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Medellín, la sobreviviente del narcotráfico que comienza a contar su historia

Este 2 de diciembre se cumplen 25 años de la muerte de Pablo Escobar. El paso de la mafia por la capital antioqueña dejó años de dolor y violencia, pero también llevó a procesos de despertar y renacer.

Paulina Tejada Tirado / @PauliTejadaT
02 de diciembre de 2018 - 03:34 p. m.
Un niño observa el paisaje de Medellín.
Un niño observa el paisaje de Medellín.

“Medellín, la ciudad más violenta del mundo”, titularon constantemente los diarios nacionales en la década de los noventa, cuando a las flores de la capital de la eterna primavera no les quedó más remedio que marchitarse ante tanta violencia. Sus montañas y laderas estaban sitiadas por narcotraficantes, sicarios, paramilitares, bandas y guerrilleros; su gente, por terror, fronteras invisibles, toques de queda, bombas y estallidos que se convirtieron en el susurro incesante de la muerte.

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Dolor. Perplejidad. Silencio. Un trío de emociones plagaron los corazones de una ciudad que alcanzó a contar en apenas un año, en 1991, 6.809 homicidios —y hay quienes aseguran que fueron más a los que les llegaron en forma de bala los residuos violentos de años de guerra entre los carteles colombianos de narcotráfico—. “Es una elección entre encierro, destierro o entierro”, se dijo entonces en el Valle de Aburrá.

Pero hubo un renacer. Entre el vértigo, las garras de la economía ilegal y la represión, cientos de manos se alzaron en claveles rojos, lápices, micrófonos, aerosoles y pelotas, y, así como una planta que rompe el cemento para brotar del pavimento, las comparsas, las danzas, las canciones, el teatro, el deporte, los poemas y los colores le devolvieron la vida a Medellín.

Hoy es considerada mundialmente como una de las metrópolis más innovadoras por sus procesos de transformación social, sin embargo, todavía le cuesta contar su historia. Narrarse, relatarse y reconocerse en aquella agonía compartida aporrea una herida que aún no termina de sanar.

Quizá por ello ha permitido, un tanto indiferente, ser retratada por ajenos en telenovelas y series, canciones de géneros prestados, chistes extranjeros y hasta tours turísticos clandestinos. Ni la inversión pública y privada, los emprendimientos que cada día brotan en ella, la masiva llegada de turistas, el despertar cultural, los reconocimientos recibidos por su desarrollo urbano sostenible, la disminución en la tasa de homicidios —en 2017 fueron asesinadas 577 personas— y el paso de más de 25 años desde que fue abatido el narco más buscado de la época, Pablo Escobar, han sido suficientes para enfrentarse con el fantasma del narcotráfico.

Ante ello, el Museo Casa de la Memoria y la Fundación EPM, con el apoyo del Programa de Alianzas para la Reconciliación de Usaid y Acdi/Voca, en noviembre abrieron un espacio de diálogo, reflexión y construcción de memoria alrededor de las “Medellines” que se vivieron en los años 70, 80 y 90, una exposición que, en un viaje por cuatro comunas y un corregimiento de la ciudad —Manrique, 12 de octubre, El Poblado, Popular 1 y San Cristóbal— buscó sembrar preguntas en las comunidades sobre cómo el Valle de Aburrá llegó a convertirse en aquel centro de terror y droga, así como insistir en que haber sobrevivido a esa violencia le otorga la responsabilidad de reconciliarse con ese pasado para tomar la palabra.

También, ese valle que parió el Primer Manifiesto Nadaísta y que, en consonancia con el mundo, tuvo sus calles repletas de estudiantes marchando por un cambio; el mismo que vio crecer, hacer y deshacer a personajes como Pablo Escobar, pero también como Héctor Abad Gómez; que vio morir a los malos, por malos, y a los buenos, por buenos, y, sobre todo, que supo reinventarse desde y a pesar del dolor.

