La universidad es, sin duda alguna, una de las creaciones humanas de suma importancia en el desarrollo de la humanidad. El origen etimológico de la palabra, atribuida al romano Cicerón, “universitas”, alude a la universalidad, al todo, en referencia a una colectividad, y luego se transformó en la expresión latina “universit~a magistr~orum et schol~arium” para significar una comunidad de profesores y académicos.
En su inicio fueron comunidades de estudio, como el caso de la Academia de Atenas, de Platón; después, ligadas a la religiosidad, como la Universidad de Nalanda, centro budista en la India considerado la universidad más antigua y, más adelante, en el mundo occidental, las universidades de Bolonia, Oxford y Salamanca, que nacieron con el liderazgo y la suprema influencia de la Iglesia y las cortes para atender los requerimientos de estudio de sus miembros.
Luego, gracias a la lucha de la sociedad por lograr espacios de inclusión, paulatinamente se fue permitiendo la llegada de más sectores sociales sin etiquetas clericales o del poder público y, por último, a la mujer que, desde el principio, había sido vetada. Igualmente, poco a poco, la universidad conquistó otro de sus patrimonios fundamentales: la autonomía universitaria, consolidándose así una institución social incluyente, diversa y autónoma que asumió el liderazgo de llevar a la sociedad medieval y colonial al renacimiento intelectual y científico.
Hoy la universidad se constituye en un centro de cultura, de conocimiento e innovación, un espacio de apertura intelectual, inclusión, movilidad social y, por supuesto, un sitio de encuentro para el diálogo propositivo, donde confluyen de manera natural todos los sectores de la sociedad.
La universidad es inherente a la sociedad, no tiene fecha de vencimiento, debe ser infinita y estar en constante evolución como se espera suceda con la sociedad humana; por eso, hay que pensarla y visionarla a largo plazo para seguirles brindando a las generaciones futuras espacios académicos inclusivos y una formación integral y de excelencia.
Por ello, es motivo de festejo cuando una universidad cumple años siendo expresiva de compromiso con el desarrollo de la sociedad y, simultáneamente, reta al futuro. Acorde con esto, celebramos que el pasado 15 de noviembre la Universidad Simón Bolívar conmemoró sus primeros 50 años de existencia, teniendo 17.225 estudiantes, de los cuales 1.284 son de posgrados y un total de 65.605 egresados; cuenta con 46 grupos de investigación, de los cuales 18 están en categorías A1, y 21 en A; siete centros de investigación, 237 convenios internacionales, etc.
Tiene cinco décadas de trasegar dinámico, reflexivo y propositivo, garantizando la formación educativa pertinente, inclusiva y de calidad en la región Caribe y el departamento de Norte de Santander, tiempo que le ha permitido destacarse por su liderazgo, la competencia de sus egresados, sus desarrollos en investigación científica e innovación, sus proyectos de extensión, su compromiso social, la promoción de la cultura, entre otros logros, pero, primordialmente, por un trabajo denodado y persistente por una educación de excelencia.
A través del tiempo las universidades logran su madurez y consolidan su rol de promotoras del desarrollo social integral, brindándole medios y herramientas a la sociedad para promover el bienestar general, la justicia, la equidad, la democracia y la movilidad social, entre otros, hoy tan necesarios en la crisis global que nos golpea.
* Rector Universidad Simón Bolívar.