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Yo estuve en la dejación del último fusil

Viendo esta larga fila de 31 contenedores con las armas de las Farc-EP, me llegó cierta nostalgia porque nunca más volveremos a verlas. Siento una inmensa alegría por la posibilidad de llegar a una paz estable y duradera.

Martín Cruz o “Rubín Morro”*
31 de diciembre de 2017 - 02:00 a. m.
Miembros de las Farc en la zona del río Patía durante una operación de extracción de caletas.
Miembros de las Farc en la zona del río Patía durante una operación de extracción de caletas.

Las circunstancias del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc-EP me pusieron a participar en la dejación de armas, como integrante del Mecanismo de Monitoreo y Verificación (MM&V). La dejación, según el Acuerdo, fue un asunto soberano y digno de las Farc-EP y la Misión de Naciones Unidas. El Gobierno nunca obtuvo la codiciada foto de un guerrillero dejando su arma. Esto nos llena de firmeza y dignidad. No fue una entrega de armas, fue una dejación que iniciamos con el primer cese al fuego unilateral. El objetivo fue sacar las armas de la política. El Gobierno no las deja, pero adelantará políticas en el interior de la Fuerza Pública para ir desmontando su aparato de guerra.

El proceso fue complejo, teniendo en cuenta que las armas jamás fueron un fin, sino que sirvieron inicialmente para defender nuestra vida y luego como un elemento “obligado” por las condiciones que nos impuso el Estado al cortarnos las vías pacíficas para expresar nuestras ideas. Una vez mi padre, me dijo: “el guerrillero debe dormir junto a su fusil, colocarlo donde le ‘talle’ y siempre darse cuenta que está ahí (sic)”. La consigna que siempre recibimos de los comandantes fue: “no dejar el arma en caso de asalto o ataque enemigo”. Quien dejara el arma, era cuestionado.

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Los primeros en hacer dejación, el 12 de marzo, fueron los integrantes del MM&V; siguieron los compañeros que hacían pedagogía, los que hacían curso de escoltas, los que estaban en desminado humanitario, los de la comisión de bienes, los cursantes a Cuba. Luego vinieron las tres fases: Dejamos el 30 %, el 7 de junio; otro 30 %, el 14 del mismo mes, y, finalmente, el 40 %, el 20 de junio. Esto fue ratificado durante el acto del 27 de junio, con presencia del presidente Juan Manuel Santos, y el secretariado de las Farc-EP en Buenavista, Meta. Los últimos en hacer dejación de las armas fueron los integrantes del Estado Mayor Central, incluido el Secretariado Nacional.

Las armas fueron identificadas con un código de barras y registradas para ser monitoreadas por la ONU, hasta que salieron en los contenedores de las zonas veredales hacia Bogotá. Cada 48 horas los observadores de la ONU pasaban revista, verificando que estuvieran en las cajas de metal, como fueron registradas. Las armas se depositaron en unos cajones de metal negros y luego en grandes contenedores. Sólo quedaron por fuera las armas que fueron destinadas para la seguridad de los campamentos, unas 780, menos del 10 % del total.

El 4 de agosto se ordenó extraer los contenedores hacia Bogotá. Los primeros salieron de Policarpa, Nariño, y los últimos el -15 de agosto- de Pondores, en Fonseca, La Guajira.

Llegaron uno a uno a una bodega inmensa en Funza, cerca de Bogotá. Allí sólo entraba la Policía (la Unipep), que se encargaba de la seguridad exterior del lugar. La ONU manejaba la seguridad interna de la bodega y junto con las Farc-EP verificábamos el contenido de la carga con actas que fueron enviadas de las zonas. El control fue riguroso, nos daba confianza el profesionalismo de estos militares de la ONU.

Cada contenedor, con logos de las Naciones Unidas, era acomodado por un montacargas hasta quedar bien alineado. En las puertas de cada uno se ponía una etiqueta con el nombre de la zona veredal o punto transitorio de donde salió.

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Debía hacer los controles en aquella bodega y cuando observaba los contenedores, lo primero que se me vino a la mente fue: “Jamás pensé ver todas las armas de las Farc-EP juntas”. Era una coyuntura histórica, única para mí. Me invadía cierta nostalgia y llegaban a mi memoria tantos muertos y heridos caídos en la guerra; tantos esfuerzos para recuperar un arma en combate; cuántos murieron por hacerlo. El arma fue nuestra mejor amiga. Aprendimos a conocerla en la noche más oscura, conocíamos cada una de sus piezas, hasta el pasador o tornillo más pequeño. Pero las dejamos y lo hicimos confiando en la paz para Colombia.

Al lado derecho de la bodega había varias mesas. Allí vi cómo el “verdugo” destruía el alma y la esencia de nuestras armas. Unos funcionarios alemanes se encargaron de la inhabilitación. Les hacían cinco cortes: dos sobre el cañón, uno en la recámara y dos en el mecanismo de disparo.

Quedaron listas para hacer los monumentos en Nueva York, Cuba y Colombia, tal como está en el Acuerdo Final. El Secretariado, antes del congreso fundacional del nuevo partido, pidió conservar la estructura básica de 5.000 fusiles para los monumentos. El resto de material, como pistolas, mecanismos de disparo, ojivas y vainillas de municiones, material de mortero y otros, se utilizarán en la fabricación de simbología y bisutería para la reparación de las víctimas del conflicto.

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Otro proceso importante de la dejación fue la extracción de caletas. El Secretariado informó a la ONU y a la opinión pública la existencia de 949 en todo el país. Esta labor ha sido muy dispendiosa, porque ni la dirección de las Farc-EP sabía lo que había en ellas. Muchas caletas se perdieron por varias razones: los caleteros desertaron, murieron o no las encontraron porque cambió la morfología del terreno. En algunos casos pasaron muchos años sin visitar esos sitios por operativos militares, otras caletas fueron extraídas por la Fuerza Pública, otras se las robaron civiles o bandas criminales, otras se las robaron los mismos desertores.

Antes de llegar a una caleta, el Ejército debía asegurar el perímetro, luego las FARC-EP, “limpiaba” la ruta hacia la caleta, después entraba la ONU a verificar su existencia y contenido. Luego del registro de Naciones Unidas, sacábamos las armas, se elaboraba un acta y se destruían en el lugar los explosivos y las municiones (los guerrilleros detonaban las cargas) y las armas se llevaban a las zonas y puntos.

Cerramos el Mecanismo el 26 de septiembre y quedaron pendientes por extraer 249 caletas. Después de varios meses de esperar un decreto, la logística y los recursos, reanudamos la extracción el 18 de diciembre, pero esta vez la operación corre por cuenta del Ejército y las Farc. Esperamos terminar todo a finales de enero.

* Excombatiente de las Farc

Por Martín Cruz o “Rubín Morro”*

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