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“Ella era el timón mío”: esposo de la líder asesinada en Tierralta

Manuel del Cristo Berrío, el esposo de María del Pilar Hurtado la líder asesinada frente a su hijo de 12 años, cuenta cómo era su vida juntos, en qué trabajaban y por qué invadieron los terrenos que quedaban al frente de su casa.

Colombia2020 / @EEColombia2020
04 de julio de 2019 - 11:00 a. m.
Esta es la casa donde vivía María del Pilar Hurtado y su familia. Justo al frente están los lotes donde había invadido. / El Espectador.
Esta es la casa donde vivía María del Pilar Hurtado y su familia. Justo al frente están los lotes donde había invadido. / El Espectador.

Este 3 de julio se conoció que la Procuraduría suspendió por tres meses al alcalde de Tierralta (Córdoba), Fabio Leonardo Otero Avilez, “por presuntas irregularidades en el control del orden público, que estarían relacionadas con la invasión de unos lotes y que habrían derivado en el homicidio de la líder social María del Pilar Hurtado Montaño, el pasado viernes 21 de junio”. Este caso fue ampliamente conocido porque alguien grabó un video en el que se ve a uno de los hijos de Hurtado llorando y gritando desconsolado junto al cuerpo de su madre. Ese desgarrador video puso a conversar al país sobre las causas que rodeaban el crimen, y se conoció que el padre del alcalde sería dueño de uno de los predios invadidos.

Después de este crimen, el alcalde encargado de Tierralta, Willington Ortiz Naranjo, profirió el Decreto número 100 de 2019, por medio del cual se modifica la hora de cierre de los negocios que vendan alcohol. Se estipula que todos deben estar cerrados a la 1:00 a.m. durante el fin de semana, atendiendo a la situación de orden público. La zozobra se siente en el municipio. Hasta allá se trasladó un equipo de El Espectador y pudo conversar con Manuel Berrío, el esposo de María del Pilar. Durante esta visita, y atendiendo a la situación, solo se pudo conversar con él. Los vecinos estaban en sus casas y las calles del barrio 9 de agosto no eran muy concurridas.

La casa donde vivía María del Pilar Hurtado, su esposo Manuel del Cristo Berrío y sus cuatro hijos, queda en la última calle del barrio 9 de agosto, en Tierralta (Córdoba). Las calles son destapadas y las casas están hechas en tablas y palma, o incluso con paredes de plástico y piso de tierra. Fue una invasión que hicieron varias familias hace años ya, en 2013. Ahora es un barrio formalizado. Esa casa tiene un primer rancho: un cuarto en el que dormían los adultos. Luego sigue un espacio sin techo en el que guardaban el reciclaje, porque a eso se dedicaba la familia, y después viene otro ranchito en el que, a un lado, dormían los niños, y al otro estaba la cocina: una hornilla de leña hecha con bloques y una parrillita en la que se subían las ollas. Atrás, el patio y lavadero. Ahora esa casa está deshabitada. Manuel sacó todo de ahí después del crimen contra su esposa y se fue del lugar, a pesar de que lo visita con frecuencia, porque no la quiere perder.

Ese rancho lo levantaron con el trabajo de ambos, y no fue fácil. Manuel, esposo de María del Pilar y padre del niño más pequeño, que tiene cinco años, recuerda que fue difícil establecerse en el municipio. Cuando llegaron ya tenían a cargo a sus cuatro hijos, todos nacidos en Puerto Tejada, Cauca, a pesar de que María del Pilar y Manuel se conocieron en el Chocó hace casi 11 años.

“No teníamos trabajo, empezamos a trabajar en un negocito con plata prestada, de esos que prestan por ahí. No nos dio porque no teníamos otra entrada, sino que de eso vivíamos. Vendíamos granos, víveres. Usted sabe que eso da muy poca ganancia. Y nosotros con cuatro muchachos. De ahí sacábamos la comida, para peluquearlos, comprarles chanclas y no nos daba. Íbamos, vea, (se toca el cuello en señal de que iban asfixiados). Me tocó conseguir un trabajo en un aserrío y terminamos ese negocio. Ahí duré yo como casi dos años. Íbamos apurados también, porque pagaban poco. $50 o $70.000 semanales”, narra.

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Pero María del Pilar era una mujer aguerrida, y para alivianar las cargas del hogar decidió empezar a trabajar reciclando cartón, papel y plástico. Salía cada día a buscar el reciclaje, los clasificaba y cada dos días le pedía a Manuel que lo fuera vender. En eso se ganaba entre $30 y $40.000. “Entonces yo le dije "ombe, pero si usted está haciendo más que yo". Y ella me dice: "Si usted quiere, sálgase de ese trabajo y reciclamos los dos”. Y yo la seguía, como ella tenía ese temple, esa energía positiva, iniciativa, me decía "tenga fe que nos va a ir bien"”, recuerda Manuel.

Así la recuerda él, como una mujer que nunca estaba esperando que algo le pasara o que las cosas les llegaran a sus pies, sino que salía a buscarlas. Ella era 17 años menor que él, y, dice, nunca le pidió nada. “Ella nunca a mí me exigió, nunca me dijo "usted me tiene que comprar esto, conseguirme esto", no. "Si hay con qué, lo compramos", me decía”.

