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Hoy, más que nunca, vivimos momentos históricos, trascendentales para la sociedad y el medioambiente. Un panorama global sumamente agitado y pletórico en incertidumbre, enmarcado en grandes conflictos territoriales, religiosos, ideológicos, guerras, tensiones comerciales y avasallamiento de la naturaleza, que nos mantienen en vilo, además de las enquistadas problemáticas sociales de injusticia, desigualdad, inequidad, hambruna y pobreza, entre otras.
En Colombia atravesamos por un estallido de desencuentro, polarización ideológica y violencia verbal; además, el pesado lastre del conflicto armado y el narcotráfico sigue afectando con intensidad a buena parte del país, sumiéndolo en el sufrimiento, el terrorismo y la inseguridad, obstaculizando el desarrollo económico y social.
Son sumamente retadoras la responsabilidad y la misión que deberán asumir las nuevas generaciones de egresados de la educación superior, formados de manera integral, con competencias y habilidades blandas como la capacidad de trabajo en equipo, la comunicación, el respeto por el otro, la ética, la creatividad, la autonomía, la innovación; además de la formación singular de su respectiva profesión o programa posgradual, que les permita un ejercicio laboral de excelencia y mayores oportunidades de desarrollo científico, cultural y laboral en su área del conocimiento.
Este momento histórico es comparable con el vivido en plena pandemia, hace ya cinco años. En ese entonces, los médicos y especialistas en campos claves como la Medicina Crítica, que graduamos las universidades colombianas, llegaron a las clínicas y los hospitales del país para atender a cientos de miles de pacientes de covid-19. Asumieron un rol de paladines por la vida, como un ejército de batas blancas que abandonó sus hogares para dedicarse a tiempo completo a la atención de los enfermos, con el mayor amor y una dedicación increíble, exponiendo, incluso, su integridad.
Como ellos, en diferentes momentos de la historia nacional, los jóvenes han liderado cambios para superar limitaciones y crisis sociales, como quienes impulsaron la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente que cambió la Constitución en 1991. A ellos los motivó la violencia de la época, la crisis de institucionalidad y lo obsoleto de muchos de los acápites de la norma constitucional vigente desde 1886.
Sin duda, esta lucha no fue inane. Permitió a Colombia actualizar su Constitución y construirla alrededor de un Estado social de derecho. Como estos ejemplos hay muchos en que los que la juventud ha sido baluarte trascendental para la superación de problemáticas y promover cambios para la modernidad del país.
Por ello, los nuevos profesionales, llenos de juventud y empuje, tienen en sus manos la posibilidad de impactar, de manera propositiva, la crisis en la que estamos inmersos y coadyuvar en la construcción de un país sin odios, polarización ni la agresión verbal que tanto nos lacera y, por supuesto, sin los ataques a la integridad humana, que tanta sangre y llanto han hecho derramar a nuestros ciudadanos.
La sociedad confía en que quienes ahora entran a ese grupo élite de colombianos educados, cultos y profesionales tengan la convicción de promover, dentro de su profesión, la tolerancia, el diálogo, el respeto por las ideas del otro, y hacer un ejercicio profesional basado en valores como la solidaridad, la honestidad, la justicia, la gratitud, la empatía, el amor y la paz, entre otros. Sin duda, una noble misión para engrandecer la patria.
* Rector de Unisimón.