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Un nuevo aire en el cañón de Las Hermosas

En 2007, los campesinos del sur del Tolima establecieron una mesa de negociación con el Ejército para reducir la persecución a los moradores de esta región. Ahora, indígenas pijaos y colonos se reunieron en lo más alto de la cordillera Central para debatir el tema de la zona de reserva campesina (ZRC) de los corregimientos de Las Hermosas y San Antonio. La guerra ha terminado, sentenció el sábado en esa zona el presidente Santos.

Edinson Arley Bolaños / @eabolanos
13 de febrero de 2017 - 01:50 a. m.
Víctor Manuel Sánchez Álvarez, presidente de la Asociación Campesina del Cañón de las Hermosas (Asohermosas) / Mauricio Alvarado
Víctor Manuel Sánchez Álvarez, presidente de la Asociación Campesina del Cañón de las Hermosas (Asohermosas) / Mauricio Alvarado

Desde la cresta de la vereda El Escobal se pueden divisar en todo su esplendor dos hileras de montañas entrelazadas que forman un canal natural profundo. Al son del río, la imagen parece infinita. Por ahí pasan furiosas las aguas del río Amoyá, desafiando las piedras macizas de la cordillera Central. En la vereda La Virginia, antes de subir a donde nos esperan indígenas pijaos y campesinos, está la boca del túnel de la empresa Isagén por donde se encañona un torrente de agua. Son 8 kilómetros y 700 metros los que atraviesan el nudo montañoso del sur del Tolima para generar la energía de la hidroeléctrica Amoyá.

Es justo en la desembocadura del río Davis. Cuesta arriba hasta El Escobal hay dos horas de camino para llegar a la casa del cabildo donde la Asociación Nacional de Zonas de Reserva Campesina (Anzorc) socializó la propuesta ante los pobladores: una zona de reserva campesina (ZRC) que cubriría 95 veredas del municipio de Chaparral. Una zona para que se reconozca, como a los indígenas y afros, los derechos diferenciales y la autonomía del campesino.

“No hemos presentado la carta de solicitud ante el Gobierno porque primero tenemos que concertar con ustedes”, dijo Yexinover Díaz, impulsor de la propuesta y miembro de la Asociación de Trabajadores de Tolima (Astracatol). Desde 1994, cuando se promulgó la Ley 160 que las legitimó, hasta la fecha se han constituido seis zonas en todo el país. “El Gobierno revisó y aprobó propuestas sólo hasta 2003, porque luego llegó Álvaro Uribe y tildó de guerrilleros a los promotores de las iniciativas”, añadió el líder campesino durante el encuentro. Finalmente, en 2009, el desaparecido Instituto Nacional de Desarrollo Rural (Incoder) desempolvó las carpetas de solicitudes que llevaban años engavetadas.

Chaparral tiene cinco corregimientos, entre los cuales está San José de las Hermosas. Tiene 28 veredas. Algunas de ellas con sus nombres evocan la época de la Unión Soviética, el Estado federal marxistaleninista que se extendió hasta Europa central y del Este, enfrentada en plena Guerra Fría con los Estados Unidos y Europa occidental. Las veredas son: El Cairo, Alemania, Angostura, Holanda y Finlandia.

“Lo lleva mansito la montaña, ¿no?”, me preguntó una indígena que asomaba la cabeza por la puerta de su rancho mientras descobijaba una papa friana en la vereda La Alemania. “Sí, señora”, le respondí y tomé aire en ese tramo donde la peña tiene un descanso.

Entre la cabecera de Chaparral y la vereda La Virginia, a lo largo de la carretera sinuosa y resbalosa, están los lugares imaginarios y póstumos de los campesinos de Las Hermosas. En los miradores naturales del río, en las tiendas asentadas a la vera del camino y hasta en las piedras está el recuerdo de algún hecho doloroso de la guerra o que evoca la nostalgia de los que ya no están.

“Aquí la gente subía caminando y luego bajaba flotando por el río, porque no tenían padrino que los respaldara en la zona”, me dijo Víctor Manuel Sánchez mientras conversábamos afuera de su casa ubicada en el filo de una montaña del cañón. Eran las 9 de la noche y el sonido de las chicharras y ranas ya no resultaba opacado por el golpeteo de los fusiles y las bombas.

Chaparral y el Plan Patriota

“¿A qué vinimos hoy? No solamente a decir que hemos avanzado sino a prepararnos para avanzar totalmente hasta la victoria final”, gritó Álvaro Uribe como presidente de la República el 5 de julio de 2007 en la plaza principal de Chaparral (Tolima). Una promesa que costaría mucha sangre de campesinos, guerrilleros y soldados.