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Esta apuesta, que se escapó del museo para recorrer de forma itinerante los barrios de Medellín instalándose en las UVAS —o Unidades de Vida Articulada, que son espacios urbanos que buscan aprovechar la presencia de los tanques agua de EPM como una oportunidad de integración con las comunidades—, buscó visibilizar las realidades que vivió la población de la época, reconocer a las víctimas, reconstruir testimonios y propiciar la conversación alrededor de dicho pasado, más allá de los lugares comunes con los que se asocia el narcotráfico en la capital antioqueña.

“¿Cuáles son los porqués y las raíces de lo que sucedió?, ¿cómo despertamos y resistimos ante tanta violencia?, ¿esta es Medellín o qué Medellín(es) habitamos, vemos, sufrimos, recordamos y vivimos?”, son las preguntas que planteó la plataforma expositiva a través de diversas líneas del tiempo de estas décadas, según Daniela Bueno, profesional de alianzas del Museo Casa de la Memoria.

Bueno cuenta que “uno de los motivos por los que nació ‘Medellín/es memoria viva’ es que, cuando comenzamos a hacer la trazabilidad de las búsquedas sobre Medellín, lo primero que aparecía era Pablo Escobar. Es claro que debemos comenzar a narrar y reconocer la historia de estas décadas, no la podemos seguir negando, pero no para exaltar estos íconos, sino para relatar tanto las causas como las resistencias que se dieron para pasar a ser la ciudad que somos hoy”.

La itinerancia de este proyecto pretendió crear todo un proceso de “construcción participativa de memorias y reconciliación”, expresa Bueno. “Es un relato de ciudad que no está terminado, sino que se recopilaron diversos testimonios para darle paso a una narración colectiva constituida desde los mismos territorios”, explica.

Así, los visitantes de El Poblado, uno de los barrios más adinerados de la ciudad, evidenciaron que la violencia de los 80 no discriminó estratos socioeconómicos, que las masacres, las balas y las bombas también llegaron a las discotecas y centros comerciales más lujosos; las personas de la tercera edad aportaron sus recuerdos sobre la Medellín en pleno desarrollo industrial a la par que sucedía la guerra bipartidista en el país; los profesores y académicos dieron detalles de la marcha de los claveles rojos, del exterminio de líderes de pensamiento progresista y del surgimiento de las iniciativas artísticas… En fin, todo el que pisó la exposición algo le añadió a esta historia que, aunque vivida desde distintos lugares, es común.

Y, para quienes no vivieron en carne propia ninguna de esas “Medellines”, la exposición implicó acercarse a su ciudad, más allá de lo que muestran las pantallas de televisión. Brian David Rojas, de 13 años, habitante de Manrique, dice que en el colegio nunca le hablaron de lo sucedido durante dichos años y que haberlo hecho lo motivó conocer más sobre el pasado para construir el futuro que sueña: “yo no sabía cómo era Medellín antes. Me lo imaginaba de unas formas y ahora entiendo que tuvo golpes muy fuertes con el narcotráfico y el asesinato de líderes sociales. Sabiendo lo que pasó puedo aportar a que no pase de nuevo y a hacer de este un mejor lugar, por ejemplo, con más bicicletas, más seguridad y alegría”.

Como “Medellín/es memoria viva”, otras iniciativas están surgiendo dentro de la capital antioqueña para dejar atrás la inercia con la que se concebía el dolor del paso del narcotráfico. Por ejemplo, el próximo 15 de diciembre la Alcaldía anunciará al ganador del concurso con el que se recogieron las ideas para construir el parque en honor a las víctimas de la mafia, que reemplazará el próximo a implosionar edificio Mónaco, expropiedad de Pablo Escobar que terminó siendo un símbolo del narco. “Derribar el Mónaco no es olvidar ni borrar la historia, es volver sobre ella para transformar estructuras mentales, volver a mirarnos y reconocer a las víctimas”, dijo recientemente el alcalde Federico Gutiérrez.

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Por Paulina Tejada Tirado / @PauliTejadaT

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