fue con la bendición de su mamá.

A las 6 a.m. del otro día María Cecilia despertó un poco asustada, recordó la noche anterior y de un salto se tiró de la cama para ver si su hijo había pasado la noche en la casa. Daniel no estaba. Solo cuando llamó a la casa de sus padres y una sobrina le contestó que lo había visto sintió algo de tranquilidad.

La búsqueda

El domingo Claudio y María Cecilia fueron a buscar a Daniel a la casa de los abuelos maternos. La casa estaba vacía porque todos habían salido de paseo. Preguntaron a los vecinos por Daniel pero nadie dio razón de su paradero. Claudio caminó por el barrio para ver si veía a Daniel en la cancha o donde algún amigo pero no lo encontró.

 “Fuimos a ver el alumbrado y volvimos dando tiempo a que llegaran del paseo. Cuando regresamos, mi mamá me dijo que Daniel no había pasado la noche ahí”, recuerda María Cecilia, “Lo primero que se me vino a la cabeza fue que la policía se había llevado a Daniel a la estación; pero al llegar nos dijeron que ahí no estaba y que para poder reportarlo como extraviado era mejor esperar 72 horas”.

Confundidos y sin saber qué más hacer, María Cecilia y Claudio, decidieron esperar el fin de año, ya que Daniel nunca había pasado un 31 de diciembre fuera de la casa. Sin embargo, los alcanzó el año 2014 sentados en la sala de la casa esperando alguna señal de su hijo. Al otro día y sin perder tiempo fueron a la Unión de Reacción Inmediata (URI) del centro de Cali a poner el denuncio, pero debido al desorden que había al inicio del año les tocó esperar diez días más para que el caso fuera remitido a una sede de la Fiscalía en el norte de la ciudad.

 “Las primeras horas cuando alguien desaparece son primordiales para la búsqueda, y esas primeras horas con mi hijo se perdieron. No había rastro de Daniel, no recordaba quién era el muchacho que lo acompañó esa noche, le pregunté a mi sobrino y me dio las descripciones que no eran, así que yo me quedé en el limbo esperando que me llamaran de la Fiscalía”, asegura María Cecilia.

 

 

Pasó el tiempo y aunque la Fiscalía adelantó algunas indagatorias a personajes claves en la desaparición, la investigación no arrojó resultados positivos. Según Yordi, ellos nunca salieron del barrio Ciudadela del Río, caminaron hasta el jarillón del río Cauca y Daniel le dijo que lo esperara en una esquina mientras el hacía una vuelta. Pero en medio de la espera lo rodearon unos jóvenes que con amenazas le robaron hasta los zapatos y lo obligaron a dejar el sector. Asustado y sin conocer el barrio corrió hasta la estación de policía más cercana donde contó lo sucedido. Los agentes que estaban esa noche aseguraron que recorrieron el barrio y siguiendo las indicaciones de Yordi buscaron a Daniel pero no encontraron pistas de él.

Según datos del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, hasta el año 2013 en Colombia se habían registrado 89.736 personas desaparecidas, de los cuales, 20.944 se clasificaron como desapariciones forzadas. La cifra de desaparecidos para ese año fue de 7.756, donde el Valle del Cauca con 663 casos ocupó el tercer lugar, solo superado por Bogotá que registró 3.077 y el  departamento de Antioquia con 872.

Aunque las cifras ya son problemáticas, existe debate por la claridad y exactitud de las mismas, ya que no todo el mundo reporta las desapariciones. “Hay muchos casos que quedan fuera del radar de las autoridades o cualquier otra organización, ya sea por el miedo a represalias o la lejanía de las instituciones”, comenta Elodie Magnier, jefe del equipo de protección del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), seccional Cali. Prueba de estas inconsistencias son los datos del más reciente informe del Centro Nacional de Memoria Histórica, que reconoce a más de 60.630 familias afectadas por alguna desaparición forzada.

Una nueva ilusión

Gracias al internet y las redes sociales María Cecilia conoció grupos preocupados por visibilizar los casos de desaparición forzada en Cali y el Valle del Cauca. Un ejemplo muy claro fue el “Carnaval por la vida”, una actividad artística y cultural que nació en el año 2013 como homenaje a la artista y ambientalista Sandra Viviana Cuellar Gallego, víctima de desaparición forzada. Es un evento muy representativo de Cali si se trata de recordar a todos los desaparecidos.

“En Colombia, la desaparición, ha tocado personas de muchos niveles sociales, familias con perfiles muy diversos y capacidades socioeconómicas y culturales muy variadas. Se pueden encontrar familias que conocen muy bien todos sus derechos, contratan abogados y han tenido toda la asesoría necesaria para adelantar trámites con las entidades estatales y sociales; pero también se encuentran grupos familiares donde la mayoría no sabe leer, una barrera enorme a la hora de enfrentar a las instituciones”, afirma Elodie Magnier.