Y empezaron a tener con qué. Ambos decidieron dedicarse de lleno al reciclaje. Al principio, ella salía de madrugada. A la una de la mañana estaba afuera y llevaba una carreta grande que les habían vendido en $400.000. Recorría las calles de Tierralta y regresaba a las seis a la casa, ya con la carreta llena. Para entonces, Manuel estaba preparando el desayuno. El hijo mayor, de 14 años, cursaba octavo grado. Y el menor, de cinco, estaba en el jardín. Los gemelos, de 12 años, no eran muy dedicados al estudio, más bien indisciplinados.

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Desayunaban y él se iba a recorrer las calles de día, mientras ella descansaba. Por la tarde organizaban y clasificaban lo recogido, para luego ir a venderlo. “Y así estuvimos un tiempo y ya después le dije: "nombe, eso en la madrugada es muy duro, mejor salimos los dos en el día". Pero ella me decía que no había nada por ahí, solamente gente andando, rapimoteros (como les dicen a los mototaxistas en el Pacífico) por ahí. Y ya empezamos a trabajar los dos de día. Ya llevábamos como nueve meses trabajando nosotros. Y nos estaba yendo bien porque conseguíamos la comida, estábamos pagando lo que debíamos y comprando nuestras cositas. (Señala con el dedo) Ese televisor era de ella, como yo desocupé la casa allá, porque eso estaba inseguro y no me atreví a dejar nada ahí”. Durante el corto tiempo que el equipo pudo estar en la casa de ellos, pudieron notar que nadie salía de su casa. Lo único que pasaba eran hombres en moto, que antes también habían estado en el centro del pueblo.

Manuel y María del Pilar empezaron a almacenar el reciclaje en la mitad de los dos ranchos de su casa y cada dos semanas salían a venderlo. Alcanzaban a pagarles entre $200.000 y $300.000. “Uno pagaba $100 o $150 y le quedaban $100 o $150 para hacer lo que iba a hacer”, y para empezar a comprar los materiales para ir haciendo la casa en bloques. Esa era su vida cuando algunos vecinos y otras personas empezaron a invadir y a demarcar sus espacios en los lotes que quedan al frente de la casa de María del Pilar y Manuel. Les avisaron y ella fue a marcar su lote.

“Mijo, yo me voy pa'llá, porque usted sabe que lo necesitamos”, le dijo María del Pilar. La idea era hacer una bodega para almacenar el reciclaje ahí y poder utilizar el espacio que tenían en la casa y que estaba siendo ocupado por esos materiales. Hubo una primera invasión de la que los sacaron y luego una segunda, en la que estaba el lote que marcó María del Pilar, justo al frente de su casa. Ahí, incluso, alcanzaron a poner unas estacas y un polisombra, que sigue en pie. Son esos terrenos de propiedad de varias personas, entre quienes están el padre del actual alcalde, Fabio Otero Paternina. 

La gente que invadió con ella empezó a reconocerla como su líder. "Ven, vamos que te necesitamos. Negra, vamos", recuerda Manuel que los oía decir. "Usted es la líder de nosotros".

Él no sabe si ella habló en las reuniones que hubo con las autoridades, pero no se le haría raro, porque era una mujer que decía lo que sentía, “así a usted no le gustara”. Él estaba preocupado, le decía que no peleara por eso, que como ella era negra, sobresalía y la podían identificar fácilmente. Sin embargo, nunca se imaginó que el panfleto de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), la estructura paramilitar que domina y controla la región, que conocieron días antes de su asesinato, el 21 de junio, se refiera a ella.

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Ahí hablaban de “la mujer del chatarrero”, y decían que “la gorda”, pero ella ni era gorda ni era mujer de un chatarrero. “Nosotros somo recicladores, porque chatarrero es el que compra chatarra. Y ella no era gorda, entonces no nos imaginamos nunca, nunca, nunca”, dice Manuel, aunque reconoce que no conoce a ninguna otra mujer con esas características que estuviera asumiendo acciones de liderazgo y que estuviera relacionada con la invasión de lotes.

El día en que dos sicarios asesinaron a María del Pilar, ella iba con sus hijos gemelos y caminaba a unas cuadras de su casa. Manuel llegó rápidamente y encontró su cuerpo ahí todavía. Dice que le dio algo. Se sintió el pecho apretado y el aire no le pasaba, se mareó. "Al ver yo que ella era mi fortaleza que me movía y al verla donde la vi, se me vino el mundo encima y al ratico de la Sijín me montaron en una camioneta y yo ya venía mal, me iban a pasar al hospital, me dieron una bolsita de agua y me la tomé y ya no me llevaron. Todavía me siento como apretado, todos los días hablo con los niños. Y aquí la tengo (muestra en su celular muchas fotos de María del Pilar y de los niños)”.

El sueño de esta pareja era constituir una microempresa de reciclaje, trabajar juntos y poder construir su casa, un lugar propio del que nadie los fuera a sacar.

“Ella era el timón mío, mejor dicho. Esto pasó y yo quedé... yo ando por ahí, pero no… A veces me siento en la calle y me siento a pensar y se me viene el mundo encima". Pero no se va, no se quiere ir porque aún tiene la esperanza de cumplir los sueños que se habían trazados juntos: una casa bien hecha, una empresa para mantenerse y la tranquilidad para criar a los hijos.

Por Colombia2020 / @EEColombia2020

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