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Así funcionan las clases vía WhatsApp en un municipio de Colombia

Angie Sandoval, docente en el municipio Puerto Santander, relata cómo ha sido la enseñanza para niños de tercer grado en tiempos de confinamiento, en un lugar donde el internet llega a pocos y los equipos tecnológicos son casi nulos.

Angie Sandoval
26 de julio de 2020 - 03:00 p. m.
Niño estudiando desde un celular.
Niño estudiando desde un celular.
Foto: Getty Images - Pollyana Ventura

Viernes, 13 de marzo de 2020. Terminábamos una buena semana con la celebración del Día de la Mujer en compañía de nuestros alumnos y compañeros docentes cuando escuchamos la alocución del presidente, Iván Duque, llamando a un aislamiento preventivo obligatorio debido a la llegada del nuevo coronavirus al país. La noticia nos desconcertó y nos detuvo. Fue como si la prisa de la vida en los afanes de realizarnos como profesionales y humanos nos hubiese clicado pausa.

Nos revolucionaron el casete. El calendario académico y el cronograma de actividades que habíamos diseñado unas semanas antes quedó suspendido. Más adelante, un comunicado de la ministra de Educación encendió nuevamente los motores del cuerpo docente, planteándonos la necesidad de reinventarnos y rediseñarnos ante la situación imperante del momento en la que debíamos estar aislados. Fue como cuando abrimos un libro nuevo, que queremos saber tanto de él, pero solo estudiándolo podemos descifrarlo.

Entonces comprendimos que debemos encender los motores a todo vapor, porque nuestra niñez nos necesita. Debemos seguir manteniendo la sonrisa de nuestros niños, sus talentos, aptitudes, destrezas, habilidades y aprendizajes vivos. No podemos desfallecer ante el desafío y, por el contrario, necesitamos emerger. Así que iniciamos reuniones y escuchamos a nuestros directivos, las indicaciones del MEN, los argumentos de Fecode y Asinort. Lo temido había llegado, pero las TIC estaban presentes. La nueva era de la educación.

Pero ¿cómo lograr incursionar en las tecnologías de la información sin los recursos requeridos?

Las TIC no son temerarias por la incapacidad del cuerpo docente de comprenderlas y apropiarlas en la planeación de sus clases, sino por la existencia nula o poca de los recursos para su actividad. Estamos hablando de municipios con poca o ninguna red de banda ancha, con un amplio número de hogares sin computadores ni smartphones, y donde hay cero operaciones de plan de datos de compañías telefónicas para hogar o móvil.

Por eso decidimos hacer la encuesta a los hogares como diagnóstico para contabilizar y conocer nuestro punto de partida. ¿El resultado? Las famosas plataformas y ayudas educativas del Gobierno no trascendían en nuestro contexto, donde limitadamente las familias de los estudiantes cuentan con un celular de gama baja, escasamente media, para suplir las necesidades educativas que el COVID nos obligó a realizar. Conocidas las prioridades y las herramientas con las que cuentan las familias, decidimos que la aplicación WhatsApp sería nuestra aliada en este proceso de enseñanza.

Implementar la tecnología no resulta tan sencillo. Después de escuchar a los padres de familia, acudientes y niños, entendimos que sentían impotencia en la dificultad de comprender cómo llegar a lo sugerido en cada taller de clase, la inseguridad que les generaba el desarrollo de cada actividad, la necesidad de aprobación que tenían por parte del docente, la distancia que los obligaba a tener efectivo para recargar los datos en el celular y el poco o nulo conocimiento en el manejo de herramientas como Word, pdf y lector de diapositivas, que impedía que el mensaje llegara correctamente a su destinatario.

La infinidad de dificultades presentadas nos reunieron de nuevo en una sala de Zoom a todos los compañeros docentes con el fin de buscar soluciones. Rediseñamos nuestras guías y talleres de clases, destacando lo relevante del saber, para que la actividad del hacer fuese mucho más “masticable” e instructiva, para dar relevancia al ser de los estudiantes, exaltando el apoyo de sus padres y familiares acudientes en este proceso atípico de nuestra profesión. Entonces llegaron las ayudas económicas del Gobierno y con ellas se diseñaron las cartillas impresas de guías y talleres para todos los escolares. Un grupo de compañeros se desplazó hasta el municipio para entregarlas.

Con el apoyo del material diseñado por nosotros mismos, seguimos explicando las clases por audio o mensajes de WhatsApp, confirmando la guía a desarrollar durante los cinco días de la semana de cada mes. Reorganizamos nuestro calendario académico y ciertas rutinas, como ordenar y archivar las evidencias que a diario nos llegan a través de mensajes para tener bases en la evaluación docente; repetimos una, tres, 38 y más veces las explicaciones de clases a nuestros estudiantes y padres de familia; reenviamos la agenda del día con material incluido tantas veces como el estudiante lo requiera, casi las 24 horas del día, los siete días de la semana.

La esperanza es que cuando todo esto pase, podamos volver a abrazarnos, divertirnos juntos, volver a verlos sonreír y crecer en su elocuencia de niños, escuchar sus anécdotas familiares, sus ocurrencias de aprendizaje, sus mil intentos fallidos por comprendernos y por aprender, y la alegría desbordada en sus ojos cuando su profesora aprueba sus logros.

Nada ha sido fácil, pero a través de mensajes de aliento por celular trato de fortalecer a mis estudiantes y a sus familias para que mantengan la esperanza viva en Dios, que todo lo puede y que nos quiere dar una lección de vida para ser y hacer más que saber.

*Docente en Puerto Santander (Norte de Santander).

Por Angie Sandoval

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