“La literatura siempre mantiene un vínculo ambiguo y difícil con la realidad”: Rodrigo Hasbún

Los años invisibles es la nueva novela del escritor boliviano, que relata la historia de dos amigos de la adolescencia que se reúnen para recordar su pasado común.

04 de diciembre de 2020 - 10:53 p. m.
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Rodrigo Hasbún es escritor y guionista boliviano. Ha publicadoLos días más felices” y “Cuatro”, un volumen de relatos escogidos titulado “Nueve”, la recopilación de textos de ocasión “Las palabras”, y las novelas “El lugar del cuerpo”, “Los afectos” y “Los años invisibles”. Esta última sumerge al lector en el tiempo silenciado de la adolescencia y hace una indagación dolorosa y bella sobre el pasado y cómo lo recuerdan sus protagonistas, y el lugar inexpugnable que tienen en el ahora.

La historia es relatada veintiún años después, en la que dos amigos de la adolescencia se reúnen para revisar su pasado común, el pasado que uno de ellos está transformando en una novela. Andrea y Julián beben y hablan mientras cambian de bares en Houston. A medida que pasan las horas el encuentro saca a la luz aquel marzo trágico que ninguno pudo olvidar, y que marcó para siempre a su grupo de amigos de clase acomodada en Cochabamba.

En entrevista para El Espectador, Hasbún habla acerca del proceso de escritura de “Los años invisibles”, del por qué decide escribir acerca de las incógnitas del paso a la adultez y de los nuevos proyectos en los que está trabajando.

¿Cómo nació ‘Los años invisibles’?

Las historias de esos muchachitos de colegio me persiguen hace mucho, y están ligada a lo que significó para mí atravesar los años inquietos de la adolescencia a mediados de los noventa. Todo estaba como en transición, o al menos eso parece cuando miramos hacia ahí: nuestros cuerpos y nuestras expectativas, el siglo que se acababa, la vida analógica. Fue justo antes de que se popularizaran los celulares y el Internet, que trajeron consigo una nueva velocidad y formas muy distintas de relacionarnos con los demás y con nosotros mismos.

¿Cómo fue el proceso de creación de ‘Los años invisibles’?

Tortuoso a ratos, pero también luminoso y feliz, y lleno de los desvíos innecesarios y las revelaciones inesperadas que suele haber en cualquier viaje largo. Más específicamente, la escritura de ‘Los años invisibles’ me ofreció a la vez la posibilidad de volver y la certidumbre de que volver no era posible.

¿Cuánto tiempo se demoró en la escritura?

Escribí una primera versión de la novela hace doce o trece años. Luego la dejé guardada durante cerca de una década, antes de retomarla desde un lugar más ajeno y desde una distancia que terminó resultando provechosa. Así que hay dos respuestas posibles para la pregunta: me tomó doce o trece años o me tomó tres o cuatro. En cualquiera de los casos, en el medio fue colándose la vida, con sus sorpresas y condenas y con sus nuevos muertos. Cuando el presente se mueve, el pasado también lo hace. Son como espejos maltrechos, el presente y el pasado.

¿Qué lo lleva a escribir acerca de las incógnitas del paso a la adultez?

Para mí la adolescencia fue una época decisiva. Estuvo atravesada de descubrimientos importantes y de preguntas que todavía siguen ahí, pero además fue entonces cuando experimenté de forma más profunda la amistad y sus urgencias y su entrega. A eso se les suman varias otras cosas que suelen suceder entonces: un nuevo entendimiento de tu propio cuerpo, nuevas maneras de transitar por tu ciudad y tu sociedad, los primeros tanteos en el sexo y en el amor.

¿Cómo define usted la adolescencia?

Como la suma de lo anterior, y quizá más que nada como la etapa en la que empiezas a cuestionar más en serio las herencias recibidas, familiares y culturales, ideológicas y políticas y de todo tipo. Hasta entonces has ido un poco de la mano de quienes te precedieron, pero se dispara entonces una rebeldía valiosa, y una insastisfacción y una incertidumbre que conllevan mucho sufrimiento, pero también la necesidad de tomar posición.

¿Para quién va dirigida su novela?

‘Los años invisibles’ no es una novela juvenil, y dudo que los lectores de quince o dieciséis años la disfrutarían. Por lo demás, para mí lo más relevante de la novela sucede en los capítulos en los que encontramos a esos adolescentes dos décadas después, cuando los años que les tocó atravesar juntos han quedado bien atrás. Importan menos los hechos trágicos que les suceden a los personajes en su adolescencia que el peso con el que tendrán que cargar a partir de ellos. Importa menos el pasado que su sombra tenaz en el presente.

¿Qué lo llevó a retomar personajes de los que había escrito anteriormente en ‘Los días más felices’?

Son personajes que volvían a asomar cada tanto, personajes que no querían irse todavía. Escribir la novela fue mi manera de ofrecerles el tiempo y el espacio que merecían. Fue también, quizá, mi forma de despedirme de ellos.

¿'Los años invisibles’ tiene que ver con algún hecho de su vida o de alguien cercano?

Intentar responder a esa pregunta sería empobrecerla un poco. Prefiero decir que la literatura siempre mantiene un vínculo ambiguo y difícil con la realidad. Parte de su riqueza tiene que ver con esa manera esquiva con la que se enfrenta quien escribe a lo que tiene alrededor y a lo que tiene adentro. En ese enfrentamiento suelen terminar revueltas la memoria y la imaginación, lo que sucedió y lo que pudo haber sucedido. A ese revoltijo, felizmente, responde la literatura.

¿En qué está trabajando ahora?

Voy avanzando en una nueva novela, y también ando dándole vueltas a algunos otros proyectos paralelos. Es la temporada de la siembra y de la espera.

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