Esa advertencia se había empezado a materializar en agosto de 2004 con la operación Libertad I, que pretendía recuperar a “sangre y fuego” los territorios del sur del Tolima (Chaparral y Planadas, principalmente). Los conocidos históricamente por haber sido el refugio del frente 21, las compañías Joselo Lozada y Mariana Campos, y las columnas móviles Héroes de Marquetalia y Daniel Aldana de la guerrilla de las Farc.

La arremetida contra la insurgencia arreció y los campesinos quedaron en medio de una guerra fratricida. El Plan Patriota desplegó en esa zona al Ejército Nacional con todo su aparataje. Bajo el mando de la Quinta División aterrizaron las brigadas Sexta y Novena, la Brigada Móvil N° 8, los batallones de contraguerrilla N° 6, 31, 34, 66, 67, 68 y 69, y el Comando de la Fuerza Aérea.

Las tropas oficiales en el territorio concentraron su mirada en los campesinos del cañón de Las Hermosas. Ellos eran interrogados, señalados y, en varios casos, capturados, judicializados o asesinados. En 2005 se desarrolló la segunda etapa del Plan Patriota; sin embargo, corría el año 2006 y la confrontación armada no paraba. Según el informe de riesgo de la Defensoría del Pueblo publicado el 15 de septiembre de ese año, el Ejército, luego de asesinarlos, presentó a varios pobladores como muertos en combate. En su memoria: Eduardo Méndez, el 23 de abril de 2006; Deimer Verjan Pérez, líder deportivo del corregimiento El Limón, el 6 de mayo; Jhon Faber Méndez, el 15 de mayo, y Tiberio García Cuéllar, presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda Aguas Claras y representante de las Familias Guardabosques en el corregimiento La Marina, el 28 de mayo.

La bonanza amapolera entre 1989 y 2002 generó un ambiente efímero de prosperidad en la zona. El plátano lo compraban en el pueblo y la papa se extinguió del páramo. Detrás de ese cultivo llegaron los paramilitares en el 2000. Una facción del bloque Tolima comandado por Diego Martínez Goyeneche, alias Daniel, se enfrentó con las Farc “buscando facilitar el ingreso de redes de narcotraficantes al área rural, además, la compra de tierras y la depredación de bosques para la producción y recolección del látex de la amapola”, señaló el informe de riesgo de septiembre de 2006 emitido por el Ministerio Público.

El programa de Familias Guardabosques, que contemplaba entregar $820.000 cada dos meses a los labriegos que erradicaran esos cultivos, también fue una ilusión. Duró tres años desde 2003. La flor de la amapola en gran medida se acabó, pero la agricultura menguó y los campesinos se quedaron con los brazos cruzados. En el corregimiento de San José y las veredas La Virgen, Santa Bárbara y Naranjal, Manuel encontraba a niños de 14 años con $5 millones en el bolsillo “y lo primero que aprendían era a beber trago”, contó esa noche. “Ya no les gusta trabajar el campo”, añadió.

La Mesa de la Transparencia

Con la llegada de los grupos contrainsurgentes, los chaparralunos terminaron desafiados. Los señalaron de ser simpatizantes y leales a las Farc, sindicaciones que se materializaron en diciembre de 2005 con la detención de cinco personas, entre ellas el presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda Brisas-Ambeima. Todos acusados de rebelión. En ese entonces, la misma Defensoría del Pueblo advirtió que información extraoficial alertaba de la existencia de “una lista con nombres de muchos líderes comunitarios que iban a ser capturados por el delito de insurrección”.

Muchos se desplazaron y otros resistieron hasta el 2007, cuando Asohermosas aceptó el desafío y alzó la voz ante Isagén, la Procuraduría, la Fiscalía, el Ejército, el alcalde de Chaparral y el gobernador del Tolima. “Entonces nos sentamos con ellos y les dijimos: ‘Ustedes también tienen que aportar porque la tranquilidad se perdió después de la entrada del Ejército y de la empresa al territorio’”. En 2003, Isagén hizo su arribo a la zona con el objetivo de desarrollar los estudios para la construcción de la hidroeléctrica Amoyá, la cual terminó obras y empezó a operar en 2012.

La negociación entre la empresa y los campesinos se dio y uno de esos logros fue que Isagén financiara la logística de la Mesa de la Transparencia, un espacio en el que campesinos se sentaron con el Ejército “para decirnos las verdades de tú a tú. Para preguntarles por qué a nosotros, por qué nos perseguían”, contó el líder de Asohermosas.

