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Como se ha estudiado y diagnosticado, la deserción escolar y el bajo rendimiento escolar tienen orígenes multifactoriales, entre ellos los de mayor peso son las privaciones derivadas del contexto socioeconómico de los estudiantes, siendo los de mayor impacto las carencias alimenticias, el trabajo infantil, la disparidad de género, el bajo nivel educativo de los padres y las limitaciones tecnológicas y de TIC en casa. En el caso de Colombia, además de las anteriores, se suman la pobreza, la inequidad social y la baja cobertura de escuelas en el ámbito rural, entre otros, que son, sin duda, causas prominentes de este fenómeno complejo, cuyos efectos en el desarrollo de nuestra sociedad son devastadores.
En efecto, en nuestro país, las cifras de deserción escolar son preocupantes, distan del ideal, atentan contra los propósitos gubernamentales de aumento de cobertura educativa, especialmente en un ciclo fundamental como es la educación básica, prioritaria para promover el desempeño intelectual futuro de los niños y jóvenes. El abandono escolar en esta etapa causa un impacto grave en la vida de los niños, ya que los frustra a muy temprana edad y los aleja de la oportunidad de continuar con el nivel de la media y, por supuesto, la educación superior, dándose así las condiciones propicias para avanzar hacia el marginamiento social, la reproducción de la pobreza, la delincuencia, la drogadicción y otras situaciones desfavorables; al igual que se limitan, aún más, las alternativas para la consecución de empleo en la etapa adulta, lograr una mejor movilidad social, etc.
Estadísticas del Sistema Nacional de Información de Educación Básica (SINEB), del Ministerio de Educación Nacional, difundidas por la prensa, indican que, durante 2023, la deserción escolar en la básica fue la segunda más alta en la última década. En ese período, el 3,7 % de los menores de edad vinculados desertaron del sistema, lo que corresponde a 335.364 estudiantes de un total de 9’800.134 matriculados. Entre tanto, en 2022 se registró la deserción de 374.123 estudiantes; es decir, el 4,1 % del total de matriculados, lo que correspondió a la cantidad más alta en diez años.
Estas estadísticas evidencian la impactante y triste realidad de un total de 709.487 niños y adolescentes en condición de abandono escolar durante dos años.
Aparte de esto, es sumamente relevante la disminución paulatina de la matrícula en este ciclo, en atención a que en 2010 fue de 11’100.000 menores y, diez años después, en 2020, llegó a cerca de 10’000.000, para seguir bajando 200.000 estudiantes en 2023.
Otras situaciones que influyen en el desempeño educativo de los niños y jóvenes son la repitencia, que va en aumento, y la extraedad escolar (desfase entre la edad y el grado cursante). Además, en este escenario alarmante y retador es importante tener en cuenta que hay una vasta población de niños, cuyas familias se encuentran bajo el rigor del desplazamiento forzado por las condiciones de violencia y conflicto armado recrudecidas, en los últimos tres años, en varias regiones del país. Por ello es menester no solo generar estrategias para atraer a los niños a las aulas, sino también garantizarles la oportunidad de recibir educación y ampliar tanto sus expectativas de crecimiento personal como el horizonte socioeconómico propio y de sus familias, ya que la educación es un factor esencial para romper el círculo vicioso de la pobreza y cerrar las brechas de desigualdad social que padece el país.
* Rector de la Unisimón.