Guantes quirúrgicos, tapabocas, gorra, chaqueta... Parece que todo se encuentra en orden. Aunque, pensándolo mejor… un segundo tapabocas no estaría de más. Así fue como Ramón Nivia enfrentó su primera salida al supermercado cuando reinaban las restricciones de movilidad. “Regresé a mi casa y me quité la ropa en la entrada, entré a la ducha como si hubiera estado en contacto con algo radiactivo”, recuerda.
Tanto él como su esposa y su cuñada, que vivían en el mismo apartamento, duraron meses sin salir. ¿La motivación? “Intentamos ayudar dentro de lo poco que podíamos hacer, que era no propagar más contagios. Claro que nos hubiera gustado salir de fiesta o pasear, pero no se podía. Pensamos: no vamos a ser parte del problema, sino de la solución”, señala Ramón.
Este empeño puede considerarse como un comportamiento prosocial, aquella capacidad que tiene el ser humano para realizar acciones pensando en el bienestar del otro, así impliquen un sacrificio personal. “Ser prosocial”, explica Hernando Santamaría, psiquiatra y doctor en neurociencias y cognición, “ayuda al cuidado común en situaciones complejas, como la pandemia”.
Esa fue una de las conclusiones de “El precio de la prosocialidad en tiempos de pandemia”, una investigación liderada por Santamaría y desarrollada en conjunto con Mente, el semillero de investigación de la Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Javeriana.
“Cuando inició la pandemia me di cuenta de que los comportamientos que uno tomaba impactaban a los otros. Al ser un evento de riesgo individual y social surgió la idea de evaluar qué procesos, como la empatía (la capacidad de percibir las emociones del otro) o la teoría de la mente (inferir en el estado emocional de alguien más), podían modular el comportamiento social a gran escala en una pandemia”, aclara Santamaría.
Para el psiquiatra, el hecho de tener empatía no parecía relacionarse mucho con usar una mascarilla o quedarse en casa, “pero nuestro estudio muestra que sí”. El semillero realizó 413 encuestas a personas de clase media, que tenían un promedio de 23 años, en las que se les preguntó qué tan fácil y por qué razones aceptaron el confinamiento, el uso del tapabocas, el distanciamiento, la prohibición de las actividades sociales y las demás medidas que se impusieron en Colombia tras la expansión del nuevo coronavirus.
Ser prosocial para cuidarnos entre todos
La prosocialidad, indica Santamaría, implica tener empatía y resignación de lo propio para ayudar a otros. “Está relacionada con el procesamiento moral, es decir, cuando uno decide arriesgar un beneficio propio por proteger a los demás”.
Tal vez por eso, y aunque Ramón Nivia ya se hubiese vacunado y hecho cuarentena solo para volver a ver a su padre, Ramón Heberto, que vive en el Líbano (Tolima), pensó que lo mejor sería controlar las ganas de abrazarlo y solo atinó a llamarlo por celular, decirle que saliera al balcón y hablar con él mientras lo veía desde lo lejos. “No se me pasó por la cabeza entrar, me daba angustia que de pronto, por mi necesidad de abrazarlo, se desencadenara algo trágico”, dice.
Este estudio señala que quienes tienen mayor empatía tienden a aceptar mejor las restricciones. Sin embargo, aunque esta habilidad ayuda a modular el comportamiento social, puede causar un efecto adverso en la percepción del peligro, “pues la persona está capturando información social (noticias e historias de gente cercana) y eso le puede generar sobreestimación del riesgo, que termina en angustia”, explica Santamaría.
Por eso el doctor en neurociencias y cognición señala la importancia de cuidar a quienes son prosociales. “Nuestros resultados muestran que no se trata solo de promover ese comportamiento social, sino de acompañar con políticas de salud mental. Ser prosocial posiblemente genera angustia, por eso a las personas se les debe ofrecer apoyo para que estos eventos sociales estresantes no los superen. Quienes tienen habilidad social también sufren y tienen preocupaciones”.
A mayor edad, menor aceptación del confinamiento
Doña Magnolia Giraldo de Nivia no salía mucho a la calle. Tenía 76 años y prefería pasar la mayor parte del tiempo en su casa de Ibagué, pero tan pronto como ordenaron el confinamiento estricto por la llegada del covid-19, inventaba excusas para salir. “No entiendo por qué, pero apenas dijeron que me tenía que quedar encerrada, me dieron más ganas de salir”, les respondió a sus hijos cuando la interrogaron sobre su naciente impulso fugitivo.
El estudio concluye que “las personas mayores exhibieron una menor aceptación de la cuarentena. Son más cautelosas en temas de salud, pero menos obedientes con imposiciones sociales”. Esto podría suceder, en palabras de Santamaría, porque, “en general, las personas mayores están intentando conectarse con los otros, porque suelen estar solas, así que visitan a los hijos y nietos, invitan a los amigos a comer, a tomar café, buscan deliberadamente la conexión social, por eso quedarse en casa implica más pérdida para ellos y es comprensible que les cueste más”.
Conocer el comportamiento para comunicar mejor
Otra investigación en la que participó el semillero Mente, y en la que contribuyeron 67 países, reveló que aquellas personas que tenían una identificación nacional con su país aceptaron mejor las medidas durante la pandemia. Santamaría aclara que esta identificación no se trata de un patriotismo que exalte la diferencia, “no es que los colombianos seamos mejores que otros, se trata de que yo, como colombiano, puedo hacer cosas buenas por mi país”, como contribuir en la emergencia del covid-19.
Para el psiquiatra, entender la razón por la que la gente actúa desde la empatía, la prosocialidad u otra habilidad ayudaría a los gobiernos a tomar mejores decisiones. “Estos resultados llaman a generar acciones de promoción de habilidades empáticas y de prosocialidad acompañadas de estrategias de protección de salud mental para enfrentar sucesos sociales retadores, como las pandemias”, asegura. Quizás esto último sea la clave para promover y comunicar políticas públicas que conozcan más al ciudadano, incentiven la prosocialidad, logren mejores niveles de aceptación y, de paso, ayuden a las familias Giraldo y Nivia a entender por qué doña Magnolia empezó a salir más cuando el Gobierno dijo que lo mejor era permanecer en casa.
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