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El colegio en Cartagena que construye paz binacional

Entre muestras culturales, actividades lúdicas y talleres con maestros, en el colegio Clemente M. Zabala conviven como una familia grupos migrantes y víctimas del conflicto armado.

Camilo Pardo Quintero
29 de marzo de 2021 - 02:00 a. m.
Más del 25 % de los estudiantes en el Clemente Manuel Zabala son migrantes venezolanos.
Más del 25 % de los estudiantes en el Clemente Manuel Zabala son migrantes venezolanos.
Foto: Jose Vargas

En el barrio Flor del Campo, ubicado en la periferia de Cartagena de Indias, hay un colegio que cambió radicalmente su vocación desde 2020 y se convirtió en un lugar propicio para la convivencia entre migrantes venezolanos, víctimas del conflicto armado colombiano, otros miembros de comunidades vulnerables y estudiantes locales.

Se trata de la institución educativa Clemente Manuel Zabala, llamado así en honor del maestro periodístico de Gabriel García Márquez, Nobel de Literatura. Un colegio público con 1.786 estudiantes cuya misión, más que aferrarse a las enseñanzas clásicas de un salón de clase, apela al diálogo intercultural para mostrar lo importante y fascinante que es vivir en un entorno donde predomina la diversidad.

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Según Mario Lombana, rector del recinto, apenas unas semanas antes del inicio de la pandemia, el colegio pasó de ser privado a público por una decisión de la Alcaldía, cuestión que, además de cambiar su modelo de financiación, modificó su forma de integrarse a la comunidad que rodea a las instalaciones.

“Le ofrecemos a la gente de nuestra zona una estructura social en la que puedan acceder a una educación para sus hijos que muestre las segundas oportunidades como una forma digna de vivir. No solo hay estudiantes de Flor del Campo, nos acompañan chicos de comunidades como las de Bicentenario, Villas de Aranjuez y el barrio San Francisco, e hijos de familias que viven en la falda de La Popa. Entre migrantes, víctimas desplazadas y cartageneros, somos un solo cuerpo que permanece unido, con o sin dificultades, porque aquí lo único que a todos nos hace iguales es que somos diferentes”, afirmó Lombana.

En la hectárea que comprende al Clemente Manuel Zabala se desarrollan proyectos comunitarios que unen a los estudiantes con las dinámicas de sus barrios. Entre ellos se encuentran iniciativas como la llamada “De donde vengo yo”, impulsada y apoyada por la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Colombia. Una campaña escolar en la que los alumnos hacen muestras culturales de sus lugares de procedencia, para que sus demás compañeros entiendan el valor que han tenido para cuidar sus raíces a pesar de la lejanía con su tierra.

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John Steven, un alumno de grado 11, es uno de los estudiantes más aclamados en las jornadas de socialización sobre muestras culturales. Llegó a Cartagena desde su natal Buenaventura (Valle del Cauca), huyendo junto con su familia de la violencia residual que el conflicto armado dejó en el puerto y, en vez de quedarse en los relatos de la violencia que padeció, comparte su danza y todos los sueños que tiene por delante.

“A mi grupo le encanta mi forma de hablar y las expresiones que traigo del Pacífico. Les muestro el perrenque de los míos cuando bailo salsa choke y cuento de todas las bellezas que tiene mi puerto. La violencia nos quitó nuestros hogares, pero no la felicidad con la que vivimos en la casa”, contó John Steven.

Esto, por supuesto, no se queda en la esfera nacional. Ana Flórez, madre venezolana de una estudiante del Clemente Manuel Zabala, lleva poco más de un año con su familia en territorio colombiano. Le tocó ver cómo le cerraban las puertas de barrios, ciudades y colegios una y otra vez por su situación migratoria. En Cartagena, sin embargo, encontró un lugar propicio para asentarse, cuando vio como los recibieron la comunidad del Bicentenario y el Clemente Manuel Zabala. Allí, según su relato, sus ganas y su esperanza de vivir se hicieron mayores.

“Cuando llegamos acá nos sorprendimos al ver que en la entrada, lugar en el que anunciaban la apertura de matrículas, había un dibujo grande de un mapa de Colombia abrazando a uno de Venezuela. Nos garantizaron que nuestros niños tendrían las mismas garantías que los demás, un programa de alimentación asegurado y la inclusión de las familias en los procesos escolares, entre muchas más cosas que me tienen agradecida”, aseguró Flórez.