Pero María Cecilia nunca se quedó quieta,  gracias a una convocatoria virtual pudo llevar su caso hasta la Fiscalía General de la Nación. La investigación de la desaparición de su hijo parecía tomar un nuevo respiro, en Semana Santa fue invitada con su esposo Claudio a una reunión con el vicefiscal José Fernando Perdomo en Bogotá.

“Ese señor nos recibió muy bien”, recuerda María Cecilia, “habían otras personas de varias regiones que también estaban por sus causas, no recuerdo cuántos pero no eran muchos. Él estaba acompañado de un asesor. Y aunque tenía todos los documentos del mi caso y estaba empapado del tema me preguntó qué había pasado con mi hijo”.

María Cecilia le contó todo, no se guardó un solo detalle y la ilusión volvió. Encargaron a un nuevo investigador para el caso, la búsqueda se reavivo pero los resultados no cambiaron. Después de un par de meses todo volvió a quedarse como detenido en el tiempo. “Se enferma el cuerpo de tener enferma el alma”, afirma María Cecilia.

Sin embargo, desde mediados del año 2016 el CICR junto a la Cruz Roja Colombiana (CRC), empezaron un proceso de apoyo psicosocial con un grupo de 18 familias de la ciudad de Cali. De acuerdo a Elodie Magnier el objetivo del proyecto ha sido “reunir a familias de víctimas de desaparición para que se conozcan, se den cuenta que no están solos y puedan servir de apoyo mutuo”. María Cecilia es feliz participando en estos procesos, aunque se preocupa porque su esposo no puede asistir por el trabajo y su hija no se interesa.

 “Intentamos acompañarlos en varios sentidos según las necesidades de cada familia. Puede ser que la familia solicite nuestro apoyo en la búsqueda, entonces los podemos orientar a las entidades pertinentes, como a la Fiscalía o medicina legal; pero también podemos colaborar con la búsqueda nosotros mismos como intermediario neutral entre los grupos armados que hay en Colombia. En ese dialogo confidencial que mantenemos con estos grupos podemos solicitar información, en algunos casos, sobre el paradero de estas personas. De igual manera, apoyamos a las familias para que accedan a sus derechos como víctimas, ayudando con las gestiones de orientación a las instituciones estatales o brindando asesoría técnica”, aclara Elodie Magnier.

No obstante, según una evaluación realizada por el Comité Internacional de la Cruz roja (CICR) en siete lugares de Colombia afectados por el fenómeno de la desaparición, publicado en el 2016, los principales impactos o cambios referidos se dan en el ámbito de la salud mental, sobre todo de tipo emocional y cognitivo; y en las relaciones, por la división familiar y el cambio de roles por la ausencia, problemáticas que generan también un impacto económico. Por ende, el 13% menciona una alta necesidad de recibir atención psicosocial especializada,  un 12% solicita ayuda del Estado y un 8% busca orientación, acompañamiento y trato digno.

Motivo por el cual, Karin Gómez, directora del Programa de Protección de la Cruz Roja del Valle del Cauca, remarca que “la seccional además de ayudar a hacer la búsqueda tiene un grupo de apoyo psicosocial que brinda acompañamiento sicológico a familias de víctimas en casos de crisis, siempre y cuando lo requieran y lo acepten”. Por esta razón, existen proyectos mancomunados entre el CICR y la CRC, donde cada institución humanitaria ofrece su conocimiento y su material humano con el fin de ayudar a personas y comunidades afectadas.

Por otra parte, el estudio del CICR también mostró que un 22% de los entrevistados cree que su ser querido está muerto y pide la entrega de sus restos (para darle sepultura digna y continuar con su proceso de duelo), mientras un 19% están convencidos de que su familiar está vivo y pide que sea encontrado y pueda regresar a su hogar.

Claudio y María Cecilia hacen parte de ese 19%, que día a día se asoma por la ventana con la ilusión de ver a su familiar volver. Actualmente, esperan con zozobra que empiece a funcionar la Unidad Nacional de Búsqueda de Persona Desaparecidas, una medida incluida en el acuerdo final con las Farc, prioridad legislativa que se llevará al Congreso de la Republica como reforma constitucional. Como la estrofa de la canción de Mercedes Sosa que siempre recuerda Claudio: “Solo le pido a Dios, que la guerra no me sea indiferente, es un monstruo grande y pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente”.

Por Raxson Montilla Narváez

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