Hubo mesas de la transparencia en las cuales no se llegó a ningún acuerdo. Al contrario, de un lado y de otro los insultos primaron. No obstante, confesó Manuel, se logró avanzar en evitar que las historias se repitieran: “De pronto, de todas las violaciones que se dieron en su momento no se solucionó ninguna, pero evitamos que siguieran pasando, y eso para nosotros es muy importante”. Durante la etapa de construcción y operación de la central se han desarrollado dieciséis mesas de transparencia, señaló la compañía. Es decir, dieciséis mesas de diálogo entre el Ejército Nacional y los campesinos.

Manuel Sánchez nació y se crio en el corregimiento de Las Hermosas hace 58 años. Es el representante de Asohermosas, la asociación de campesinos que recoge a las 28 juntas de acción comunal del corregimiento y a 17 organizaciones de productores. La asociación nació en 2003 para negociar con Isagén y construir lo que hoy llaman “el viejo testamento”, un documento que contiene el Plan de Manejo Ambiental, en el que se enmarca una controversia reciente que deberá concluir la Corporación Autónoma Regional del Tolima: si los secamientos de quebradas de la parte alta de la cordillera obedecen al túnel de la hidroeléctrica, como aseguran los campesinos, o si, como dice la empresa, son producto del cambio climático, las actividades antrópicas (humanas) y las inadecuadas prácticas de agricultura, entre otras causas. Aun así, la empresa y los campesinos han acordado adecuar y construir acueductos en las veredas con mayor problemática de abastecimiento.

La Mesa de la Transparencia aún está funcionando. En agosto de 2016 se realizó la más reciente, pero las temáticas de discusión cambiaron: ya no llevaron quejas por ultrajes o abusos de poder, fueron para solicitar la legalización de sus predios. Según Anzorc, en un diagnóstico local se estableció que en el cañón de Las Hermosas el 50 % de las familias no tienen escrituras de los predios, el 20 % tienen autenticada la propiedad y el 30 % restante no tiene siquiera tierra en las uñas.

El silencio del cañón

En abril de 2011, hace casi seis años, el presidente Juan Manuel Santos atizaba el conflicto con las Farc cuando buscaba por cielo y tierra, en el cañón de Las Hermosas, al máximo comandante de esa guerrilla, Guillermo León Sáenz Vargas, alias Alfonso Cano. “Las Fuerzas Militares saben perfectamente en qué área está Cano. Vamos a continuar, vamos detrás de él, respirándole en la nuca, como le estamos respirando en este momento”. El general Guillermo Suárez Ferreira, entonces comandante de la Fuerza de Tarea Sur del Tolima, terminó de profundizar la confrontación: “Hay que acabar el mito de que esa es su guarida”, dijo.

Casi una década después de que Juan Manuel Santos visitara Chaparral como ministro de Defensa, junto con el presidente Álvaro Uribe, para anunciar los avances del Plan Patriota, el sábado pasado lo hizo de nuevo, pero como presidente de la República. Y lo hizo para ratificar que la guerra había terminado y que el páramo de Las Hermosas había sido delimitado para su conservación. “Hasta hace poco era impensable que un presidente pudiera llegar al cañón de Las Hermosas”, gritó esta vez en la plaza de Chaparral Humberto Buenaventura Lasso, el alcalde.

Cano finalmente salió de Las Hermosas y atravesó el corredor natural que une a Tolima con Huila, Cauca y Valle. El mismo que Manuel Marulanda recorrió a pie durante semanas con los guerrilleros marquetalianos después del bombardeo al caserío en Planadas. Sáenz Vargas pasó por Río Chiquito (Tierradentro, Cauca), se detuvo en Páez y, cuando los militares lo tenían cercado, saltó a Silvia y luego cruzó a la cordillera Occidental, donde finalmente, entre Suárez y Buenos Aires, en un matorral de la vereda Chirriadero, murió tras los combates con el Ejército.

En la vereda El Escobal, los indígenas pijaos pidieron una nueva reunión, que se realizará el próximo 17 de febrero en La Virginia. Quieren debatir en profundidad el tema de la zona de reserva campesina, a ver si lo más conveniente es esa figura territorial o si más bien le apuestan al territorio interétnico e intercultural.

Cuando se desciende de esa montaña, que está en la margen derecha del río Amoyá, sólo se escucha el golpeteo del agua contra las piedras amontonadas a lo largo del asiento de la cordillera Central. “Los campesinos no quieren acabar la Mesa de la Transparencia”, me repitió Manuel. “A esa instancia llevaremos los proyectos para tecnificar la caficultura de la región”. Es para que la flor de la amapola no vuelva a ser el paisaje del cañón. Es para que el hechizo de las indias más hermosas del sur del Tolima siga protegiendo el territorio como ocurrió en 1536, cuando los españoles quedaron deslumbrados al verlas, mientras perseguían El Dorado de los muiscas y los chibchas.

Por Edinson Arley Bolaños / @eabolanos

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