A pesar de las facilidades que ofrece la institución, la forma de vivir de las familias migratorias en esa zona de Cartagena no está acompañada de buenas condiciones laborales. De acuerdo con Paola Lozada, miembro de la organización Opción Legal, entidad que apoya y hace acompañamiento psicosocial a los procesos educativos de más de veinte colegios públicos en Cartagena, “la tasa de informalidad en el barrio donde queda el colegio y en zonas aledañas ronda el 97 %. Es un tema complicado de tratar, pero infortunadamente va acorde a las mismas dinámicas actuales de la ciudad. Un estudio del periódico El Universal indicó que las personas estrato 1, 2 y 3 en Cartagena viven bajo una informalidad del 90 %. Duele, pero así está la situación; el rebusque es la primera opción para mantenerse”.

Aunque las dificultades apremien, la comunidad clementista no desfallece y siempre encuentra la forma de mantener una vida tranquila en la que los mensajes de xenofobia o cualquier otro tipo de marginación están fuera del radar.

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Esa es la percepción que tienen, tanto desde adentro del barrio y del colegio como en entidades como la ACNUR. Allí, Alba Marcellán, una de las jefas de oficina de la regional Caribe, asegura que proyectos de inclusión como la del Clemente Manuel Zabala permiten que no se pierda una generación con alto potencial, por el hecho de que las condiciones sociales no sean óptimas.

“La idea de apoyar a la educación, como se ha venido haciendo con este colegio, se basa en crear y fomentar para el futuro, en otros lugares, una hoja de ruta en la que se formen personas que en un futuro sumen cuando regresen a su país (en el caso de los migrantes y refugiados venezolanos). Facilitamos estudios y somos veedores de sus procesos, y aunque en sus proyectos de vida no tengan planeado volver a sus raíces, eso no cambia nada, porque estarán capacitados en experiencias multiculturales que los harán actores vitales en el desarrollo de sus comunidades, ya sean en su país o en Colombia misma”, sugirió Marcellán.

Maestros constructores de paz

La diversidad del Clemente Manuel Zabala no solo está en sus estudiantes. Entre los 63 profesores de la institución abundan las procedencias. Más del 70 % de los docentes no son cartageneros y hay maestros de Casanare, Chocó, La Guajira, Boyacá y hasta de Ecuador, que día a día dan muestra de que el lugar de nacimiento que consta en un pasaporte o una tarjeta de identidad no define, en lo absoluto, las capacidades de nadie.

La profesora Vicky de León Mendoza, docente de Ciencias Sociales en bachillerato, está convencida de que todos sus alumnos, sin importar de dónde provengan, tienen un alto impacto y múltiples talentos que desarrollan desde el amor y el respeto por el prójimo. A su modo de ver, cuando aceptan al otro sin reparos ayudan a formar bases sociales que son un ejemplo en sus hogares y barrios.

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“Está bien que en las clases veamos que el país tuvo un Acuerdo de Paz político en el que se le puso el fin a una guerra. Pero ojo, eso tan solo fue con uno de los grupos armados, falta dialogar con los demás y, más importante aún, el desafío está en enseñarles a los niños que la paz siempre será algo de largo alcance si se hace desde las bases. Si en casa promovemos actitudes de sana convivencia, si nos alejamos de la xenofobia y promovemos la diversidad, seremos constructores de paz que le den al país muchas alegrías. Mi vocación está en promulgar las paces locales y mi mensaje siempre es hacerlo desde lo cotidiano”, señaló la maestra.

A su turno, la profesora Vanessa Vizcaíno insiste en que con los conocimientos en construcción de paz que les inculcan a sus estudiantes, estos niños y niñas sean desde ya agentes transformadores que no sean conformistas con el ambiente en el que viven. Para ella, esto se ha logrado en el último año, aunque a pesar de la buena convivencia que se vive en Flor del Campo, la cultura de la violencia persiste en escenarios sociales.

“El acercamiento a las familias es crucial para que los clementistas apliquen lo que aprendieron acá en sus casas. Colombia sigue siendo un territorio que, desde varias esferas, mantiene como herencia de la guerra una cotidianidad en la que las armas son ley. Constantemente nos preguntamos ¿qué tipo de profesor queremos ser? Y al tratar con nuestros muchachos acá siempre llegamos a la misma conclusión: queremos ser agentes transformadores y participativos que desde el ejemplo muestren que una vulneración por xenofobia o por resentimientos surgidos del conflicto siempre serán más débiles que la decencia y el valor emocional que se puede adquirir simplemente con el respeto y el amor por la persona que tenemos al lado”, concluyó Vizcaíno.

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