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Uribe (Meta), de la guerra al turismo

Este municipio, antigua sede del Secretariado de las Farc por más de 25 años, dejó atrás su pasado para consolidarse como punto de encuentro para los viajeros amantes de la aventura y la naturaleza, potenciales que sus pobladores descubrieron tras la firma del Acuerdo de Paz.

Natalia Tamayo Gaviria - @nataliatg13
11 de noviembre de 2019 - 02:00 a. m.
Cañón Chiflón de Peñas, Mesetas hacia la vía a Uribe. / Cortesía
Cañón Chiflón de Peñas, Mesetas hacia la vía a Uribe. / Cortesía

El camino que separa a Mesetas (Meta) del municipio al que sus pobladores consideran el corazón de la paz, Uribe, está delineado por la incongruencia de una carretera de 53 kilómetros empedrada que multiplica el tedio del viaje, las horas para llegar al destino, las ansias de encontrar comercio para calmar la sed o un baño para liberar los esfínteres. Es una carretera cubierta por la densidad del verde, por la infinitud de las tierras baldías, por la ausencia de vida humana, por la soledad.

La calma llega cuando una pista de aviones se abre paso, seguida por el Batallón de Infantería General Germán Ocampo Herrera, un colegio, una cancha de fútbol y una pancarta de bienvenida que declara los más de 7.000 kilómetros cuadrados de esta población como territorio de paz. El casco urbano de Uribe es la suma de su única iglesia, rodeada por cuatro barrios (Jardín, Esperanza, Industrial y Centro), cuatro billares, tres hoteles, una sala de belleza, una que otra farmacia, rumbeaderos y restaurantes, así como más de una decena de tiendas que se sortean el mercado de los víveres, abarrotes y vestuario.

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Cuando se caminan las escasas calles pavimentadas y se habla con su gente, la monotonía y el tedio de más de ocho horas de viaje desaparecen. Los uribenses sonríen con cada nueva presencia foránea y, si tienen la oportunidad, rompen el silencio a modo de prólogo para narrar brevemente las vicisitudes del pasado. Un pasado en el que a la fuerza convirtieron a su municipio en el cuartel general de las Farc e instalaron Casa Verde como su santuario y centro de operaciones por más de 25 años, hasta el 9 de diciembre de 1990, cuando el Gobierno los bombardeó.

Fue una época en la que durmieron sorteados por la incertidumbre, en la que se adaptaron a horarios de entrada y salida de sus hogares, en la que no había oportunidades para despedirse, pues, sin previo aviso, una bomba o una granada adelantaba la muerte de algunos que no corrieron con suerte. Otros escenarios fueron la desesperanza del secuestro, la desilusión del reclutamiento y, más que nada, el estigma que cargaron como población guerrillera.

Pese a ese pasado de frustración y miedo, el sosiego volvió a habitar a Uribe. Y por más de que esos hechos fueron parte de su historia, un nuevo discurso se apropió de su cotidianidad: el del Acuerdo de Paz. Esa suma de dos sustantivos y una preposición es la dicha de quienes la residen hoy en día, es la vida que conocieron luego de 40 años de ser asentamiento de las Farc, es la calma de dormir sin interrupciones, es su presente y, más que nada, la promesa de un tiempo venidero a favor de sus sueños y proyectos.

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El pacto que firmó el Gobierno con la extinta guerrilla, el 24 de noviembre de 2016, reencontró a los uribenses con la tierra, el campo, la naturaleza y ellos mismos. La guerra durante décadas les ocultó la riqueza hídrica de la que son propietarios y ahora, con el futuro que pueden moldear para sí, quieren convertir al municipio en destino turístico ecológico y eliminar el imaginario colectivo que los etiquetaba como colaboradores de las extintas Farc.

Por eso, desde finales de 2016, Blanca Elena Soler y su esposo Ámderson Tapiero comenzaron a trabajar en la idea de inaugurar la primera operadora turística del municipio: Cristales Travel and Adventure. Con este emprendimiento abrieron la puerta para que personas de diferentes regiones del país y del mundo se interesen por visitar Uribe, promocionándolo como un destino de aventura y memoria sobre el conflicto armado. A la vez que permitieron, una vez más, después de muchos años, que el pueblo recibiera a los foráneos sin temores, con alegría y actitud de servicio. La combinación perfecta para una estadía que equilibra la naturaleza, la actividad física y la interacción con la cultura llanera.

Entre los atractivos que ofrecen para los visitantes están el Cañón del Guape, las cascadas del Amor, de los Enamorados, del Ángel y Cortinas del Diamante, nombres que los lugareños pusieron al azar, pues el afán de bautizar estos lugares recién descubiertos para promocionarlos fue más apremiante, según cuenta José Forero, un boyacense que desde hace más de 30 años se instaló en la región para trabajar la tierra, pero que gracias al Acuerdo de Paz tuvo una oportunidad para cambiar su actividad productiva: el turismo.

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Además de la diversión, hay oferta para que los visitantes vean la materialización de la implementación de lo suscrito en La Habana con visitas a los proyectos productivos de un grupo de excombatientes de las Farc que se asentaron en la zona, quienes también ofrecen servicio de estadía y turismo. Se les suma, también, los encuentros alrededor de una fogata para escuchar las historias fundacionales de Uribe en voz de Atanael Rojas, colono del municipio, historias de antaño cuando apenas era una población compuesta de gentes obligadas al exilio por la violencia enquistada en todo el territorio nacional.

Pese al anuncio del rearme de un grupo de disidentes y la situación de la vía al Llano, sin experiencia y con toda la actitud, Blanca, Ámderson, José y otro grupo de personas suman esfuerzos en Uribe para consolidar ese sueño que tuvo alas gracias a la paz. Bien sea a través de las cocinas para que los viajeros se lleven una buena dosis gastronómica de la región, o de las historias de antaño de sus fundadores, o preparándose técnicamente en el manejo de arneses, cuerdas y demás para que el recorrido por el municipio sea toda una aventura. Un esfuerzo en conjunto que hace reflexionar que la paz está allá, que es importante seguir apostándole y que hace, además, olvidar las vicisitudes del largo viaje que conduce a ese paraíso escondido entre la densidad del verde.

Por Natalia Tamayo Gaviria - @nataliatg13

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