Publicidad

Contenido desarrollado en alianza con la Embajada de Canadá en Colombia - Air Canada

Crónica de un amor encontrado

Este es el texto de Valentina Ramírez Gil, ganadora del concurso Canadá en pocas palabras, en la categoría: ¿Cómo fue mi experiencia en Canadá?

15 de mayo de 2023 - 10:08 p. m.
Vancouver, en la provincia de “British Columbia”, es la tercera área metropolitana más grande de Canadá.
Vancouver, en la provincia de “British Columbia”, es la tercera área metropolitana más grande de Canadá.
Foto: Pixabay

¿A dónde se escapa cuando se tiene el corazón roto? Seguramente “a la nada” si es que ese vacío en el pecho puede nombrarse como La Nada. Abrí el buscador aquella tarde de enero. Por primera vez Google parecía no tener una respuesta clara de “¿a dónde ir cuando el corazón deja de funcionar?”.

Por fortuna el sexto sentido apareció en mi cabeza. Necesitaba un lugar como el de los cuentos: muy, muy, muy lejano, para perderme y tener la suerte de encontrarme, no en una historia de “vivieron felices por siempre”, pero, si corría con suerte, en una de “colorín, colorado, este cuento se ha acabado”.

Tomé un avión en una tarde soleada, mientras al mismo tiempo me percataba de todas las lágrimas que se pueden derramar en las despedidas. Vuelo directo a Vancouver, maletas ligeras y cero expectativas. Así se vive cuando de la nada nos quitan las ilusiones y se corre con la suerte de llevar el corazón a un lugar más lejano que las montañas citadinas.

Aterrizamos. Salí del aeropuerto. Todavía no logro descifrar si el aire tenía un tinte diferente o si por primera vez en tres meses lograba respirar con calma. Los rascacielos parecían jugarse una batalla con el sol, aunque este daba confort, pero no causaba un calor excesivo. Mis botas para la nieve disfrutaban de pisar cada montañita que aún no se había derretido, mientras mis ojos iban de aquí para allí en una ciudad que gritaba “modernidad y cultura” en cada esquina.

Tomé el tren sin rumbo fijo, pues quería intentar moverme a la misma velocidad que parecían moverse cada una de las personas que andaban muy ocupadas escuchando música, leyendo su libro favorito o cargando las bolsas del mercado.

Lloré, varios días, por las principales calles de una ciudad que le dio todo el protagonismo a una tusa que parecía no tener fin. ¡En hora buena! Porque mis lágrimas se sintieron como personajes de películas de Hollywood, cruzando la cebra de grandes avenidas mientras caía la tarde y un café de Tim Hortons con galletas de mantequilla de maní esperaba para ser mi compañía nocturna.

Cada rincón de Vancouver estaba pensando para alivianarme la vida; la rutina de las personas parecía fácil y ligera. Era sencillo entender por qué en una sola cuadra podías toparte con un mexicano, italiano, canadiense o un saludo colombiano. Si esta no lo era, la ciudad de los sueños cumplidos podría ser muy parecida a este lugar que no distingue de nacionalidad.

La luz de las siete de la noche al principio me abrumó, pero poco a poco me demostró que era la oportunidad perfecta para terminar mi jornada leyendo un libro en cualquiera de los muchos parques que abren sus puertas a los amantes de la naturaleza, los enamorados o aquellos que buscan un respiro dentro de la rutina. El parque Queen Elizabeth se quedó con la mayoría de mis suspiros de agradecimiento al ver lo que tenía en frente.

Recorrí la playa de English Bay en uno de los días más fríos de los últimos días de marzo, pero la sensación térmica no representaba el calorcito que sentía mi interior y que pensaba, desde hace varios meses atrás, que no podría volver a experimentar. Supongo que es eso lo que se necesita en cualquier duelo, encontrar un lugar en el mundo tan imponente, tan gigante, tan lleno de vida, que nos haga sentir que somos pequeños y que lo bonito del mundo no se detiene por un dolor de corazón, que solo nos detenemos nosotros, pero que la belleza siempre está esperando a que nos percatemos de ella.

Me fue imposible estar allí y no sentirse imparable. Por ello, en una de esas mañanas en donde me creí el cuento de que estaba en el lugar perfecto para conquistar el mundo, me aventuré a viajar a Whistler o lo que, en cualquier libro de fantasía, podría perfectamente llamarse Narnia. Los paisajes fueron magia del universo para mis ojos, las montañas cargadas de nieve, las casitas llenas de mercados locales con especialidad en chocolate de mesa para el alma y chocolates deliciosos para el corazón fueron merecedores de todas las fotos de mi celular.

Descubrí que mientras estuviera en este lugar jamás, ni por error, podría darme un día de libre, pues si necesitaba de tranquilidad, tenía la opción de tomar el Ferri hasta North Vancouver o el bus hasta Granville Island para volver a ser niña en una de las tiendas de peluches más adorables del mundo. Recuerdo muy bien que mi corazón lo agradeció, mi tarjeta de crédito no tanto.

De repente pasaron algunos días y me encontré con que llevaba varias semanas de tregua tan enamorada de mi nueva vida que había olvidado el desamor que tuve en la vida anterior. Sí, anterior, pues sin duda alguna hubo en este viaje un momento que separó la Valentina de antes y la Valentina de ahora.

Así confirmé que, los lugares que realmente nos permiten sanar son aquellos en donde llegamos perdidos y terminamos encontrándonos, más vivos, más sensibles, más enamorados de nosotros mismos. Ahora, cada mañana desde mi habitación, me confirmo que estoy lista para regresar al lugar que me sano y me demostró el amor verdadero.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar