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Contadoras de Historias: Recuerdos de mi infancia: 1987

Este es el relato de una mujer campesina que decidió unirse a las Farc. Ahora, desde su proceso de reincorporación, escribe sobre qué significa para ella construir paz. Esta historia hace parte del libro Contadoras de Historias, publicado por el Centro de Pensamiento y Diálogo Político.

Contadoras de Historias
28 de septiembre de 2020 - 02:00 a. m.
El relato de M.H llegó desde el Espacio de Reincorporación de Pondores, en La Guajira.
El relato de M.H llegó desde el Espacio de Reincorporación de Pondores, en La Guajira.

Por M.H.

Correteaba las mariposas, me bañaba con el agua del rocío en los pastizales en la finquita El Porvenir, escuchaba el cántico de las aves que jugueteaban en los árboles de majaguas, Guamal que sombreaban el cafetal, fijaba sus ojos tupidos de pestañas indias en el aleteo de los colibrís, sonreía entre los piñales de papi, tomaba las flores y el rico aroma de los geranios y los alelís de mami. Caminaba descalza casi siempre, peinada con dos enormes colas o trenzas que se podían tejer en su larga cabellera que con sus cansadas manitos mami cuidaba con penca de sábila. Papi y mami siempre le abrazaban, le aconsejaban, la consentían y enseñaban sus primeras vocales a, e, i, o, u.

Papi humilde campesino, hombre de piel trigueña, en sus ojos se dibujaban ilusiones, nariz aguda, cabello indio, sus manos rústicas por el trabajo de campo, la camisa manchada del cultivo de plátano, sonrisa serena, altura 1,80 m. Ese era mi viejo, mi querido padre, mi profesor, mi primer amor. Mami mujer de baja estatura, cabello negro ensortijado y muy largo, mujer feliz, sonreía en todo momento, mi reina hermosa la que me trajo a este mundo, una mujer protectora, mujer libre de pensamiento, luchadora social junto a mi padre.

La niña, la otra niña, el niño y la otra niña, mi padre y mi madre fuimos muy, pero muy felices hasta que llegó la violencia. Vivíamos en nuestro propio espacio, no teníamos miedo, no pensábamos en la muerte, aunque ella sea una realidad que nos sigue, nadie hablaba de las torturas, a pesar de que por años esto es una práctica, no conocíamos las armas, aunque ellas son herramientas que las van modernizando y fueron utilizadas desde la era primitiva.

Yo no sabía lo que eran los huérfanos y las viudas, a pesar de que en el mundo entero todos los días ocurre, vivíamos lo nuestro; el campo, la tranquilidad, las montañas, el aire puro, los animales, la inocencia de los niños rurales, mi papi y mi mami procuraban que no conociéramos de eso para que tuviésemos una infancia sin temor. Pero no fue así, empecé a darme cuenta de que había secretos, compartimentación, política, lucha social, amenazas, asesinatos, sangre, desplazados, terror, muertos.

Qué horror, dios mío, no quiero vivir, no quiero estudiar, ¡me quiero ir! ¿pero a dónde?, ¿con quién?, no lo sé.

Un día de pronto se fue mi madre, partió a la eternidad dejando una niña acabada de nacer. Mi viejo, mi viejo agotado por el trabajo, por la edad, sin mercado asegurado para sus productos, sin transporte y a tres horas para llegar a la carretera, con sus ojos húmedos de las lágrimas que se deslizaban por su demacrada mejilla, una flor blanca sobre el féretro de mi mami, abraza el cajón y le da el último adiós a su amor del alma, se va una mujer líder comunitaria, madre, esposa y amiga, integrante de la UP.

¡Qué está pasando! ¡No soporto más! Me voy, yo me voy, a las filas de las FARC-EP.

Llegué, ahí pasé mi adolescencia, me hice mayor, me formé, aprendí a leer a escribir, aprendí muchas cosas bonitas, solidaridad, fraternidad, pero también a experimentar el dolor de perder a mi padre, el primer amor de mi vida, el ejército con máscara y brazalete de paramilitares a sangre fría tortura y asesina a mi viejito.

¿Qué me sucede?, ¿por qué tanto dolor?, ¿por qué tanta maldad?, ¿por qué a mí?

Dos años después, me informan que el ejército presentó un falso positivo.

¿Quién es? Sí, ese es mi único hermano, ¿dónde está?, ¿a dónde lo llevaron?

Nadie dio razón, lo uniformaron, le colocaron un fusil y cuando se dieron cuenta que estaban descubiertos por los campesinos, que les gritaban asesinos, lo envolvieron en un plástico, lo subieron a un helicóptero, no sabemos dónde lo arrojaron, a quién se lo entregaron o si lo enterraron.

Entréguenmelo por favor, ese es mi hermano.

Hoy en este proceso de reincorporación conservo los recuerdos dentro de mi corazón como un tesoro, a pesar de lo doloroso que ha sido para mí y mis hermanitas nadar en contra corriente con el corazón hecho hilachos, con una herida que sangra lentamente, tratando de dar forma a lo destruido, estirándonos como el elástico para alcanzar los objetivos, secándonos las lágrimas, apretando el micrófono para denunciar lo sucedido.

Aquí sigo de pie, luchando como he prometido, con las mujeres, adultos y los niños, porque lo que me enseñó mi papi, mi mami y el Partido es que no se desfallece a pesar de lo sucedido.

ETCR Amaury Rodríguez, Pondores, La Guajira.

Por Contadoras de Historias

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